ESPECIALES

YRIGOYEN

Entrevistado
por Luis Pozzo Ardizzi
El Hogar, Nº 1078
13 de junio de 1930


Hasta la fecha, todos los “historiadores” y los “adulones” que se ha echado Hipólito Yrigoyen a raíz de su segunda presidencia no quisieron revelar nunca cómo es el primer mandatario en la intimidad.

Yo, ciudadano apolítico, libre del prejuicio de los partidos, que jamás solicité empleo público y que no conozco personalmente a Yrigoyen, daré a conocer algunos “detalles” interesantísimos de su vida privada, perfectamente documentados para solaz de los que experimentan la voluptuosidad de la revelación de los misterios...

No recordaré las casas en que vivió Yrigoyen antes de hacerlo en la actual residencia –Brasil 1039– pues emplearía tiempo y espacio en detalles sin mayor importancia en la vida del presidente de la República.

Yrigoyen se halla acompañado allí por su hija Elena –“la niña Elena”, para los íntimos– y de otra señora más o menos de la edad de aquélla.

El primer mandatario duerme en una piecita del centro de la casa, arreglada con sencillez, en la que se destaca una cama de bronce de una plaza, y de cuya cabecera pende un crucifijo.

Un representante de la policía que desde hace tiempo presta servicio en la presidencia, y que también va a la casa de Yrigoyen, me habla de la vida austera del hombre que rige los destinos del país.

–Por la mañana, la puerta de calle se abre a primera hora, pero las persianas de los balcones jamás se tocan. El presidente –agrega– se levanta temprano y toma mate. Creo que la hija le lee los diarios.

–¿...?

–Sí. No se asombre. A la casa de la calle Brasil llegan todos los diarios de la capital; y al decir todos, incluyo los diarios extranjeros que aquí se editan.

–¿...?

–Yo no sé quién domina idiomas en la casa... pero lo cierto es que los diarios extranjeros llegan a primera hora...

–¿...?

–En invierno se recoge temprano. Después de las 21 la guardia policial se retira... Pero en verano es amigo de tomar fresco, y por lo general se instala en el patio en un sillón y luego... manda a algún hombre de su confianza en busca de helados de crema... ¡Ah, los helados de crema le gustan mucho! ¡Es un “goloso”! Los domingos –dice luego de una pausa– un viejo le trae empanadas criollas. Me aseguraron que hace más de treinta años que le sirve. Yo organicé “la línea” durante mucho tiempo, y ahora, a veces, “el dotor” pide que me ocupe de tenderla.

–¿...?

–Llamamos la línea a las órdenes que se imparten al salir Yrigoyen de su casa y al abandonar la Casa de Gobierno. Media hora antes de partir de alguno de los dos puntos, el jefe de servicio recibe las instrucciones de labios del presidente. Todos los días se cambia “el itinerario” y nosotros recién nos enteramos media hora antes de cumplirse. Entonces se “tiende la línea”. Los hombres se van distribuyendo en todas las cuadras del trayecto a seguir e impiden que el público se acerque al coche presidencial.

–¿...?

–Al principio se empleaban de treinta a cuarenta hombres en la línea, pero después del atentado hay más de ochenta y cinco empleados de investigaciones a las órdenes del presidente. Durante “el recorrido”, corresponde al jefe de servicio hacer las veces de oficial de ruta..., y, por lo general, éste utiliza una moto de la policía o un coche liviano para adelantarse al del presidente...

–¿...?

–A nosotros nos trata muy bien. Nos quiere mucho. Conversa cada vez que nos encuentra a mano. Se interesa por nuestra salud y por la familia.

He aquí un tema interesante sobre la vida de Yrigoyen. ¿Es amigo o no de los buenos platos? Por lo que sé, puedo asegurar que es un gastrónomo de ley. Pero, para mayor seguridad, remitámonos al maître del Bristol Hotel de Mar del Plata, Francisco Guerra, quien desde hace años lo atiende durante su estada en dicho balneario.

–El presidente, aunque conoce los platos franceses más delicados –dice– jamás los prueba. Inicia sus comidas con un poco de jamón de York, sigue con una buena sopa de verduras. No es amante de la carne. Prefiere como plato “fuerte” un pastel de choclo, y de vez en cuando un buen bacalao. Le gustan mucho los pasteles y sobre todo los de “mil hojas”. El helado, y especialmente la crema rusa, cierra sus comidas.

–¿...?

–No. Durante la comida no bebe más que agua mineral...

–¿...?

–Pero..., es un gran conocedor del champagne... Distingue en seguida si es viejo, y si corresponde a la marca que prefiere...

