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Olvidarse

 Por Sandra Russo

Este es un placer muy 02, y seguramente compartido. Un placer muy argentino. Esquivo, infrecuente, placer de dioses pero de dioses de entrecasa, de dioses en pantuflas, de dioses contracturados. Tiene lugar sin que uno se dé cuenta y ésa es su mayor gracia, su arte de magia, su toque de misterio. Puede correr por diferentes carriles, es decir: puede ser un placer erótico –y en ese caso, digno de panderetas y fuegos artificiales–, o un placer gastronómico, en cuyo caso uno quedará atorado pero satisfecho, o un placer familiar, y entonces seremos seres agradecidos a la vida por haber construido ese nido cuya estabilidad nos demanda tanto esfuerzo, pero que vaya si nos devuelve, y con creces, tamaña responsabilidad. Se trata, lo digo de una vez, de olvidarse. De olvidarse del banco y del cheque y de Duhalde y del dólar y del crédito y de todo.
Son ratos, recreos, lapsus en los que la Argentina queda lejos o por lo menos afuera. No hace falta embarcarse en ninguna aventura extraordinaria, porque vamos, ¿quién está en estos días con la energía necesaria para salir al mundo a cazar endorfinas? Justamente, porque todos estamos de cama, a punto de engriparnos, angustiados, con la autoestima baja, con facturas vencidas, con sueldos por cobrar, con falta o con exceso de trabajo, esos ratitos que le ganamos a la crisis sobrevienen de pronto cuando ese resto de salud mental que todavía atesoramos nos empuja a buscar una noche a solas con ese o esa que a su vez deja de lamentarse y entramos en clima y nos bebemos unos tragos y desdramatizamos y jugamos a ser esos que éramos antes del corralito, seres humanos sexuados y disponibles para algún que otro juego. O cuando con los hijos se posterga la hora de mandarlos a dormir y hay charla y chistes y confidencias, y se nos pasa por la cabeza que eso y ninguna otra cosa es lo que vale. O cuando con amigos o sin ellos, en una fiesta o a solas en casa, distendidos o no, sábado o jueves, volvemos a recuperar la sensación de estar pasándola bien, rebien, de disfrutar.
Con qué poco gozamos y qué difícil se nos ha puesto el goce. Darse cuenta, después de cada uno de esos posibles ratos de bienestar, que uno ha podido en un lapso razonable de tiempo olvidar la Argentina nos reconcilia con nosotros mismos: caray, qué linda era la vida hace unos meses.

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