MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS

Las gitanitas y el zoológico

Europa y sus nuevas leyes inmigratorias generan lecturas en los medios argentinos que se contradicen con el racismo autóctono.

 Por Lautaro Cossia *

En el podio informativo de las últimas semanas, hay una fotografía. No es aquella que, con Eduardo Buzzi a la cabeza, incorpora a la Federación Agraria a los anales de la Sociedad Rural. No, la fotografía de la que hablo es, antes que nada, una denuncia social. Un testimonio de la indiferencia que tiñe a Europa y sus políticas de segregación étnica y religiosa. Una imagen que intenta decir antes que mostrar.

En primer plano se ven dos cuerpos inertes, cubiertos por toallas que dejan ver la infancia de los pies desnudos. En el fondo, apostados contra las rocas, separados por algunos metros de arena sucia y pedregosa, una pareja de veraneantes mira la escena. Apenas incorporados, miran. Rendidos al sol, miran. El episodio tuvo lugar en una playa napolitana. Las niñas, nos informó la prensa, murieron ahogadas un rato antes, en medio de la desidia general. Vivían en campamentos de inmigrantes. Se llamaban Cristina y Violeta. Eran gitanas.

Varios días deambuló esa imagen por mi cabeza. Se anudaba con noticias llegadas del Viejo Continente, la militarización de Italia, el estado de emergencia decretado por el gobierno de Berlusconi ante el “excepcional flujo de ciudadanos extracomunitarios”, hecho que para la corresponsal del diario La Nación indujo una pregunta sintomática, expresión de “nuestros” prejuicios: “¿Qué harían cientos de familias italianas que dependen de las niñeras filipinas, peruanas y bolivianas, o los miles de ancianos que sobreviven gracias a las badanti cuidadoras que los atienden?” (sic). También regresaba cada vez que periodistas o comunicólogos, como gusta decir Carlos Monsiváis, dieron cuenta de la tragedia, sensibilizados todos con esa compostura ante la muerte. No faltaron los lugares comunes ni el maternalismo hipócrita que inunda las radios argentinas: “Pobrecitas, pobrecitas, pobrecitas”. Un periodista con chapa hasta se animó a describir los ecos nauseabundos provocados por la fotografía. Tampoco faltaron, es cierto, quienes hicieron de la fotografía una posibilidad de informar sobre el creciente racismo europeo, leído en esa imagen como un diagrama ideológico de las sociedades contemporáneas. Así pasaron los días, hasta que el tema perdió carnadura periodística, y yo develé esa inquietud persistente.

Hace algunos meses, apenas iniciado el conflicto entre el gobierno nacional y las corporaciones agrarias, el espacio Carta Abierta denunció el papel fundamental de los medios masivos de comunicación más concentrados, tanto audiovisuales como gráficos, “a la hora de estructurar ‘la realidad’ de los hechos; medios que gestan la distorsión de lo que ocurre, difunden el prejuicio y el racismo más silvestre y espontáneo, sin la responsabilidad por explicar, por informar adecuadamente ni por reflexionar con ponderación las mismas circunstancias conflictivas y críticas sobre las que operan”. Durante todo el conflicto, ésas y algunas otras voces repiquetearon en el vacío, imposibilitadas de ser escuchadas por quienes solamente tenían oídos para la palabra áurica y virginal del torito entrerriano, figura exótica del último palco rural.

En ese contexto, el grueso de los medios tuvo una decisiva intervención intelectual, comunicacional, informativa y estética en la definición del rol jugado por los actores sociales y políticos que intervinieron. Y mientras De Angeli y compañía pasaban a ser la expresión sacrosanta de la patria, las clases populares eran vistas como una masa amorfa de marginalidad azabache a la que no se le reconoció otra lógica que la del arreado. Caracterización resumida en una frase trillada pero implacable a la hora de cristalizar imaginarios sociales: “Van por la coca y el choripán”, menú caro a la mística peronista.

Hoy, voto “no positivo” mediante, sin embargo, habría que precisar parte de aquel esquema interpretativo, ya que los medios nutren imaginarios montados en prejuicios sociales largamente incubados. Imaginarios que hechos sentido común aparecen como una fuente de interpretación en momentos de conflictividad social aun para los sujetos que padecen dichos prejuicios. Es cierto que el racismo ha sido una gramática mediática, pero es, fundamentalmente, una gramática con denso anclaje social. De lo contrario, el desempeño de Micky Vainilla, músico pop al que Diego Capusotto llena de prejuicios inconscientes con el que se identifican los porteños, no podría resultar una parodia efectiva. De lo contrario alguien, aunque sea algunos pocos de todos los que de buena leche creyeron en la protesta campestre, se tendría que haber abochornado con esa fotografía parida por la lengua ensojizada de Llambías: Acá la gente, allá el zoológico. De lo contrario habría que creer en esos periodistas apesadumbrados por el chauvinismo y la persistente discriminación europea: ¿o acaso no es una impostura tanta sensibilidad periodística ante la muerte de las gitanitas luego de tanto silencio?

* Periodista.

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