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Hacia el futuro en reversa

Rodrigo Fernández Miranda sostiene que a pesar de lo sofisticado y potente de su aparato de comunicación, el macrismo repite un esquema discursivo vigente desde hace décadas basado en la distorsión sistematizada en el uso del lenguaje para depreciar el peso de la palabra en la política.

 Por Rodrigo Fernández Miranda*

Como todo proyecto político, el neoliberalismo necesita construir un relato. Analizando en perspectiva los discursos de dirigentes neoliberales se destaca, primero, que es un marco ideológico al que ningún partido con vocación de poder admite adherir. Segundo, la homogeneidad del recetario y sus impactos se correlaciona con una similitud en su andamiaje argumentativo.

Desde 1979 en las campañas de proyectos neoliberales, con fuerte peso de silencios discursivos y falta de definiciones, la clave no es lo que se dice sino lo que se omite. Tres ideas fuerza que estructuraron parte de estos procesos electorales son el “cambio”, la embestida contra la oposición gobernante y la “unión” del país (Thatcher, Reagan, Menem, Fujimori, De la Rúa, Rajoy o Sarkozy).

Ganadas las elecciones, al anunciar el primer paquete de medidas de ajuste la idea articuladora nace con Margaret Thatcher: “no hay alternativa”. Un recurso argumentativo que presenta al recetario como camino único, ocultando su carácter ideológico e imponiendo una visión de “la” economía como ciencia exacta y posideológica. Junto con su inevitabilidad, estos ajustes se acompañan con “la pesada herencia recibida” y la necesidad de “recuperar la confianza de los mercados (Menem, Fujimori, De la Rúa, Rajoy, Samaras o Sarkozy). Los costos políticos pretenden repartirse entre su antecesor y la falta de alternativas; el Gobierno toma este rumbo porque no le queda otra opción.

Estas políticas poco tardan en impactar sobre las mayorías. Aquí, el esquema incorpora fundamentos como “estamos mal, pero vamos bien” o los “sacrificios patrióticos” (Menem, Fujimori, De la Rúa, Papandreu, Monti o Rajoy). Con mayor desigualdad, pobreza y desempleo se plantea que los beneficios del modelo se verán en un futuro cercano, y se piden sacrificios y paciencia hasta que se derrame algún beneficio.

Cuando se radicaliza el modelo y aumenta la conflictividad social, el relato apunta a criminalizar la protesta y a denostar lo público. Así se instalan dos marcos: uno legitima “protocolos para regular” la protesta, otro promueve la desafección y la apatía para someter la política, privatizar y reducir el Estado. Ante la pérdida de legitimidad y apoyo al Gobierno se incorporan protagonistas del capitalismo global (FMI, Departamento del Tesoro, BCE o Foro de Davos) que felicitan su “valentía” o “determinación” por aplicar estas políticas, como sucediera con Menem, Fujimori, De la Rúa, Rajoy, Samaras o Sarkozy.

En el lenguaje neoliberal no existe el término “neoliberalismo”, y se llama “ahorro” al ajuste, “reformas” a la transferencia de recursos, “flexibilización” a la precarización, “racionalización” a los despidos, “moderación” a la reducción salarial, “austeridad” a los recortes de derechos o “modernización” al achicamiento del Estado. E “inevitables” a las medidas antipopulares. Distorsión sistematizada en el uso del lenguaje que contribuye a depreciar el peso de la palabra en la política.

Previsibilidad de una narrativa macrista

Durante la campaña macrista, con excepción de algunos exabruptos, las medidas neoliberales se omitieron, camuflaron o negaron invocando una “campaña del miedo”. Con fuerte orientación publicitaria y llena de apelaciones emocionales, ésta se articuló sobre los ejes de “cambio” (que como Fujimori incluyó esa palabra en el nombre de su alianza), “unión” y ataque al kirchnerismo.

A partir de diciembre, las medidas de ajuste, endeudamiento, despidos, transferencia de recursos, se justificaron a través de la falta de alternativas, la “herencia k” y la necesidad de “recuperar la confianza de los mercados”. El discurso del Gobierno desde el principio criminalizó la protesta social, estableciendo “protocolos” para su represión, y denostó lo público, denominando “ñoquis” o “grasa militante” a trabajadores despedidos del Estado. Incorporó el término “sinceramiento” y, camino a ser “un país serio y normal”, bautizó a la ficción de una política sin conflictos y una gestión pública ceocrática como “una nueva forma de hacer política”. Poco tardarán en pedir “sacrificios patrióticos” y augurarla llegada de los beneficios del ajuste. Ya aplaudirán el FMI, Davos y otros la “valentía” de profundizar políticas antipopulares.

El macrismo,a pesar de lo sofisticado y potente de su aparato de comunicación, repite un esquema discursivo vigente desde hace décadas. Un relato que explica, significa y legitima un modelo que desplaza los ejes de poder de la política a “la” economía, del Estado al mercado. Y todo lo que tiene de excluyente este modelo y de cínico su relato, lo tienen ambos de previsible.

* Docente e investigador social.

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