MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS

¿Por qué “ataques” y no “críticas”?

 Por Santiago Dile *

Un mito peligroso viene siendo mencionado desde tapas y titulares de algunos diarios de los así denominados “serios”: el de los “ataques a la prensa”. Estos supuestos “ataques” salen publicados en “la prensa”, que denuncia públicamente a través de sí misma haber sido agredida. “La prensa”, que se pretende reflejo de la realidad, nos habla con su propia voz y –como a Maradona– le gusta referirse a sí misma en tercera persona.

Esta forma de titular es ya un clásico de la relación de los Kirchner con ciertos periodistas y medios de prensa, y aparecen toda vez que la Presidenta o el ex presidente discuten, responden o critican una nota. Son más habituales desde que el reemplazo de la Ley de Radiodifusión 22.285 de la dictadura está en la picota, y tienen una particularidad notable: desnudan la doble condición de los medios de comunicación. Los diarios –y los medios en general– no son sólo el (principal) terreno donde se desarrolla la lucha política sino también actores implicados, con intereses en juego en esa lucha.

Si en esta columna hemos de cazar algún mito, partamos por reconocer que su construcción reside siempre en el uso de las palabras. Un viejo maestro vienés de psicología gustaba decir que si se concede en su uso, se acaba cediendo en todo lo demás. La primera palabra en cuestión son los “ataques”. En el imaginario, el término se asocia con una acción agresiva, y suele utilizarse en el mundo del deporte y, sobre todo, en aquel del que deriva su uso, el militar. Ambos tienen en común la puesta en práctica de estrategias para obtener la victoria frente a un adversario (deportivo, político) o enemigo (militar).

Una acepción de “ataque” bien puede ser la de “crítica”, que sin duda es más adecuada para definir el intercambio que se viene sucediendo en procura de la legitimidad discursiva ante la opinión pública. Pero no es lo mismo decir “ataque” que decir “crítica”, porque “ataque” nos introduce en cierto clima semántico de contienda bélica, más apropiado para encuadrar la acción de Colombia contra Ecuador o el bombardeo de las oficinas de Al-Jazeera en Afganistán que para el debate en torno del rol de la prensa en una sociedad plural y compleja que va consolidando su democracia.

El mito se completa con el uso del sustantivo singular, pero colectivo, “la prensa”. Al publicar que es “la prensa” la que está siendo atacada, esos diarios escamotean su identidad y solapan sus propios intereses bajo rótulos institucionales. Me recuerdan a un profesor de sociología del colegio nacional que imitaba a Franco Macri diciendo “los mercados están nerviosos”, a la vez que de modo ostensible secaba su frente sudada.

Al arrogarse la representatividad de toda “la prensa”, estos medios producen un deslizamiento de la discusión al terreno de la libertad de expresión y el rol de la prensa como control del gobierno. A través de esa apropiación semántica pretenden erigirse en guardianes de la democracia, pero las omisiones son escandolosas: omiten, por un lado, que hay otros diarios con igualdad de derecho para ser parte de la categoría “prensa”. Que no todos ellos reciben críticas por la forma en que editorializan la información y construyen la noticia. Y omiten fundamentalmente que, pese a reclamar el sitial de custodios de la democracia, no tuvieron mayores inconvenientes a la hora de convivir, apoyar y hacer negocios con nefastas dictaduras, particularmente la última.

También es discutible que el único rol posible de los medios sea oponerse al gobierno para constituirse en los “perros guardianes” de la democracia, que es como la teoría liberal gusta definir a la prensa. Muchas veces el repiqueteo incesante de medios omnipresentes (en multiplicidad de plataformas pero con los mismos mensajes) corroe la legitimidad de gobiernos democráticos, al punto de complicar la gobernabilidad y, en definitiva, jugar con la continuidad misma de la democracia. Prolongando la metáfora, cuando el perro guardián tiene rabia y se torna peligroso para el vecindario, las autoridades tienen al menos la responsabilidad de advertir “cuidado con el perro”.

Un diario es un dispositivo que procesa significados y construye realidades para consumo de masas, no un mero proveedor de un commodity denominado información. Un diario es una herramienta cultural que produce y reproduce ideologías, una matriz potencial de identidades políticas. Consciente o no, reconocido o no, un diario nunca es independiente. No lo es de sus lectores, de la comunidad a la que pertenece y ni de su historia. No lo es de sus anunciantes. Mucho menos, de sus propios intereses corporativos, en especial cuando estos trascienden la misión periodística.

Una ley de la democracia para regular el rol de los medios debería contemplar estas cuestiones, privilegiando el derecho primordial de libertad de expresión pero contrapesándolo con el derecho a la información de ciudadanos y ciudadanas, que incluye el de conocer quién les habla y en nombre de qué intereses. De esta manera, el espíritu de la nueva ley de radiodifusión será superador de ese supuesto “ser nacional” a cuyo nombre se apropió la identidad de todo un pueblo.

Sartre gustaba decir “somos lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”. Stuart Hall, padre de los estudios culturales, algo similar: identidad es ser y advenir. Para hacer de nosotros un mejor pueblo, para advenir a una civilidad más justa y racional, es hora de que argentinos y argentinas elevemos la calidad democrática de los espejos que, diariamente, nos hablan de nosotros mismos.

* Psicólogo (UBA). Master en Política y Comunicación (LSE).

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