LA VENTANA

Cárcel, machismo y medios

El debate sobre la comunicación es transversal al conjunto de la sociedad. Pero supone –centralmente– una discusión en torno de la vigencia real y efectiva de los derechos fundamentales. También sobre el desarrollo, el poder, la riqueza, la administración de justicia. En ese marco se analizan la conductas y actitudes de propietarios de medios, editores y periodistas. ¿Y de las audiencias? Aquí el análisis de un caso que ofrece una “radiografía” de los lectores.

 Por Rodolfo Luis Brardinelli *

Como todos, o al menos como muchos, he seguido en estos días, a través de los medios, el terrible drama que la familia Fritzl viene viviendo a manos de su depravado “marido-padre-abuelo”. Como probablemente no tantos lo hayan hecho, también he seguido con perseverancia la repercusión que el caso viene teniendo en los numerosos comentarios que los lectores “postean” diariamente en las versiones electrónicas de los principales periódicos nacionales. Este ejercicio, deformación profesional podrá especularse, me ha proporcionado alguna confirmación para nada sorpresiva y alguna módica reflexión.

La confirmación se refiere a lo generalizado de la concepción del castigo, no ya como imposición de dolor sino llanamente como venganza, como revancha simbólica, como cruento pago en la carne. Es cierto que la infrecuente dimensión de horror del caso hace difícil ajustar el juicio a la razón. Pero no es menos cierto que, en un país que ha vivido tan profundamente el horror (¿o quizá precisamente por eso?), duele confirmar la supervivencia y la frecuencia de comentarios que hacen referencia explícita al “ojo por ojo”, a provocarle al reo “una agonía prolongada y extremadamente dolorosa”, a la Ley del Talión, a la aplicación centuplicada de “la misma medicina” y, sobre todo, sugestivamente, a que la ejecución de esa venganza se realice por fuera del ámbito institucional.

La reflexión gira en torno del gran número de lectores que piden una modalidad de venganza que lleva el sello inconfundible del machismo más desaforado. Estos lectores (y lectoras porque, ya se sabe, el machismo no tiene límites de sexo) piden que esa venganza se ejecute haciendo que el violador sea a su vez violado. Violado además infinitas veces y por infinitos violadores. Es cierto que este pedido no es una novedad, antes bien es históricamente conocido. Sin embargo, en este caso la reiteración es tal que mueve a hacerse algunos interrogantes.

¿Cómo se ejecutaría esta venganza? No todos los lectores lo dicen. Lo que omiten decir es quiénes serían las manos ejecutoras –por no decir los falos ejecutores–, quizás imaginen un ejército de violadores voluntarios a los que luego no se podría acusar ni sancionar, dado que no violarían como delincuentes sino como agentes de la Justicia. Nada nuevo tampoco. Al fin y al cabo, es el mismo razonamiento con que intentan justificarse todos los torturadores de la historia. Quizás incluso alguno de esos lectores, cumbre del machismo, se imagine a sí mismo como el brazo, digamos, ejecutor de tan heroico acto de justicia. Notable. Notable transmutación por la que el acto machista por excelencia pierde su carácter abominable para convertirse en un loable, y hasta esforzado, servicio a la humanidad.

Otros lectores (y lectoras, reitero) piden que sean los presos por violación los que violen, reiteradamente, a Fritzl. Es decir, proponen que quienes están presos por el delito de violar vuelvan a violar, pero ya no como delito ni como delincuentes, sino ahora como acto de justicia y agentes de ésta. Siguiendo esa lógica cabría preguntarse si los convictos por violación que ejecuten la “violación justiciera” no deberían, ahora que han pasado a ser agentes de la Justicia, ser recompensados con la libertad o al menos con una reducción importante en sus condenas.

Hay otras, muchas, preguntas que el asunto sugiere, pero hay algunas especialmente inquietantes. ¿Qué es lo que permite proponer que un acto tan abominable como la violación pase a ser un acto de justicia? ¿Será que para los que piden esta forma de “justicia”, la violación no es, secreta, vergonzantemente, un acto censurable, sino sólo la confirmación virtuosa, o al menos aceptable, del poder del macho?

Mucho se ha dicho y escrito sobre el efecto democratizador que Internet tendría sobre la comunicación humana. Más allá del escepticismo que tal afirmación despierte hay algo que este caso muestra y que debe ser reconocido. La posibilidad de que los lectores reaccionen públicamente a las noticias proporciona una suerte de radiografía de ellos. Se dirá que esta radiografía carece de valor científico y es cierto. Sin embargo, no parece tampoco que deba ser desdeñada. En especial cuando muestra, o confirma si se prefiere, una realidad tan, por decir lo menos, preocupante.

* Sociólogo. Docente-investigador. Universidad Nacional de Quilmes.

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