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Casas energéticas

Combinando nociones taoístas, budistas y confucionistas, el feng shui nació hace miles de años no como parte de la decoración de interiores sino como una herramienta para decidir dónde ubicar los poblados. Aunque trabaja con símbolos muy complejos, se basa en el sentido común.

Por Sandra Russo
Según consta en los registros de Amazon.com, actualmente son más de trescientos los títulos de libros occidentales que se refieren al feng shui (se pronuncia “fong shuei”). Hace escasos veinte años, los únicos textos existentes estaban escritos en chino, o en inglés antiguo: eran los de los misioneros del siglo XIX que habían considerado al feng shui un obstáculo supersticioso para llevar a cabo su tarea evangélica. ¿Qué pasó en estas dos décadas? Occidente se quedó sin respuestas para muchas de las preguntas que sus sociedades le obligan a formular y la new age impuso recetas orientales tras tamizarlas y simplificarlas. Más allá del vaho a incienso y ruidito a cascada que se asocian con las versiones más divulgadas del feng shui, lo cierto es que se trata de una complejísima trama de conocimientos taoístas, budistas y confucionistas puestos al servicio del buen hábitat.
Es un poco antojadizo trasladar principios de 6000 años de antigüedad que nacieron para ubicar las viviendas de los poblados neolíticos en la mejor posición respecto del agua, el viento y el sol, a torres urbanas recorridas por inextrincables redes eléctricas y de plomería. Como afirma Zaihong Shen, arquitecta y antropóloga cultural, en su libro Feng Shui, la armonía entre tu espacio interior y el medio que te rodea (Alamah Visual), es probable que los consejos de un experto en esta arcaica disciplina china terminen siendo muy parecidos a los de un arquitecto o un ambientador que hagan buen uso del sentido común. Porque de lo que se trata es de armonía, de juego de colores, de sonidos amables, de ventanas amplias, de buena orientación y buena ventilación.
Más allá de lo razonable o no de aplicar feng shui aquí y ahora, la historia de esta técnica que combina filosofía y religión es atractiva y después de todo sus mentores, con el correr del tiempo, adelantaron en muchos siglos conocimientos que Occidente, mucho menos respetuoso de los tiempos interiores y de la relación del individuo con el paisaje, tardó en codificar.
El feng shui propone disponer las viviendas y lo que las ocupa de un modo tal que el chi (la energía vital que va y viene de los seres humanos a la tierra) fluya sin obstáculos. Muchos siglos antes de ser una moda en la decoración de interiores, era una herramienta para decidir cuáles eran los lugares más aptos para erigir poblados. En la China antigua, estos principios recomendaban orientar las casas al sur para recibir mejor el sol y elegir un lugar al amparo de colinas para disipar los vientos. Con la observación sobre los climas, la geografía, los sistemas estelares y la salud humana se fueron trazando con el correr del tiempo teorías diversas, como la del yin y el yang, el I Ching o el Ba gua, que combinados dieron luz al feng shui. Dos métodos diferentes surgieron y continúan hasta ahora: la Escuela de la Forma (Hsing Fa), que data de la dinastía Chin (año 300 de esta era), y la Escuela de la Brújula (Li fa), basada en la energía que proviene de los puntos cardinales.
La Escuela de la Forma es la más antigua y originalmente estudió la ubicación de casas, poblados, edificios públicos y tumbas en relación condiversos accidentes geográficos. Se trata de un conocimiento que por su origen reverencia a la montaña, y sus símbolos más comunes son el dragón (montañas bajas, largas), el tigre (picos altos), la tortuga (montaña alta) y ave fénix (tierra plana o agua). Elegir un lugar en base a estos elementos supone que, cuanto mejor sea la decisión, más suerte tendrán sus habitantes. Pero la suerte es un concepto muy rico en Oriente: la suerte es una oportunidad. Cualquier oportunidad constituye de por sí una suerte, más allá de cualquier resultado.
La Escuela de la Brújula, en tanto, es un entramado difícil y no apto para no iniciados, en el que se mezclan cuadros matemáticos desarrollados al efecto, esquemas de círculos que simbolizan yin y yang, el ba gua (con sus trigramas crípticos que contienen información cifrada sobre las diferentes orientaciones y su relación con los puntos cardinales, los colores, las partes del cuerpo humano, las enfermedades más comunes, el número que las representa dentro de ese sistema, y cartas astrológicas.
Actualmente, quienes seriamente intenten aplicar nociones de feng shui a la ambientación de casas y departamentos usan conocimientos que traen de cualquiera de las dos grandes escuelas chinas. El propósito será siempre el equilibrio: en esa megasubjetividad que conforman los habitantes de una casa, la casa, los muebles que usan, el color de las paredes, los colores de sus objetos y de su ropa, sus plantas, el olor del barrio o del propio jardín o el jardín del vecino, la orientación de la casa, sus horarios de sol y de sombra, su temperatura, etc., habrá una predominancia yin o yang. El feng shui dará el diagnóstico: si el conjunto es demasiado yang, habrá que agregar yin o viceversa, y esto puede significar, según ese conjunto único e irrepetible, que conviene pintar las paredes de un color más claro o más oscuro, que sea recomendable o no tener mascotas, que hay que cambiar los muebles de lugar o agrandar ventanas, o abrir o clausurar puertas. Las tres áreas a las que el feng shui les presta más atención son la puerta principal de la vivienda, los dormitorios y la cocina. Si en esas áreas se ha logrado armar una buena combinación de yin y yang, puede decirse que sus habitantes cuentan con ventaja energética sobre quienes viven en lugares que les retacean, les comen o les disminuyen la energía.

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