LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN

Sin título

Luciano Sanguinetti expone su perplejidad ante el escenario mediático y ciertas formas de hacer periodismo y comunicación.

 Por Luciano Sanguinetti *

Desde hace un tiempo vengo postergando esta nota. Corrido muchas veces por otras actividades pero también a causa de la vorágine peligrosa en la que se han metido los medios y los periodistas. Proceso que se parece mucho al de los perros que desesperados corren tratando de morderse la cola.

Hace algunas semanas vengo pensando en Víctor Hugo Morales y su feroz pelea por la sensatez en medio de este carnaval de locos en el que los parámetros de lo que hasta hace poco, en la cultura profesional, se llamaba hacer buen periodismo se han trastrocado asombrosamente. No pienso que haya una única manera de hacer buen periodismo ni que ese buen periodismo se defina en términos ideológicos. Pero lo cierto es que hoy una parte de los profesionales parece haber entrado en una especie de guerra de vanidades, de sobreactuada guerrilla, en donde los criterios de jerarquización informativa y relevancia social de las noticias se ven vapuleados en orden a ver en cuánto lo que hacen puede perjudicar a tal o cual sector político, como si fueran ya los periodistas, actores principales de la contienda, metidos hasta el cuello en sus respectivas trincheras, sin pensar en lo que hay en el horizonte ni a quiénes sirven sus disparos. Esa nota se iba a llamar “La secta de los sensatos”. Y parafraseando un viejo cuento de Borges imaginaba a unos pocos sabios tratando de poner un poco de cordura en medio de fanatismos de toda laya, en una Babilonia tan argentina como insensata. Víctor Hugo ejercía en ese imaginario ensayo la virtud de la moderación que paradójicamente se volvía un arma revolucionaria.

Después pensé que era más interesante referir la forma en que los medios, en particular Clarín y La Nación, casi hacen “desaparecer de la esfera pública” el proyecto sobre la despenalización del aborto que impulsa un número importante de legisladoras de casi todo el arco ideológico, sin que esa noticia apareciera mencionada, apenas si quieren, en un minúsculo recuadro en la última página de sus diarios, ni en los flashes de sus radios, ni en los noticieros de sus canales de aire, ni en los programas periodísticos de sus señales de cable, ni en sus repetidoras, ni en sus portales de la web, ni en sus exposiciones rurales, ni nada, nadie, nunca, parafraseando al viejo Saer. Esa nota se iba a titular “¿Qué hacés, Estela, tanto tiempo?”, con su vaga inspiración carvereana. Porque en medio de la nota recordaría que una de las impulsoras del proyecto se llama Estela Díaz, quien fue una de mis compañeras de secundario y delegada eterna del curso, siempre al frente de todo, con la sonrisa de siempre, ahora en el centro de la tapa de Página/12.

Más tarde pensé que debía dejar de hacer sociales a través de los diarios, e imaginé que era más útil usar este espacio para referirme a cómo se está desarrollando el relevamiento de medios por parte del viejo Comfer, hoy Afsca, sobre las frecuencias de radio y televisión de todo el país, para ordenar de una vez por todas, como corresponde, sin parámetros de corto plazo, el espectro radioeléctrico y el seguramente desenfrenado, arbitrario, centralista, criterio con el que se distribuyeron las frecuencias de comunicación en el país desde tiempos inmemoriales.

Pero en medio de todo esto leí una nota en Perfil.com, en donde un periodista escribe una crónica sobre su visita furtiva al estudio donde se emite el programa 6,7,8 de Canal 7. Allí, más allá de ser una crónica de banalidades, lo que se observa es que el periodista se siente como un espía que ha cruzado las filas enemigas.

Entonces, la pregunta que me hice mientras escribía fue: ¿hasta dónde? ¿Qué tipo de ética está gobernando el ejercicio profesional de informar y comunicar? ¿Por qué nadie dice no, esto no lo hago? Si hubo en algún momento necesidad de demostrar que la concentración de los medios en pocas manos era un peligro para el funcionamiento de un sistema democrático en un pequeño país sudamericano, lo que está pasando nos exime de más pruebas. ¿Imaginen si el dueño de ese monopolio, por la razón que fuera, se volviese loco? Después pensé si no era yo el que estaba entrando en la misma vorágine. Entonces dejé de escribir finalmente, y abandoné la nota así, sin título.

* Docente e investigador de la FPyCs de la UNLP.

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