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Soberanía tecnológica

A propósito de la iniciativa de Argentina Digital, Marta Riskin invita a reflexionar sobre soberanía tecnológica y acerca de la importancia de políticas públicas que la sostengan

 Por Por Marta Riskin *

“No puede haber política tecnológica
a contrapelo de la política económica.”
Jorge Sabato

Las incursiones del hombre por el espacio exterior suelen considerarse el punto de partida de la globalización. Cuando Lovelock reconocía en Gaia, la biosfera terrestre, a un único organismo cuya atmósfera sostiene todas las formas de vida, McLuhan ya había augurado la unificación planetaria de formas y medios de producción, información y comunicaciones en una “aldea global”.

Sin embargo, aún se habla poco acerca de las condiciones y decisiones que preceden a los avances tecnológicos y científicos de la humanidad y la tecnología de un mundo intercomunicado, que consume a escala mundial, parece ser universal.

Pero tiene dueño.

El silencio acompaña a las corporaciones que mantienen el control y el dominio para direccionar y definir políticas concentradas en materia tecnológica. No sólo en cuanto a proyectos y comercialización. También administra categorías nacionales. Hay países y regiones que diseñan (alegóricamente, planetas cercanos al sol); planetas periféricos que fabrican productos y el resto, condenados a satélites consumidores.

Pero de eso no se habla.

Mantener a una nación como satélite requiere ciudadanos que ignoren que no hay ciencia ni tecnología nacional sin independencia económica y políticas de desarrollo.

Narrativa para satélites o planetas

Si todavía hay argentinos que creen que Arsat-1 existiría sin los esfuerzos y la voluntad política del gobierno nacional es porque quienes desean sustituir al poder político por gerentes realizaron un previo y eficaz cultivo cultural.

Sin monopolio ni censura, las miopías ciudadanas se revelan como efectos indirectos de la reiteración, en dos formatos, de ciertos contenidos comunicacionales: el espectáculo serial de escándalos y humillaciones al prójimo (con y sin bloopers), conducido por animadores de “júbilo hervido con trapo y lentejuela”, y los alegatos de serios predicadores acerca de la violencia, incapacidad y/o corrupción congénita de los indígenas locales y sus líderes populares.

En ambos formatos se privilegia la competencia feroz al trabajo creativo, la pelea al argumento y el egoísmo al interés comunitario, naturalizando un modelo de interacción social que soporta altas dosis de adrenalina, pero suprime el pensamiento crítico y revela, como objetivo final, la cancelación de los debates de fondo.

Por ejemplo, al diluir a Arsat-1 en discusiones estériles y planteos del siglo XIX, cuando se trata de decidir qué país se quiere.

Construir satélites o ser un país satélite

En palabras de Jorge Sabato: “Habrá que aclarar siempre que decir autónoma no quiere decir autárquica”; “Autonomía tecnológica significa la capacidad de elección de aquello que vamos a desarrollar, aquello que vamos a importar y completar”; “No se trata de tecnología nacional, se trata de manejo propio de la tecnología que más nos conviene, nacional o no. Por supuesto que si no hay un fuerte contenido de elementos propios, esos paquetes pueden no estar bajo nuestro control: si el paquete tiene todos los elementos importados, sencillamente nos encontramos bajo el dominio del dueño del paquete”.

“La conclusión es que el objetivo central, alrededor del cual hay que desarrollar el conjunto de acciones de una política tecnológica nacional, debe ser el del desarrollo de una capacidad autónoma en el manejo de la tecnología.”

Revolución copernicana

Cada tanto, la Argentina fue vaciada de científicos e industrias y sus intelectuales, convertidos en instaladores o emigrantes.

Edificar bases científicas y tecnológicas lleva décadas. Destruirlas, sólo algunos delincuentes enviando a los científicos a lavar los platos y suplantando emprendimientos e industrias por galpones y armadurías.

El conocimiento es una infraestructura tan difícil de preservar y tan valiosa para el desarrollo como los recursos no renovables. Hoy, los proveedores nacionales saben que diseñar componentes o producir software de base posee mayor valor agregado que su manufactura, y que la ingeniería para diseñar el robot es más valiosa que los fierros de una planta robotizada.

También saben que la innovación tecnológica emerge de las decisiones de una política pública sostenida.

La oposición, en contraste con algunos de sus propios padres fundadores, respalda proyectos de primarización de la economía, profundización de la brecha tecnológica y desequilibrio entre ingresos y egresos de divisas.

Argentina Digital mostrará quién es quién en el Congreso.

Urge reabrir el debate popular sobre el dominio de la tecnología, especialmente en telecomunicaciones, esencial para preservar las comunicaciones y, por ende, al sistema democrático.

El resto es inteligencia aplicada.

* Antropóloga, UNR.

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