LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN

Un debate ¿sólo comunicacional?

Pablo Castillo recupera elementos de la memoria cultural y televisiva de la Argentina para plantear que la incursión de Marcelo Tinelli, Mirtha Legrand y Susana Giménez en el debate sobre la manera de gestionar lo público es el emergente de una disputa entre modelos culturales, sociales y éticos.

 Por Pablo Castillo *

En los principios de los setenta andaba por los quince años y vivía en Mataderos. La mayoría de mis amigos no conocían Flores, que quedaba a sólo quince minutos de colectivo. La revista Pelo tampoco llegaba a los kioscos del barrio. Sí se la podía conseguir en Rivadavia y Culpina, a tres cuadras de mi colegio secundario.

El rock nacional todavía era para una minoría y en el barrio se escuchaba principalmente a Sandro, algo de Palito Ortega o Favio y poco de música extranjera. Quizás algo de Elvis o Los Beatles. Los barrios no sólo mostraban topologías definidas, sino que alambraban con bastante éxito los tipos de consumos culturales que prevalecían en su interior.

Si bien la llegada de la democracia y el espíritu del ’73 homogeneizó algunas prácticas sociales y culturales, los lugares de circulación de esos jóvenes no se modificaron sustancialmente. Las prácticas deportivas en clubes como el José Hernández, Nueva Chicago o el Liberal o sus bailes de Carnaval permanecieron inalterables.

Diez años después, aun con un peso más decisivo de los medios masivos –en particular de la tele, todavía sin el refugio del cable–, los programas locales con mayor audiencia de esa época seguían interpelando a públicos específicos. Lejos de la hibridación posterior.

El humor de Olmedo, Juan Carlos Altavista y los mismos hermanos Sofovich no coinci-dían con los gustos de la clase media urbana y muchas veces esa distinción cultural se podía percibir en los modos en que se distribuían los potenciales televidentes los programadores de los cuatro canales de aire. Los públicos en general no colisionaban. Había uno para No toca botón, Polémica en el bar o el Venga a bailar de Velazco Ferrero y otro para Botica de tango, Situación límite o Compromiso. Quizás las telenovelas funcionaban como campo transicional, pero esto forma parte de otra discusión, donde habría que introducir la temática de género y que trascienden los límites de estas reflexiones.

En ese escenario, a fines de 1989, aparece Marcelo Tinelli con un programa que inicialmente surgió como de informes de distintos deportes y que, ante la falta de audiencia y presupuesto, terminó trastocándose en comentarios de bloopers de eventos deportivos. Lo demás es historia conocida. Ese mismo recorrido podríamos hacer con Susana Giménez que, después del modelaje y de ser parte de las películas picarescas de los setenta y primeros años de los ochenta, a fines de esa década comienza en ATC con el primer programa de Hola Susana.

Distinto es el caso de Mirtha Legrand, actriz que alcanza su popularidad en el prestigioso cine argentino de los cuarenta y que después de comenzar en 1968 con los “Almuerzos” en Canal 9, dirigido principalmente a recorrer los campos de la farándula, en los últimos años se ha desempeñado jugando el papel de fiscal de la política y de los políticos.

Es cierto que en los cambios socioculturales, económicos y comunicacionales de los noventa estos personajes encontraron un terreno propicio para consolidar su visibilidad y sintonía con las nuevas coordenadas que proponía el menemismo, pero también hay mucho de mérito propio en sus permanencias por tantas décadas.

Por eso, ahora que en los últimos tiempos sus voces dejaron de percibirse sólo como un efecto del diseño de los modos de la comunicación masiva de los noventa y aparecen con reclamos a los modos en que se gestiona lo público se vuelve difícil, desde lo estrictamente político, encontrar respuestas que logren interpelarlos en sus registros específicos.

Esta limitación, padecida muchas veces por el gobierno actual, que no siempre encuentra los vehículos comunicacionales más adecuados para sostener sus puntos de vista, forma parte del bagaje de las herencias aún no desatadas.

Desde el advenimiento de la democracia en 1983, todos los dirigentes y muchos de los cuadros más lúcidos de los partidos populares creyeron que la única forma de establecer una relación con los principales multimedios era negociando en el terreno de ellos. Así ayudaron a que desde los poderes multimediáticos se vaya configurando una representación de los políticos como clase, preservándose para ellos el lugar de la defensa de la libertad de prensa y ocultando los intereses económicos que se ponían en juego a través de esas relaciones que establecían –muchas veces subrepticiamente– con los distintos gobiernos de turno.

La nueva ley de medios les otorga visibilidad, casi dramática, a estas cuestiones, pero no garantiza por sí misma inscribirlas en un nuevo relato que construya otras premisas y significaciones. Por eso, cuando se intenta responder a los modos en que –desde la lógica televisiva– aparecen capciosamente entremezclados lo singular, lo particular y lo general en imágenes y discursos, casi siempre se olvida que ésta no es una batalla binaria. Ni los campos enfrentados son únicos y homogéneos. Por lo tanto, de lo que se trata, sin que esto suponga legitimar lecturas o prácticas culturales existentes, es de disputar también el sentido de la naturalización de los acontecimientos. Pero para esto es necesario entender –si se quiere tener alguna chance de triunfo– que esta confrontación es comunicacional pero, principalmente, es una disputa profunda y colectiva de modelos culturales, sociales y éticos.

* Psicólogo. Magíster en Planificación de Procesos Comunicacionales.

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