ESPECTáCULOS

La Feria y yo

Por Jorge Ariel Madrazo *

Las ferias son un añejo vicio porteño: recuerdo haberme extasiado, hace un millón de años, en una muestra industrial por Retiro, ante un televisor soviético cuya caja era más ancha que el Kremlin. Pero ésta del Libro acuna anécdotas más personales; más fervorosas y polémicas. Por no hablar del agotamiento tras deambular horas buscando el ejemplar de marras, o a la morocha que caminaba por el otro pasillo. Y resulta que La Feria es además un implacable termómetro del envejecimiento. Cada año nos reencontramos allí con amigos siempre más canosos; yo aprovecho, digamos, para acercarme a De la Flor y saludar a Daniel Divinsky –y a Kuki–, con quienes sólo nos vemos en la Feria. Alguna vez llega un amigo del exterior, como ocurrió en 2003 con Octavio Prenz, escritor argentino que vive en Trieste y vino acompañando a Claudio Magris. O la inefable y multiamical argentina–cubana Basilia Papastamatíu (ni falta hace presentarla). Como la nueva Feria es faraónica y los costos se fueron por las nubes, se extraña al “stand de la poesía”: Botella al Mar, con Alejandrina Devescovi al timón; o a esos otros, de países latinoamericanos hace tiempo ausentes. Los que siguen firme son los reductos de los choripanes. Y no se trata de exaltar las ofertas, ni a las editoriales que sí están, y a tanta gente que la pelea, ni mencionar los charcos barrosos e infames que se forman en la entrada cuando caen cuatro gotas. Se trata, apenas, de que uno pretende que el libro sea una herramienta accesible y popular todo el año. Y no un objeto a quien rezarle, como en misa, por un quítame allí esa Feria...
* Poeta, narrador y traductor.

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