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Sobre el “travestismo” político

Cecilia Díaz cuestiona, por estigmatización, el uso periodístico del término “travestismo político” en un sentido despectivo.

 Por Cecilia B. Díaz *

A pesar de las inclusiones en la legislación sobre las diversidades en identidad de género, existen ciertas resistencias patriarcales en el lenguaje, especialmente en el discurso mediático. Eso ocurre con la adjetivación de “travestismo político” en un sentido despectivo hacia el sujeto al que se lo aplica.

Es extraño cómo tanto en medios hegemónicos como contrahegemónicos, en columnas y análisis de actualidad, no falta la calificación de “travestismo” político a quienes muestran un cambio en sus adhesiones, lineamientos o convicciones al votar una ley o hacer una declaración pública.

Lejos del irónico uso de la “borocotización”, afrenta destinada con exclusividad a los que se unían al Frente para la Victoria, aquí el sentido del travestismo se vincula con lo falso, con el mero disfraz para el engaño hacia el electorado que eligió a su representante.

Lo que se oculta con la estigmatización de estos términos es que las travestis construyen una identidad de género que va más allá del nombre y que viene a confrontar con lo denominado “natural”. Pero esto no es algo particular, sino que es propio del proceso identitario de toda persona. Ahora bien, del mismo modo en que se desarrolla una identidad genérica y sexual, lo mismo ocurre con la pertenencia ideológica y su respectiva ubicación en lo partidario. La diferencia radica, entonces, en que la primera es permanente e íntima, mientras que la segunda implica un compromiso público ante un elector, en una coyuntura que suele ser más variable en la posmodernidad.

Por otro lado, una amplia mayoría de ambas cámaras del Congreso nacional aprobó la Ley de Identidad de Género que benefició a un colectivo discriminado históricamente por el conservadurismo institucional. Incluso ya desde la sanción del matrimonio igualitario en los medios de comunicación pulularon más discursos reaccionarios que no tuvieron su correlato en los votos del tradicional Senado. Sin dudas, con la finalidad de polemizar con intercambios más cercanos al impacto que al conocimiento, la cobertura mediática parece sostener una mirada conservadora ante las transformaciones sociales, aun cuando fue el espectáculo el primer ámbito de inclusión a la diversidad sexual.

Resulta grave que en medio de estos avances continúe la reiteración, a modo de señalamiento y denuncia, de un constructo mediático tal como el “travestismo” político. Acaso ¿no hay otra opción del lenguaje como máscara, disfraz, careta o simulación política? Ante la negación de estos términos se demuestra una derrota ante las resistencias sociales del patriarcado y, fundamentalmente, la complicidad a las designaciones excluyentes.

* Doctoranda en Comunicación Social (UNLP), lic. en Comunicación Social (UNLaM), periodista y docente.

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