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Ballottage y cultura política

De cara al ballottage, Fernando Peirone analiza el comportamiento político de las personas desde la perspectiva cultural y comunicacional para concluir que hay nuevas formas de hacer y entender la política.

 Por Fernando Peirone *

Resulta interesante el modo en que el ballottage dinamizó la (inter)acción comunicativa más allá de las organizaciones políticas, que despliegan su propia operatoria de manera orgánica y estratégica. No es un accionar uniforme pero denota, en diferentes dimensiones, la cultura política sobre la que sopesamos el futuro nacional. En lo individual, el ballottage conlleva una interpelación que se asume y resuelve con rigor y responsabilidades bien diversas, tan diversas como la cantidad de votantes que el próximo 22 están en condiciones de acudir a las urnas. Pero también tiene una dimensión social, que en muchos casos funciona como una alteridad de lo individual. Me refiero a la dinámica de una sociedad extensa y heterogénea que se ve obligada a definir la suerte común eligiendo a uno de los dos candidatos que más votos sacaron el 25 de octubre. En Argentina esta situación es inédita y nos permite observar el modo en que capitalizamos la experiencia política acumulada desde la vuelta a la democracia hasta nuestros días.

El modo en que la ciudadanía ha tomado la iniciativa frente al dilema que plantea el ballottage, asumiéndose como un actor central de la disputa, habla de nuestra cultura política. Lo podemos ver en la decisión de muchísima gente que como una estampida de marabuntas ha emprendido campañas personales por fuera de las estrategias orgánicas. En la infinidad de ciudadanos que con inventiva y responsabilidad amplifican sus argumentos confrontando el coro uniforme de los medios concentrados. En la decisión de trascender sus círculos de relaciones, porque entienden que en las actuales circunstancias no tiene sentido seguir hablándole a “los propios”, y salen a pegar carteles en los contenedores de basura; a matear y parlamentar en las plazas; a pintar murales y grafitis; a crear memes y postear imágenes retocadas en las redes sociales; a plantear preguntas en los colectivos, en los trenes y en los subtes, a componer canciones y videos que después suben a YouTube. Esta dinámica pone de manifiesto la lectura que se hace de la complejidad actual y la consideración que se tiene del otro, como alguien con el que, a través del diálogo, la memoria y los ejercicios comparativos, puede haber entendimiento en la diferencia. También evidencia el manejo refinado que la población argentina ha desarrollado de los recursos interactivos, orientándolos a una acción dramatúrgica que apela al humor, la ironía, la parodia o la fantasía para escenificar los modelos políticos en disputa y darles representación valorativa en un lenguaje icónico.

Quienes toman esta iniciativa no-orgánica, pero armónica y tácitamente acordada, no integran un partido político, pero son hombres y mujeres que se sintieron movilizados –y seguramente sorprendidos– por los resultados del 25 de octubre y los riesgos que implica ese escenario de cara al 22 de noviembre. Muchos de estas personas mantienen diferencias significativas con Daniel Scioli, y las reconocen, pero evalúan lo que está en juego y actúan en consecuencia, argumentando, escuchando, y asumiendo los costos de su toma de posición.

Esto ha conformado una potente y multiplicadora coalición de voluntades, y conforma un salto cualitativo en nuestra cultura política. Porque hablamos de gente común, ciudadanos de a pie que se suman a la “campaña” entendiendo que la política no es una consideración moral en la que cada uno elige entre el bien y mal, ni una utopía idealizada en la que debemos referenciamos para aceptar o rechazar el presente, como si pudiéramos mantenernos al margen de lo que ocurre y nuestros actos no tuvieran consecuencias. Esta gente se subordina a la democracia y acepta la decisión de la mayoría con plena conciencia de los lugares en que se juega el futuro común. Por eso hablan de situaciones concretas no subjetivas que tienen implicancias en la vida real; de tensiones y desavenencias que al ser comprendidas en un registro político, pueden ser abordadas, pueden ser deconstruidas y pueden volverse productivas, de acuerdo a perspectivas reales, es decir: posibles, dialógicas, colectivas.

Por supuesto esta movilización no garantiza el éxito electoral, sobre todo en un clima político con una inercia triunfalista tan estimulada y una protección mediática tan decisiva, pero aun así –a sabiendas de esa desventaja– constituye un límite, una interpelación, una evocación de la memoria, una tracción a la duda que ha revertido el ánimo exitista de la alianza que lidera Mauricio Macri. Esta cultura política, aun en un escenario adverso mantendrá viva a la política como instancia de acuerdos y de decisiones, como acción instituyente, como mecanismo de producción de sociedad, es decir: de sentido social, siempre dinámico y gravitante.

* Docente e investigador de la Universidad Nacional de San Martín.

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