EL PAíS › OPINION

Comedores de choripanes

 Por Luis Bruschtein

Se supone que el suspenso despierta entusiasmo. Pero nunca hubo tanto suspenso como en estas elecciones y tan poco entusiasmo. Se supone también que el escaso entusiasmo deviene en baja participación. Pero todo indica que a pesar del poco entusiasmo habrá menos voto bronca que en los comicios de octubre de 2001. Todo al revés de lo que se supone. A sólo diez días, estas elecciones se presentan como una especie de fenómeno sobrenatural.
Se suponen tantas cosas. Muchos suponían que nunca más iban a votar al peronismo. Otros que nunca más a una fuerza “progre”. Y ahora mascullan a quién votar para frenar a Menem y a las opciones más conservadoras o autoritarias que han surgido con mucha fuerza. Para los que suponían todo eso, será un voto constipado.
Muchos se han desentendido de la política desde hace tiempo. Pero son los que más participan porque ven en ella la posibilidad de ganarse un choripán, un gorrito, una camiseta o una prebenda mínima del caudillo más próximo. Van a los actos como a un picnic y ni se enteran de los discursos. Con ese público los oradores parecen encantadores de serpientes desesperados. Para los comedores de choripán, será un voto Jefes y Jefas de Hogar.
El 19 y 20 de diciembre de 2001 hubo mucho ruido pero no pudo cristalizar en una propuesta que lo expresara. Sin embargo, el ruido asustó a mucha gente que se volcó a propuestas de orden conservador o de orden autoritario que, curiosamente, eran las que habían provocado la crisis de esos días. Será un voto asustado. O sea, los asustados llevaron su voto para ese lado, intimidados por la ola de disconformes. Pero éstos, que no pudieron armar su propia propuesta y pensaban con entusiasmo votar en blanco o en alguna forma de voto anulado, o de voto testimonial, ahora deben votar para frenar la bola conservadora que se generó a partir de su propia impotencia. El resultado es mucho voto vergonzante y voto forzado.
Por supuesto, cada candidato tendrá también su porcentaje de voto por convicción, pero serán los menos, porque de lo contrario las campañas no serían tan desangeladas. En realidad, son pocos los que creen que se producirán grandes cambios.
En la mayoría de las elecciones es al revés: la gente supone que habrá grandes cambios que después no se producen. En éstas, nadie piensa que los haya, pero lo llamativo es que los cambios ya se están produciendo y son de fondo, aunque no se los pueda atribuir al gobierno de transición ni a una voluntad política clara. De la misma forma que el modelo se agotó y estalló sin que hubiera habido una voluntad expresa, así empezaron a reacomodarse las fuerzas productivas por su propio peso e interés.
Se supone entonces que una situación de cambios despertaría el entusiasmo por intervenir en ellos y encuadrarlos en un proyecto comunitario, ciudadano o nacional. Aquí también falla la suposición, porque el escenario está planteado de tal manera que pocos lo ven o no lo quieren ver por la razón que sea.
Cuando la realidad es estática, la política es aburrida. Pero en un proceso de cambios se abren infinidad de posibilidades, según la inteligencia, la capacidad y la convicción de los protagonistas. Y la Argentina llega a esta encrucijada con una gran mayoría de voto constipado, voto asustado y comedores de choripanes.
Se explica en parte por la crisis de representación del sistema político y de los políticos tradicionales. Pero tras un año y medio, también hay que hablar de la responsabilidad del nuevo activismo político y social que prefirió pelearse entre sí y subrayar en forma narcisista sus diferencias antes que asumir el desafío de construir una propuesta seria. Quien considere un triunfo la falta de entusiasmo no estará reconociendo sus propias fallas. Sin entusiasmo todas las peleas serán ganadas por loscomedores de choripanes. Y se supone que el entusiasmo no tiene por qué ser tonto o irresponsable.

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