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El barro de la política

A partir de la crítica a una serie televisiva, Iván Orbuch cuestiona el discurso antipolítico que aquélla sostiene y al que califica de pedagogía de la desesperanza.

 Por Iván Pablo Orbuch *

Entre caníbales, dirigida por Juan José Campanella y emitida por Telefe de lunes a jueves a las 23, es una tira diaria que pone el foco en una historia de venganza protagonizada por un prestigioso elenco, donde actúan, entre otros, Natalia Oreiro, Joaquín Furriel, Benjamín Vicuña y el actor fetiche del director, Eduardo Blanco. El relato arranca contando la violencia ejercida por un grupo de jóvenes entre los cuales encontramos algunos que podrían definirse como los hijos del poder, que concluye con la violación que sufren dos adolescentes, y la posterior muerte de una de ellas a principios de la década del ’90 del siglo pasado.

Veinte años después el personaje encarnado por Oreiro logrará inmiscuirse en el entorno íntimo del intendente de un municipio pequeño y futuro candidato a presidente Valmora (Furriel), quien fue uno de los que en la adolescencia junto a sus amigos, encumbrados ahora en altos cargos gubernamentales acompañándolo en la gestión, perpetró tan macabro suceso.

Fruto del abuso sexual sufrido, la protagonista quedará embarazada y cederá al niño al cura barrial. Entre los objetivos de represalia que guiarán el argumento, la trama girará alrededor de los sucesos políticos de Ingeniero Márquez, el municipio enclavado en algún rincón del Gran Buenos Aires y su cotidianidad. De ese modo aparecerá el característico problema de la falta de asfalto, resuelto favorablemente por la intendencia pese a que no era una zona transitada y por ende escasamente visible, como un homenaje a su custodio asesinado, que a la palestra fue quien tuvo un decisivo rol en las violaciones descriptas con anterioridad. Los problemas de inseguridad buscan ser resueltos por el comisario (encarnado por Guillermo Arengo) Miguel “El Perro” Ovejero, quien es el brazo armado de la intendencia, encargándose de los negocios ilegales con los punteros políticos, el narcotráfico, la prostitución y todas las actividades ilícitas del municipio.

El bombo, el choripán, los cantos a favor del intendente en la sede municipal y el fuerte liderazgo de Valmora nos remiten sin duda alguna a un análisis estereotipado del peronismo en su versión clásica y en la actualidad escenificado en el kirchnerismo. El rol de los punteros políticos como mediadores con los sectores populares y el papel decorativo de las esposas de los funcionarios, sólo puesto en entredicho cuando deciden crear una fundación, parecen confirmar esta aseveración.

La mirada del director es esencialmente negativa hacia la política. Desde la perspectiva que se desprende de la tira, todo gira alrededor del poder y la corrupción se constituye como el modo más eficaz y rápido de obtenerlo. Existen los testaferros y los negociados con las obras públicas con fondos aportados por el gobierno nacional o provincial están a la orden del día. Los personajes que encarnan la honestidad (el subsecretario de Políticas Sociales, caracterizado por Vicuña; el cura interpretado por Danny Pardo y la propia actriz principal) son representados como ingenuos y soñadores, y por tal motivo no se encuentran aptos para vivir en una sociedad como la actual.

Se trata de una lógica binaria, pero en sintonía con lo expresado por Campanella en producciones anteriores como Luna de Avellaneda, donde se retrata la decadencia de la sociedad haciendo epicentro en lo acaecido en un club barrial, o en Parque Lezama, obra en la que prevalece una mirada nostálgica. Pareciera ser que la política y los políticos son culpables de todos los males de la sociedad que, impávida, deja que eso suceda de manera pasiva. Se aprecia la persistencia de un pensamiento profundamente conservador y ahistórico que añora un tiempo pasado que se cree superador, ante la degradación de todos los valores sociales.

Si la política es barro, se encuentra impregnada de actos corruptos, de violencia y de zonas grises tal como plantea la serie, el cambio social pareciera no ser posible y la posibilidad de ejercer mutaciones en el sistema, una chance inexistente.

Estamos en presencia de una pedagogía de la desesperanza, emanada desde la tira diariamente, y destinada a un numeroso grupo poblacional que atraviesa todas las clases sociales y que cree a pie juntillas la tesis que establece, desde distintos medios de comunicación y con probada eficacia, que la política y los políticos son culpables de todos nuestros males y frustraciones. Es un discurso antipolítico que plantea la retirada del Estado y que deja disponible el espacio para que sea ocupado por personas que provengan de otros ámbitos a “dar una mano”. A veces, el remedio es peor que la supuesta enfermedad.

* Docente de Historia (UBA-Undav).

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