EL PAíS

Una voz entre la grita

 Por Mario Wainfeld

Julián Axat es defensor penal juvenil en la provincia de Buenos Aires. También es escritor y poeta. Seguramente tiene tiempo para todo porque él mismo es muy joven y tiene un motorcito con tracción a convicciones. Hace poco, en un reportaje radial, se le preguntó a la hermana de un pibe asesinado por la Bonaerense en qué institución confiaba en su búsqueda de justicia. Respondió: “Yo confío solamente en Julián”.

Con esos avales y una experiencia malhadadamente muy intensa, Axat escribió una lectura titulada “Linchamiento y

presencia estatal” en el blog elniniorizoma.wordpress.com. Es un punto de vista, un aporte calificado del que se extrae un párrafo que ojalá invite a la lectura total.

“Hace muchos años que como defensor penal juvenil me han tocado casos de linchamientos lesivos de jóvenes al momento de su detención, ya sea con participación de civiles o con connivencia de policías (torturas y apremios como parte del linchar). Me atrevo a decir que de un 80 por ciento de las detenciones de adolescentes pobres en la provincia de Buenos Aires, por motivos de flagrancia, en el momento de su aprehensión, reciben represalias de todo tipo (golpes, patadas, cachetazos, empujones, escupidas, etc.). Pues la policía o los particulares cuando se da el caso de que logran reducir a quien se supone cometió un delito, llevan a cabo despliegues de todo tipo, y es como si estuviera ‘aceptado’ en el imaginario policial (aun cuando sea absolutamente ilegal) ejercer una inmediata reprimenda o ‘correctivo’ (hay varios estudios de antropología criminal juvenil que hablan de la pena informal o accesoria anticipada a la pena formal que reciben los jóvenes infractores de las periferias urbanas, ante la policía). Muchísimas veces me ha tocado atender a jóvenes que se presentaban detenidos ante la Justicia que provenían de una detención violenta, y a los que se les había aplicado un ‘correctivo’ vía linchamiento de las víctimas (a quienes la policía incitó a que participen en el correctivo, o directamente lo hicieron motu proprio). También he denunciado una serie de ejecuciones sumarias de adolescentes como consecuencia de supuestos enfrentamientos con policías de civil (durante 2012 y 2013, denuncié ante la Corte Provincial siete homicidios de adolescentes por gatillo fácil). La sombra del linchamiento la he notado en esos casos, cuando en alguno de ellos, el cuerpo del adolescente estaba molido a golpes y la bala ingresara por la nuca (todo indicaría un remate tras la golpiza). Lo cierto es que estos casos, pese a tener formas de linchamiento, nunca toman estado público, pues a los medios dominantes no les ha interesado en lo más mínimo cada vez que se hicieron públicos. Desde ya que son casos sin conveniencia política, pues se pone a prueba a la estructura de la propia policía y la Justicia. La violencia institucional no parece ser conveniencia de los grupos de poder, por eso no la vinculan con el fenómeno de linchamiento, pues siendo que la vinculan solapadamente con la idea de ‘justicia por propia mano’, habría un mínimo de ‘justicia en el accionar’ separada de cualquier contacto con las fuerzas de seguridad. Es decir, solo se presentaría como una reacción popular espontánea, una indignación por agotamiento, un día de furia, como si del folklórico Fuenteovejuna de Lope de Vega se tratara. Sostengo que se trata de una reducción discursiva y de publicidad comunicacional, que invisibiliza la presencia del actor policial desgobernado, con incidencia poblacional en el territorio (...). Este esquema solo puede ser funcional a las condiciones de crecimiento y ascensión de un príncipe político que hace eje de su campaña en la ley y el orden que viene a suplir un vacío que no es tal. 

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