–¿...?

–No. Nada de adornos. No quiere flores en la mesa. Cuando alguna admiradora se las envía, las guarda en su departamento. Odia las moscas en la mesa, y por eso no quiere ni flores cuando come...

Hipólito Yrigoyen ni aun en su juventud pretendió hacerle competencia al hermoso Brummel, pero, sin embargo, y a pesar de la opinión general que se tiene de él, “siempre tuvo su ropero atestado de trajes”, al decir de un amigo. Después de una más que paciente investigación, pude dar con la sastrería en la que se viste el actual mandatario. Se trata de un negocio instalado en los altos de la esquina de Florida y Viamonte, del que son propietarios Ladislas Sobleck y Cía., tres ex cortadores de la casa Fourcade. Ladislas Sobleck es checoslovaco y corta los sacos para Yrigoyen; Eugenio Inhouds nació en Bélgica y tiene a su cargo los pantalones; y Fernando Conrnou, de origen francés, se ocupa de los chalecos.

El socio principal de la firma, Ladislas Sobleck, expresa:

–Me incorporé a la casa Fourcade en 1899. Fui contratado en París como cortador. Entonces la gran sastrería estaba en Florida y Cangallo, donde hoy está Gath & Chaves. Las modas de Buenos Aires las imponía esa casa. Cuando cerró sus puertas, en 1926, los tres cortadores principales resolvimos instalarnos por nuestra cuenta, y la clientela de la casa hasta ahora nos dispensó su favor.

–¿...?

–Don Hipólito, cuando yo llegué, ya se servía en la casa Fourcade. Hasta esa fecha le cortaba los trajes Leonard Kulpers, un especialista holandés. Yo hace treinta y un años que corto para el señor Yrigoyen.

–¿...?

–No crea que es “tacaño” para hacerse ropa. He cortado alrededor de ciento ochenta trajes para don Hipólito. Todos los años le hago seis.

–¿...?

–Tiene preferencias por el gris.

–¿...?

–No, señor. Yo he evolucionado de acuerdo con las modas, pero él no quiere saber nada. Se estacionó en las de hace cerca de cuarenta años y no desea salir de ellas. Solapa corta y botones muy altos, chalecos cerrados y pantalón derecho sin bocamangas. Le corté algunos jaquets de fantasía... También fracs y varios sobretodos. Nunca quiso usar smoking, y es explicable... No concurre a fiestas ni comidas...

–¿...?

–Scarlatto es el encargado de avisarnos por teléfono cuándo debemos llevarle muestras e ir a probar.

–¿...?

–Se hace trajes de 180 pesos y es un reloj para el pago. Casi siempre nos manda abonar antes de recibir la ropa... Por otra parte nos trata como amigos, nos pregunta cómo va el negocio, la familia, etcétera.

–¿...?

–Jamás lo notamos disgustado. Es de una bondad ilimitada...

En la dársena norte, el viejo Antonio Giglio, italiano de origen, pero con cincuenta años de residencia en el país, defiende “el puchero” con un pequeño expreso para el transporte de equipajes.

–¿...?

–Sí, señor, es verdad. Yo soy uno de los pocos que visito diariamente al “dotor” en su casa. Me quiere mucho. También hace cuarenta años que lo conozco y nunca le pedí nada.

–¿...?

–La niña Elena también me quiere... Tanto mi mujer como yo tenemos la puerta franca todos los días.

–¿...?

–Sí. El “dotor” me da los trajes que ya no usa. Este que tengo puesto es de él.

Y para convencerme muestra el bolsillo en el que está “el registro”, con el nombre del presidente.

–¿...?

–Es muy bueno, señor. Lo calumnian mucho. Nunca hace mal a nadie... Nunca se enoja...

Estimado lector, hasta aquí mis informaciones. Creo que son escasos los que conocen estos aspectos particularísimos del primer mandatario.

El Yrigoyen que acaban de “ver” es un poco “en pantuflas” pero... puedo asegurar que yo no tengo nada de Brousson, por cuanto jamás estuve a diez metros del que rige los destinos del país...



Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero, Grandes entrevistas
de la Historia Argentina
(1879-1988), Buenos Aires, Punto de Lectura, 2002.


“Se ha hecho todo lo posible para localizar a todos los derechohabientes de los reportajes incluidos en este volumen. Queremos agradecer a todos los diarios, revistas y periodistas que han autorizado aquellos textos de los cuales declararon ser propietarios, así como también a todos los que de una forma u otra colaboraron y facilitaron la realización de esta obra.”

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