EL PAíS

Problemática y febril

 Por Mario Wainfeld

El fallecimiento de Tulio Halperin, posiblemente, motivó a sus lectores a reencontrarse con su obra. Este escriba, uno de ellos, releyó La larga agonía de la Argentina peronista y dio con un razonamiento que quiere retomar, parafraseándolo a su manera. Halperin escribió que el presidente Raúl Alfonsín consideraba que “su tarea histórica debía ser la regeneración institucional de una sociedad a la que se negaba a ver como problemática y que esa hazaña exquisitamente política era aún posible”. La cita es textual y, se confiesa, imperfecta para traslucir el pensamiento del gran historiador. Este se refería al anhelo de Alfonsín de minimizar o superar al peronismo, manteniendo los ejes del Estado de Bienestar.

La idea de que una fuerza política es el obstáculo a remover para llegar (o volver) a la tierra prometida es un clásico argentino, cuya remake ofrece ahora la llamada “oposición”.

El kirchnerismo no sería, entonces, el emergente de un proceso histórico complejo, con luces y sombras, sino un gigantesco equívoco que desvió el rumbo promisorio de un país, sencillo y sin núcleos problemáticos. La propia conflictividad no es una tradición criolla, sino un invento K. Las divisiones, hasta en la mesa familiar, las acuñaron dos presidentes. Hubo un eclipse gigantesco, que está cercano a su fin.

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El oficialismo a menudo peca de compararse con el país del 2001. El parangón lo favorece, claro, a costa de simplificar demasiado la mirada. Lo acecha un riesgo típico de sociedades en cambio ascendente: que las personas que sobrellevaron esa crisis que se supuso terminal y progresaron pueden no resignarse a medir su futuro contra ese pasado ominoso. Seguramente aquilatan lo conseguido, lo dan por adquirido. Valoran sus conquistas, suponen que las ganaron y que son un piso a elevar.

De cualquier modo, hubo en este lapso una evolución y se abrió una perspectiva de futuro.

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La contraparte canta una elegía a “la república perdida” que conlleva una errada visión del pasado y una empobrecedora lectura de la realidad actual.

La Argentina idílica de los consensos, del Congreso que debatía los temas sin supeditarse al Ejecutivo (o a los poderes fácticos), de políticos prestigiosos, “segura y estable”, es pura mitología para quienes estábamos ya criaditos cuando advino la recuperación democrática.

La exaltación del pasado sin beneficio de inventario es, acaso, mucho más que un desvarío intelectual. Es casi un programa de gobierno transversal a muchas fuerzas opositoras, que subestiman las características problemáticas de la sociedad argentina. Y, ya que estamos, su lógica complejidad. La vastedad y disimilitud de sus territorios, la combatividad de sus militancias sociales o gremiales, la capacidad de resistencia o de protesta de los argentinos, las fallas del sistema político o las dificultades proverbiales de su economía.

El simplismo en cóctel con una utopía anacrónica es, a menudo, algo peor que pobreza de pensamiento. Es una propuesta de acción. El foco en “la corrupción” y en las críticas ad hominem huye de toda comprensión estructural mientras propone demoler mucho de lo construido en estos años.

La ya clásica frase del jefe de Gobierno Mauricio Macri, “terminar con el curro de los derechos humanos”, es una muestra acabada de esa matriz de pensamiento. Demasiadas personas la aprueban, algunas serán incautas y supondrán que se podrá arrojar el agua sucia sin el niño adentro. La intención fundante es bien otra: dar la vuelta la página, arrojar al niño. Volver atrás a esa república perdida que nunca existió y que, por ese motivo entre muchos otros, es imposible de recuperar.

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Dos postdatas imprescindibles. La primera es que lo escrito no niega el imperativo recurrente de mejorar, aggiornar o reformar las instituciones democráticas, siempre imperfectas.

La segunda es que la cita libresca sirve como disparador pero no intenta equiparar a Alfonsín con la dirigencia opositora actual. Sería una falta de respeto para Alfonsín, que lideró una etapa fundacional. Uno de sus objetivos primordiales era remover todo lo posible (todo, si fuera posible) el legado de la dictadura. Alfonsín quiso hacerlo, se comprometió, pudo en cierta medida. A más de treinta años de continuidad, con zozobras y peripecias, la vuelta atrás es imposible. Ese fue su gran legado, que ahora algunos buscan ningunear, homologando a un gobierno popular democrático y legitimado varias veces con una dictadura.

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Imagen: Joaquín Salguero
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