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Petti dice que no

Por sandra russo

No quiere salir en las tapas de las revistas o en las de los suplementos de los diarios porque dice que no quiere sobreexponerse. Dice que la sobreexposición que soporta es únicamente aquella por la que le pagan. Podría pasar que se estuviera haciendo el estrecho, pero es que Pettinato es estrecho: goza de una estrechez a la que la gente que brilla en los medios no suele frecuentar. Pettinato hace rato que viene pegando y este año decididamente es un conductor que juega en primera, pero hizo su camino pisando sus propias baldosas, y a esta altura, que lo encuentra con una corona de laureles desacomodada en la cabeza y el nudo de la corbata torcido, es difícil que pruebe a posar de exitoso en el estilo al que la audiencia argentina está acostumbrada. Seguirá siendo más sencillo verle el culo en una foto robada en Punta del Este, que producirlo y convencerlo de que muestre su casa o su familia. Para llegar al éxito o sostenerse haciendo equilibrio ahí, se suele venerar la amplitud que hace que todo valga. Pettinato dice no, haciendo gala una vez más del touch de extranjero, invitado, huésped, pasajero, embajador o amante ocasional de la fama, y trata de zafarse de todos los lugares previstos para ella. Parece haber llegado al puesto número uno no por casualidad –en los rictus, en la información que maneja y en la que olvida, en los gags que escribe o improvisa, se advierte el toque de los obsesivos–, pero sí por ciertos desvíos. Y son esos benditos desvíos que ha tomado los que hoy son las plataformas que lo hacen parecer más alto.
Pettinato no es estúpido, no tiene un pelo de estúpido, no toma por estúpido al público, sino más bien todo lo contrario. Para seguirle los guiños hay que estar atento, entrar en código, dar algunas cosas por sobreentendidas, bajarse de muchos lugares comunes. No cuesta mucho y no es para poca gente. Pettinato es la prueba viviente, coleante y televisable de que un conductor exitoso y popular no brota necesariamente del grito desaforado, la modelo semitop en pelotas, los premios apabullantes ni la morisqueta del sapito. Que a Pettinato le vaya tan bien en la radio y en la televisión termina con las excusas de tantos otros que han hecho de la amplitud de registros un sendero donde han ido a morir sus talentos. Que a Pettinato le vaya bárbaro habla de su capacidad, claro, pero también habla de las virtudes del público.

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