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El placer de estar contigo

 Por Carlos Rodríguez

Hace mucho que no te escribo y es hora de que lo haga. Espero que no te moleste que haya decidido hacer pública mi carta, en la que quiero dejar sentado que es un placer tenerte a mi lado. Después de 12 años, más allá de todo lo que puede pasar en 12 años, sigo necesitándote. Algunas noches me despierto y te busco, tanteando las sábanas, la almohada vecina a la mía. A veces no te encuentro y recuerdo, entre sueños, el hospital, tu trabajo nocturno y maldigo a don Garrahan. Otras veces, aunque vos dormís, encuentro tu espalda, ese espacio entre los hombros y la nuca que tanto me gusta. Y sigo buscando rincones conocidos. Mis manos siempre intentan algo nuevo bajo el mismo sol. Y acariciarte cuando dormís es como espiar en el baño de las mujeres.
Claro que no me gustás sólo cuando estás dormida. Si estás despierta, mucho mejor. Y más me gusta despertarte, con el mate calentito, un mimo por acá, otro por allá. Algunas veces no sabés, de tan dormida, si soy yo o Richard Gere. Si estuvieras despierta sabrías que soy yo, y que soy mejor, en algunas cosas. Como ser... cebando mate. Cuando reflexiono sobre parecidos y diferencias, siempre tengo un método para levantarme el ánimo: me acuerdo de algunos momentos íntimos, hermosos, supremos y soy feliz como un tonto.
También me gusta que me hagas recordar de que hay que ir, sólo por el placer de pasar la noche juntos, a cada Marcha de la Resistencia en la Plaza de Mayo. Y a cada manifestación por una causa justa. Y a cada brindis de fin de año en el hospital, en medio de bebés y padres maltrechos, para saber que se puede reír y tener esperanzas, en medio del trajín de la terapia intensiva. El brindis tiene un sabor distinto, único. Ningún buen augurio es de compromiso, ningún beso es para guardar las formas.
Aunque nadie puede decir que el amor es eterno, que lo que se siente en el corazón nunca va a morir, yo te digo que después de 12 años te sigo queriendo. Y te lo digo por carta. No es lo mismo decirlo al oído, porque las cartas perduran, se vuelven a leer cuando uno quiere. Están ahí y, de alguna manera, pueden ser eternas. Yo sigo esperando que me llames “Loqui”, que me aguantes las boludeces, que digas “Carlitos” cuando te referís a mí hablando con terceras personas. Por ser una carta de amor, no hay ningún reproche. Sólo estoy para decirte que vos, junto con Paula, Silvio, Melina (1), Bruna (2) y hasta Julieta (3), son el antídoto contra ministros de Economía, presidentes, policías, militares y riesgo país.
(1) Hijos descarriados. (2) Perra ovejera descarriada. (3) Gata siamesa muy descarriada.

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