PLACER › OPINION

Caminatas

Por Carlos Hugo Sánchez *

Se trata de imponerse metas. Pero no hablo de cosas presuntuosas, objetivos en la vida, ese tipo de exageraciones. No. Me refiero a modestas metas visuales. Lo ideal es una playa lo más deshabitada posible, esas que podemos encontrar en el norte de Brasil o en nuestra Patagonia. También pueden servirnos un camino de tierra y un paisaje montañoso.
Entonces, ya con los pies sobre la arena, debemos elegir la derecha o la izquierda. Posiblemente nos tiente más la izquierda; qué sé yo, se parece más a nuestros deseos y además, hacia la derecha, nos hemos topado con cadáveres. Descubriremos nuestro primer y luminoso objetivo: un lejano muelle de pescadores, la silueta seductora de un faro, un acantilado alto y agreste que nos permita adivinar, a sus pies, un pedacito de playa dorada.
Es importante que caminemos como distraídos, nadie deberá notar que cumplimos con un destino sin urgencias, pero férreo. Miraremos el mar, que nos vigila desde la derecha. Como toda cosa ubicada en ese lado, el mar es siempre el mismo y tratará de convencernos de que está bien que sea así. Muchos quedan atrapados por ese magnetismo poderoso de lo inmutable, pero no nosotros, que siempre estamos incómodos con ese tipo de equilibrios.
El mar, como toda llanura, tiene el privilegio de un horizonte. Pero esa raya no nos tienta, porque hemos leído a Galeano y sabemos que sólo sirve para que caminemos, que no es un verdadero destino. Nosotros amamos lo distante pero concreto, nuestra felicidad se enamora del misterio de los objetos lejanos, los que están desdibujados y magnificados por la distancia.
Aunque, arribados al muelle, a la magia del faro o al acantilado pedregoso, nuestra sensación de plenitud no sea duradera. Y no porque la provisoria meta, el objeto de nuestro amor, nos haya desilusionado, sino que, ya lo tenemos, no sabemos muy bien qué hacer con él y, en un arrebato de impotencia, miramos la continuación de la playa, recordamos que alguien nos dijo que más allá están los restos de un barco hundido, y entonces, con esa nueva meta, con ese proyecto de felicidad que nos acelera el corazón, reanudamos la marcha, disimulando, disfrazando de aleatorio lo que no lo es.

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