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El disfrute después de los 50

Analía Efrón, socióloga y periodista, relevó en un libro las experiencias de muchas mujeres de más de 50: contra la voz social que pone su único acento en la juventud, el climaterio da paso a un nueva gama de placeres.

 Por Sandra Russo

Una noche memorable. Memorablemente espantosa. Dice que los contó, pero lo más probable es que se trate de un recuerdo deformado por la impresión y el susto: Analía Efrón asegura que esa noche tuvo setecientos escalofríos intercalados con sudores. Tenía casi 50 años, y sabía que se acercaba la menopausia, pero esta socióloga y periodista asegura que ni por las tapas imaginaba que la menopausia podía hacer una entrada a escena tan frenética como ésa. Cuando todo estuvo más claro y la impresión y el susto pasaron, Efrón estuvo en condiciones de evaluar la nueva etapa de su vida, y de compartirla con otras mujeres. De allí salió Animarse al cambio. Mujeres al filo de los 50, un libro en el que, además de información sobre escalofríos y sudores, se habla de algo muy distinto: la nueva noción del placer que sobreviene a esa edad.
“¿Por qué no avisan?”, le preguntó Efrón a su ginecólogo después de la noche terrible. “Porque si no, todas las mujeres van a empezar a hacer esos síntomas de manera histérica”, le contestó su majestad el doctor. Casi furiosa, como buscando un espejo, Efrón empezó a internarse en lecturas sobre el climaterio, y comenzó a advertir todas las variables que se cruzaban en él: las había biológicas, pero también las había, y en abundancia, culturales. “No es cualquier etapa. En el cuerpo pasan cosas, pero en la casa también. Es la época del nido vacío, porque los hijos se van, y si no se van, es la época de las nueras o los yernos: hay que empezar a convivir con gente que uno no eligió. Y además, el psiquismo de la mujer se revoluciona. Se revisa todo el propio ser femenino: los partos, los abortos, la menstruación, la sexualidad. Trabajé con la idea de que tenemos treinta años por delante, con lo cual creo que hay que desdramatizar el climaterio. No es que me llegó y me moiro: lo que hay que hacer es saber transitar esta crisis.”
Las entrevistas que hizo para el libro la condujeron a hacer talleres con mujeres de esa edad –que coordina junto a una terapeuta corporal–. Y en ellos Efrón confirmó algunas sospechas. Por ejemplo, que a partir de los 50 era verdad que cambiaba la vivencia del cuerpo, pero que ese cambio muchas veces conducía a una mejor relación con el placer. O que aparecen nuevas habilidades, nuevas vocaciones, nuevas capacidades, que en muchos casos son las que quedaron dormidas desde la adolescencia y recién ahora encuentran su justo peso en las prioridades de cada mujer. “A eso yo le llamo madurar”, dice Efrón. O sea, a darle importancia a lo que para cada una tiene importancia. “Si una no se deja atrapar por los síntomas y por la voz social que te dice que ya nadie te tiene en cuenta, esta etapa es maravillosa.”
Se retoman cosas. Las que alguna vez quisieron pintar, pintan. Las que alguna vez quisieron escribir, escriben. Las que alguna vez quisieron hacer teatro, lo hacen. Las que alguna vez quisieron bailar tango, bailan. Cae cierta barrera de pudor con una misma. Y sobre todo con la imagen de una misma que se les da a los demás. Todo esto está muy vinculado a la nueva forma de placer. Porque, por un lado, también es cierto que muchas mujeres, relevadas ya de la función reproductiva, se ponen hechas un fuego y redescubren o directamente recién ahí descubren el placer sexual, pero según Efrón, el placer después de los 50 en general está muy vinculado a pequeñas gratificaciones que las mujeres nunca se han permitido. “A partirde los 50, es cierto que hay que cuidarse de lo que uno dice. Estás sospechada de vieja. Una cosa es cierta: hay una energía inagotable que se terminó. Pero también es cierto que ésta es una etapa de placeres secretos.”
¿Qué placeres? No hay que romperse mucho la cabeza para imaginárselos: el vigor, la impaciencia y las inseguridades juveniles dan paso a otra manera de tomarse las cosas. Llega el erotismo, que a cualquier edad necesita su propio ritmo, su lentitud, su regodeo, su capacidad de fascinación. Mucha gente lo descubre recién en su madurez, y ese hallazgo la ilumina.
“Hay una mirada paterna y materna que tal vez estuvo presente toda la vida adulta, y recién aquí se suaviza o se diluye, porque los padres o ya no están o están muy viejos, y al estar viejos se infantilizan o se dulcifican. Muchas personas se liberan, entonces, de esos mandatos que quedaron toda la vida sostenidos por esas miradas rígidas, y pueden empezar a hace algo muy simple: disfrutar”, dice Efrón. Eso hace que cuando las condiciones socioeconómicas lo permitan, la calidad de vida mejore. No se trata de grandes cosas. Son gestos, cambios sutiles, vínculos que se aprovechan y se cultivan. “Entre mujeres, la competencia afloja, se vuelve a tener amigas del alma, contactos diarios con esas amigas, se comparten salidas, se hacen confidencias, se aprende a acompañar y a dejarse acompañar”, señala. Y una asiente mientras la escucha, porque todo lo que dice remite a escenas cotidianas en las que, en bares, en teatros, en clubes, grupos de mujeres maduras son las que más se divierten y se involucran, son las que más se dejan ver en ese estado esquivo del pasarlo bien.

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