EL PAíS

La hora del autoelogio

 Por Diego Schurman

La laptop es para Aníbal Fernández lo que el termo para los uruguayos: lo acompaña a todos lados, o casi. Como fanático de rock, guarda en su minicomputadora muchas canciones en formato mp3 y, como obsesivo del trabajo, recibe allí un promedio de 60 e-mail por hora, a los que responde automáticamente, sin mirar la pantalla ni el teclado. Más aún, sin ni siquiera interrumpir el reportaje.
–A menos de un mes de las elecciones. ¿Qué balance hace de la gestión de Eduardo Duhalde?
–Pocos se acuerdan de cuando asumimos. En la primera reunión de gabinete Duhalde nos dijo: “No puede haber más muertos”. Apostamos un cambio y cruzamos. Después empezamos a cosechar. Y hoy estamos en otro país...
–... que no es Suiza.
–No digo eso. Sabemos que no es el paraíso ni el edén, que hay que consolidar. Falta, pero esto es muy distinto a diciembre del 2001. Yo me animo a decirle a usted que si en ese momento, en medio de tanta muerte y represión, le decíamos cómo iba a estar Argentina, usted firmaba y agarraba viaje seguro, porque nadie podía imaginar el futuro.
–¿Destaca a algún ministro en particular?
–Hay que reconocerle a Lavagna la frialdad con la que se plantó. Y eso que yo no era pro Lavagna, era pro Calvo, y por eso lo puedo decir con autoridad. El tipo se jugó a muerte. Seguro van a venir los gurúes y van a decir que no hizo esto o hizo mal lo otro. Pero Lavagna fue el mejor.
–¿Alguien más?
–(Piensa unos segundos.) Sí. También quiero destacar a Ginés (González García, ministro de Salud). Por ahí no está en el centro de la atención. Pero hizo en su área lo que nadie hizo. El gordo vale lo que pesa multiplicado por diez. Y eso es mucho.

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