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Creo que en todas las actividades artísticas, culturales, científicas, hay siempre dos aspectos: aquel en el cual las personas entran en la red que manejan los medios de comunicación y el otro, desde mi punto de vista el más vital, tiene que ver con algo como la circulación sanguínea que corre por debajo. En este terreno subterráneo, lleno de vida, los seres valientes, éticos, perseverantes, anónimos, en donde desarrolló su gran actividad César Carducci, cumplió una función vital para el teatro argentino. Desde ese lugar gestó leyes para el teatro y para la cultura, viajó de pueblo en pueblo, contagiando el aliento vivificante que tiene el teatro en nuestro país, y cumplió un sueño de siempre cuando –conmigo y con otros grandes federalistas– creó el Instituto de Teatro, del cual fue miembro del Consejo y secretario general durante toda la época fundacional del Instituto.
No podría describir el empuje que le dio este hombre a la Fundación y a la permanencia del Instituto. Porque conocía personalmente, en todo el territorio argentino, a aquellos que, como él, defendieron el teatro nacional y aun lo defienden. Conversábamos. Decía: “Estamos en la resistencia cultural. Siempre mi militancia política estuvo subordinada a mi militancia teatral. Yo creo que estos seres anónimos, son las venas abiertas por donde circula la base de la cultura, no sólo en el teatro. A veces un Premio Nobel en la Ciencia, a veces un grupo que nos representa en el mundo, a veces un gran actor o un gran autor, pero todos son consecuencia de esta actividad, subterránea y permanente”. Decía: “El caballo árabe gana en velocidad la carrera de los 100 metros, pero el camello cabalga día y noche. Yo soy como el camello. Día y noche defiendo aquello que elegí ser en mi vida: un hombre de teatro”.
Para mí sigue siendo un ejemplo y un referente de cómo uno debe vivir la profesión que eligió.