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La vida privada hecha pública

La red de redes, como se denomina a Internet, es un espacio complejo, donde lo privado y lo público corren el peligro de confundirse. Pero un riesgo mayor puede ser el pensar que puede cumplir funciones que siguen siendo insustituibles, como la de enseñar.

 Por Christian D. Doyle *

Internet se está convirtiendo rápidamente en el medio de medios. Canales de televisión, radios, diarios, todo está disponible en la red y, en la mayoría de los casos, en forma totalmente gratuita. Esto genera cambios en los hábitos de consumo de los individuos, haciendo que cada vez más personas consuman contenidos informativos y de entretenimiento a través de las pantallas de sus computadoras.

Pero el auge de Internet no se limita sólo a cambiar la forma de recibir información, sino que también fomenta la interacción social mediante redes o grupos de intercambio de contenidos. Sitios como Fotolog, YouTube, BlogSpot o Facebook son algunos de los más conocidos espacios virtuales, que permiten a sus usuarios subir material diverso (fotos, videos, escritos, etc.) y compartirlos con cualquier visitante o con grupos de individuos que ellos seleccionen.

Para poder utilizar todos los servicios y posibilidades que brindan estos sitios, el usuario debe registrarse, o sea, ingresar sus datos (nombre y apellido, e-mail, nombre de usuario, contraseña, etc.) para así pasar a formar parte de éste. Recién en ese momento puede acceder a todos sus beneficios, los cuales varían según el tipo de sitio del que se trate. Por ejemplo, luego de registrarse en un sitio de videos, el usuario podrá crear su propio canal (YouTube) e invitar a otros integrantes del sitio a compartirlo; también podrá enviarles mensajes y entablar una relación más personal con quien le interese. Además, puede ocurrir que otras personas entren en contacto con el nuevo miembro, pidiéndole que los habilite como conocidos o amigos para poder compartir sus contenidos.

Si lo expuesto hasta aquí se revisa de manera superficial, no parece haber ningún problema. Pero si se adopta una mirada más profunda y consciente saldrán a la luz ciertos temas que, dependiendo de cada circunstancia concreta, resultan complejos.

Por ejemplo, un individuo se registra como usuario en Facebook y comienza a subir contenido, como su perfil y álbumes de fotos. Una de éstas muestra a alguien (un amigo, un conocido o un simple extraño) en una situación incómoda que, vista de forma superficial, se puede considerar graciosa. Pero el problema reside en que esa foto pasa a ser semipública (el usuario puede restringir sus álbumes para que sólo puedan ser visualizados por otros usuarios admitidos para tal efecto) o pública (el usuario puede no aplicar ninguna restricción sobre sus álbumes). Una situación incómoda que resulta graciosa a nivel privado puede convertirse en un problema a nivel público. Puede ser vista por alguien que la interprete como un insulto o comportamiento inadecuado, afectando así a la persona, que ni siquiera sabía que su foto se encontraba en la red.

Para el caso ejemplificado anteriormente, se da por sentado que no existe una mala intención, sino que se trata de un simple hecho inocente sin medir consecuencias. Ahora, si realmente existe la voluntad de generar una situación perjudicial o hiriente, este tipo de sitios pueden convertirse en un arma sumamente poderosa, y lo peor: en nuestro país no existe ningún tipo de ley que proteja a un individuo frente a esto.

La solución reside en aprender a usar estas redes virtuales de forma responsable y consciente, deteniéndose un minuto a pensar que ciertas circunstancias de la vida privada no son ni deben hacerse públicas. Y si se entra en duda, la pregunta es: “¿Me gustaría que se haga público este determinado contenido si se tratase de mí?”.

* Profesor de Tecnologías de la Información de la Universidad Austral.

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