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Arte hot

La artista plástica Mirtha Bermegui expone en la galería de Filo sus pinturas y sus esculturas eróticas, en las que estiliza los códigos del porno. Tardó mucho tiempo en descubrir que ése era “su tema”, pero ahora que lo sabe, está cómoda y provocativamente instalada en él.

 Por Sandra Russo

Dice que no quiere pecar de ingenua, pero aunque quisiera no podría. Mirtha Bermegui no tiene un pelo de ingenua, y no necesariamente porque haya llenado la galería de arte ubicada en el subsuelo de Filo con las inmensas vaginas y los descomunales penes que ha pintado. Bermegui no es ingenua porque se le nota –no puede disimularlo– que sabe perfectamente lo que quiere. Y va hacia allí.
Fue directora creativa de la agencia publicitaria Walter Thompson durante diez años, pero un buen día se cansó del frenesí del marketing, y no pudo evitar, dice, serse fiel. Puso su propia agencia de marketing directo, llamada Boomerang, en un movimiento que algunos podrían calificar como descendente, de la megaempresa a la empresita personal, pero que ella lee, con todo derecho, como ascendente: subía cada vez más a su propio horizonte, en el que no se divisaban avisos ni pautas publicitarias, y sí, como se verá, estas inmensas vaginas y estos penes descomunales que ahora la tienen por artífice.
Su camino en la plástica reconoce a dos maestros: Mirta Narosky y Sergio Bazán, con los que su propio horizonte erótico empezó a quedar todavía más cerca, aunque ella jura y perjura que en aquel momento no lo sabía. Cuando llegó al taller de Bazán, Mirtha llevó su carpeta, los trabajos que había hecho hasta entonces. Y él eligió uno, una obra pequeña, en la que se veían diversos encastres entre tuercas y tornillos. “Eso es lo que hace un maestro”, dice Mirtha. “Sabe ver”. Y agrega: “El vio antes que yo lo que tenía que pintar, lo que quería pintar”.
Una incursión en el diván de un psicoanalista y la devoción por el trabajo guiado por Bazán la terminaron de conducir hacia lo que hoy es su propio, claro, explícito y bello lenguaje: el arte hot, el arte entrelazado con los códigos que rescata del porno.
“Una vez que fui soltándome, me solté en todo: en el tema, en el formato y en el tamaño”, dice, mirando de reojo esas pinturas enormes en las que los genitales de hombres y mujeres se acercan, se vislumbran, se rozan, se dejan ver en toda su crudeza. “En mi primera muestra colectiva, cuando todavía estaba con los juegos de encastres, un tipo se me acercó y me dijo ‘qué erótica es tu obra’, y yo me puse colorada.” Es ahora cuando ella dice: “No quiero pecar de ingenua”, cuando relata que a pesar de la carga de su muestra actual, en el cuaderno de mensajes de galería nadie escribió ni una sola grosería.
–Pero estarás preparada. Después de todo, pintás provocaciones.
–Pero yo me cago de risa pintando lo que pinto. Está todo desdramatizado. Yo no hago porno: trato de hacer arte con el porno.
Dice que fue “muy tímidamente” que se acercó al mundo del porno. “Yo no era ni soy consumidora porno. Compro revistas y las observo detenidamente, pero como con ojo de cirujano: veo texturas, partes interesantes, veo dónde hay tensión”, asegura. Ya pasaron varios años desde que en el taller del que acaba de “egresar” después de esta muestra, Bazán un día le dijo, al ver esas turgencias y esas lubricaciones que pugnaban por ir de lo abstracto a lo figurativo: “¿Por qué no te comprás una revista porno?”. Esfácil imaginarse al maestro agregando “¿y te dejás de joder?”. Es que ahora es tan evidente, también para ella, que “su tema” es la erótica, que es casi imposible imaginársela pintando alguna otra cosa. “Y sin embargo, te juro, te juro, te juro, tardé un año en animarme a comprarla”.
Este año, la obra de Bermegui estuvo presente en las exposiciones de Erótica Urania y en la Expo Sensual y Erótica, las dos movidas que en Buenos Aires concentraron toda la oferta y el espectro artístico que merodea esta zona temática. De esa zona Bermegui por ahora no piensa correrse ni un milímetro, y lo bien que hace, ya que, según cuenta, pasaron muchos años y hubo que saltar muchas murallas internas para animarse a estar como está ahora, cómoda y lúdicamente instalada entre sus esculturas que muestran caderas pulposas de mujer con la tanga sabiamente corrida de lugar, penes de los que cuelgan medias brillantes, siluetas femeninas recortadas entre el ombligo y la altura de la liga, que se alejan drásticamente de las figuras de las modelos puro hueso y ahondan en la idea de mujeres hechas de carne ardiente. En una muestra de arte digital, que Bermegui también cultiva, cuenta que la gente, en sus mensajes, la mal entendía. “¿Por qué no te hacés coger?”, rezaba, por ejemplo, una de las esquelas. Y ella se ríe, no lo toma a mal, claro, pero se ríe, porque dice que quien le escribe eso “no entendió nada”. Como fuere, Bermegui tiene muy claro su panorama y sus aspiraciones: es una artista hot con un rumbo tomado y los museos eróticos más importantes del mundo en la mira. Y algo se huele: seguramente allí estará.

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