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Antigua palabra, realidad actual

A partir de hechos recientes en la Biblioteca Nacional la Directora del Caicyt-Conicet, Mela Bosch, recupera la palabra bibioclastia para recordar que no es solo ataque a libros sino que comprende todo lo que vulnera los derechos al acceso a la información y el conocimiento.

Por Mela Bosch *

Evoca quemas de libros en la Antigüedad, nazismo y dictaduras latinoamericanas, se reactiva con las destrucciones de bibliotecas en las guerras de hoy. En el siglo XX se la vincula con el derecho a la cultura. Trotsky en su epitafio a Sergio Esenin, que se suicidó en 1926, llama a que el porvenir asegure a todos el derecho al pan y la poesía.

En 2003 el bibliotecario Fernando Báez presenta “Historia universal de la destrucción de los libros” que continuó con su experiencia en la guerra de Irak. La destrucción de libros se vuelve un índice de otros hechos: persecuciones y desaparición de lectores, editores y bibliotecarios, como vemos en la obra de Invernizzi y Gociol de Eudeba en 2003: “Un golpe a los libros: represión a la cultura durante la última dictadura militar”. En Caicyt (Centro Argentino de Información Científica y Tecnológica), en 2008 Tomás Solari recopiló: “Biblioclastia. Los robos, la represión y sus resistencias en bibliotecas, archivos y museos de Latinoamérica”. Se completa con Florencia Bossié, “Biblioclastía y bibliotecología: recuerdos que resisten en la ciudad de La Plata”, e investigaciones y placas para bibliotecarios desaparecidos.

La biblioclastia ya no se trata solo de ataque a libros, también lectores, editores y los bibliotecarios como agentes de acceso al conocimiento.

Pronunciada aguda o grave, biblioclastía o bliblioclastia, es evidente su ampliación conceptual. Para dar continuidad al libro Biblioclastia, iniciamos la construcción de un vocabulario en el servidor semántico de CAICYT que ya dispone de terminología de diferentes comunidades científicas y académicas.

Los vocabularios crean un espacio para registrar un tema y se transforman en herramienta para expresar lo implícito, como los vocabularios sobre mujeres, refugiados u homosexualidad. Pueden ser incómodos, como relata Eco en “Kant y el ornitorrinco”. Allí analizó a los científicos de inicios del siglo XX que preferían negar o mutilar al animalito; poner huevos, ser mamífero desafiaba las taxonomías de la época.

Iniciamos el vocabulario con fuentes literarias y filosóficas, pasamos a testimonios e información periodística. Surgió un paisaje que mostraba las conductas habituales con consecuencias biblioclásticas, cuando en la casa o la escuela desaniman a los niños a leer (¡otra vez, leyendo!). Las prácticas censoras, poner libros bajo llave o en anaqueles inaccesibles, hasta las motivaciones evidentes de biblioclastia como el terrorismo de estado o el dogmatismo religioso.

Entonces se producen los despidos en la Biblioteca Nacional y la paralización de muchos proyectos. Aplicamos el vocabulario a la situación, con información periodística y de redes sociales y encontramos que se hacían explícitas nuevas motivaciones para acciones biblioclásticas, como el elitismo cultural y el esnobismo que consideran que la cultura es para pocos y las bibliotecas solo para guardar libros.

La precarización primero y luego el despido golpean más a quienes trabajan en la cultura que en bancos o seguridad. Los etiquetamos como favorecedores de la biblioclastia.

Celaya decía que lo más terrible es lo que no tiene nombre, como ocurrió con los conceptos asociados a violencia de género, gracias al trabajo en los hechos y con las palabras nuestra sociedad entiende sus alcances y consecuencias. Quizás un día tengamos leyes que protejan las fuentes, los lugares y personas que trabajan con el conocimiento como forma de resistencia a la biblioclastia, como hoy aceptamos que una mujer asesinada por ser mujer es un femicidio.

El siglo XXI presenta una delgada línea entre biblioclastia y acceso abierto al conocimiento. Destrucciones de bibliotecas y digitalización de obras y manuscritos. Comercialización a través de gigantes informáticos y emergencia de las humanidades digitales. Alta profesionalización de los bibliotecarios y precarización laboral.

La biblioclastia no es solo ataque a libros: comprende conductas, prácticas, procedimientos, dispositivos y políticas que conducen a la destrucción, desvalorización o invisibilización de recursos de información y conocimiento, de espacios físicos donde se alojan y circulan, que atentan contra las personas que se relacionan con esos recursos y espacios. Comprende lo que vulnera los derechos al acceso a la información y el conocimiento.

¿Podrá el nuevo director de Biblioteca Nacional, un amante de los libros, comprender los matices de esta antigua y nueva palabra?

* Lingüista, directora del Caicyt-Conicet. Fue colaboradora externa en proyectos probablemente discontinuados de la Biblioteca Nacional.

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