MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS

La parte por el todo

 Por Sandra Russo

Si este país fuera un pizarrón, se vería una flecha salir de la escarapela y llegar a aquello que en la dictadura se llamaba “el ser nacional”. Gracias a las Ciencias de la Comunicación, y a saberes relacionados con ellas que han tenido un extraordinario desarrollo en las últimas décadas, hoy es posible, claro (¡Acá siempre es posible casi todo!), pero mucho más difícil que un sector pretenda hacer pasar sus intereses por los de “todos”, o que se embandere impunemente con “la argentinidad”, sin que nadie pegue el grito.

Ha pasado. Ha pasado y no se gritaba. Los sectores financiero y militar hicieron en su momento un atroz merchandising con los colores patrios, hicieron de la escarapela un packaging del argentino modelo, o del argentino tipo, o del argentino promedio: quiero decir, de alguien que no existe. No importaba. O mejor dicho: invocando al que no existía, hicieron y deshicieron biografías de gente real, de carne y hueso, con nombre y apellido. Usaron los símbolos para tragarse a los opositores.

Pero es como el truco de un mago que uno ya conoce. El espectador no se concentra en la paloma que sale del sombrero: deja fijos los ojos en la manga del mago. A propósito, hace ya un tiempo hubo un reality show que no llegó a prosperar por la protesta, precisamente, de los magos. Sin el secreto del truco, su oficio no tiene chance. Un reality que expusiera en detalle cada truco era pura ganancia para el reality, y un pasaporte a la muerte para el oficio del mago. Los magos se defendieron. Se dio por válido el razonamiento.

Hay saberes vinculados a la Comunicación, como la Semiología, por ejemplo, cuya esencia radica en mostrar los trucos del lenguaje. Desarticularlos. Antes no los había. Antes estábamos inermes. Vestir una ciudad de celeste y blanco o repartir escarapelas es un ardid más bien sencillo y burdo, toda vez que no es el patriotismo lo que impulsa esos actos, sino una pretensión de representación inexacta, desproporcionada, voraz, falaz, cretina.

Varias generaciones fueron rehenes del truco montado ya a principios del siglo pasado, cuando se estableció que algunos eran más argentinos que otros, y cuando se decidió que algunos iban a formatear la idiosincrasia nacional sin la participación del pueblo. Así, resultó que el modo de vida “occidental y cristiano” era el inequívocamente argentino, y dentro de ese modo de vida tabulado, pautado, controlado, la política era basura.

Hoy que los chacareros le han tomado el gusto a la política, enhorabuena si se agrupan y dan forma a un partido político que pueda competir en elecciones. Pero no es ésa la ruta que avizoran por el momento, ya que hasta ahora persisten, sus representantes, en pretender representar más que los intereses de su sector. En una nota que pasó TVR hace una semana, un ruralista, al principio del conflicto, era interpelado por un cronista. “Bajan las retenciones o se van”, decía el hombre, refiriéndose al Gobierno. Los presidentes de las entidades agropecuarias han recurrido, desde que la crisis se les fue de las manos y desde que comprobaron que no era tan fácil como a ellos les parecía hacer retroceder al gobierno que lidera una mujer, al otro viejo truco: “Las bases nos desbordan”.

Bueno, aquí y en todas partes cuando algo álgido estalla, las bases desbordan. “Las bases”, aisladas en su microclima, enamoradas de su propia épica, tienden a creer que la pelea por sus ganancias es una “patriada”. Pero esos presidentes de entidades sectarias deberían revisar de qué modo y con qué argumentos fogonearon durante todo el conflicto a “sus bases”. Cómo les calentaron las orejas. Cómo dibujaron, hacia afuera pero también hacia adentro, un poder de maniobra que necesariamente es acotado, y está bien y es democrático que así sea, ya que acá nunca hubo, como rezó cierto relato “pro-campo”, dos partes en conflicto. Hay un Estado nacional que actúa y regula, y un sector que reacciona y se defiende. Pero incluso en esa presentación del panorama, heredamos del pasado teorías dípticas y simplistas, teorías mentirosas, que prefieren suprimir diferenciaciones sustanciales y, haciéndolo, avivan los fuegos.

Ni la bandera ni la escarapela son de nadie y ni la bandera ni la escarapela hacen más argentino a nadie, ni mejor, ni más honesto, ni más sincero. ¿Insistirán mucho más con este tipo de trucos desgastados? ¿Seguirán mezclando soja con nobleza, tractor con fuerza de voluntad, pollo con valentía y lácteos con coraje?

Probablemente las cosas tendrían una solución más rápida y más sencilla si dejaran los símbolos en el lugar que les corresponde, que es un lugar colectivo, y se abocaran a ver cómo siguen trabajando dignamente en un país en el que hay muchos otros que aspiran a lo mismo.

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