LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN

Los ecos de una frase

 Por Javier Lorca

De la miríada de palabras y frases que a diario la máquina mediática mastica y regurgita, cada tanto el habla consigue extraer unas pocas expresiones a las que asigna un destino ejemplar, una supervivencia de algunas horas, días, acaso años. Se podrían rastrear montones de ejemplos y cada uno merecería su interpretación, porque las expresiones que perduran así lo hacen porque algo revelan, porque cristalizan algo latente que esperaba una forma de ser dicho y escuchado, algo viejo que está siempre al acecho para hallar el modo de presentarse como nuevo.

“Conmigo no.” Beatriz Sarlo estuvo en la Televisión Pública, como invitada al programa 6, 7, 8, y dijo algunas cosas, entre ellas esa frase, que pronto fue extirpada y reiterada, si no por el habla popular, al menos –para decirlo de alguna manera– por ciertos sectores sociales y sus dispositivos de comunicación. No interesan tanto las motivaciones personales que generaron la expresión –menos mal, porque suelen ser inaprehensibles–, ni la pertinencia de su destino inmediato, sino intentar rastrear sus ecos y sentidos, la función social que habita determinados usos del lenguaje.

La frase “conmigo no” pone un límite. El hablante se siente avasallado y, con sus palabras, dibuja un contorno defensivo alrededor de su lugar de enunciación. La frase formula una estrategia de distinción que separa y deslinda, esboza una distancia entre quien la pronuncia y quien la escucha: usted no puede decir eso de mí... ¿Por qué? Porque merezco respeto... Pero, ¿por qué? Porque conmigo no se jode, porque ¿usted sabe con quién está hablando?

En portugués, la última pregunta –“você sabe com quem está falando?”– es el título de un artículo del antropólogo brasileño Roberto da Matta que, a mediados de los ’80, motivó un espléndido ensayo de Guillermo O’Donnell. En aquellas “notas sobre sociabilidad y política en Argentina y Brasil”, O’Donnell reflexionaba sobre similitudes y diferencias entre determinadas expresiones a las que apelan personas de diferentes grupos sociales en Buenos Aires y Río de Janeiro. Cuando un porteño o un carioca consideran que alguien de rango inferior “se desubicó”, pueden “ponerlo en su lugar” con una de esas preguntas retóricas: “¿usted sabe con quién está hablando?” o “¿quién se cree que soy yo?”. Una diferencia, observaba O’Donnell, radica en la respuesta: si el carioca reacciona de manera sumisa, el porteño puede despacharse con un contraataque: “¿Y a mí qué mierda me importa?” Lo interesante, razonaba el autor, “es que, igual que en Río, en Buenos Aires la jerarquía social, aunque impugnada, también queda ratificada en el mismo acto”.

A la distancia social que establece entre los hablantes, la frase “conmigo no” añade otra connotación, un matiz, si se quiere. Cuando considero que un interlocutor “se desubicó” y digo que “conmigo no”, estoy declarando que yo estoy exento de algo que sí es atinente a otros, porque “conmigo no” implica que “con los demás sí”. La declaración pretende erigir lo extraordinario –la excepción– ante lo ordinario –la regla–. Sólo en una sociedad con profundas corrientes conservadoras y reaccionarias podría una expresión así –menos democrática que elitista, por si no quedó claro– encontrar alguna supervivencia en réplicas y repeticiones, con el último e íntimo afán de reponer jerarquías que se sienten vulneradas.

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