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El inventor de lo mínimo

John Pawson es el arquitecto británico que hace años impuso como tendencia lo que luego se llamaría “minimalismo”. Lo hizo, dice, porque, de cuna superacomodada, detesta “la obscenidad de la riqueza”. Ahora proyecta abadías de la orden del Cister.

 Por Sandra Russo

El y los miembros del estudio londinense que dirige están abocados actualmente a un enorme proyecto: una abadía para monjes cistercienses franceses que quieren radicarse en la República Checa. No es el primer monasterio que proyecta John Pawson, el joven y refinado arquitecto británico que creó, como tendencia contemporánea, el minimalismo. Es que, mientras en todo el mundo, y aunque combinada con otras corrientes menos rigurosas, todavía el toque minimal sigue imponiéndose más que como una tendencia arquitectónica o de decoración como un modo de vida, los monjes del Cister fueron rápidos en captar el contenido de la propuesta de Pawson: tener lo necesario y nada más, pero no desde la resignación de la pobreza, sino desde el aturdimiento que provoca la obscenidad de la riqueza. La historia personal de Pawson refleja ese recorrido: el arquitecto se refugió en el minimalismo como una forma para conjurar su infancia.
Cuenta Pawson, miembro de la clase alta británica, educado en la elite de Eton y según se definió él mismo, “alguien que en realidad hubiese podido vivir sin trabajar”, que se crió en una casa levantada en el siglo XVI, como el hijo menor entre cinco hermanos. Cada vez que una de sus hermanas y hermanos mayores se iba de la casa familiar, su padre tiraba un tabique y su propio dormitorio iba creciendo. Llegó a tener muchísimo más espacio que el necesario, pero nunca se negaba, sino que reclamaba, que su padre siguiera tirando abajo tabiques. Fue finalmente un habitante solitario en un piso gigantesco, pero desde el principio, desde que obtuvo el primer espacio anexado a su cuarto original, se guardó muy bien de agregar muebles u objetos: lo que fascinaba al joven Pawson era sencillamente ver crecer el vacío.
Sin la presión de estar obligado a tener una gran idea, la tuvo. Decoró a su gusto el departamento de su novia, que a su vez fue visitado por el escritor Bruce Chatwin, que a su vez le comentó a la gente que conocía lo fabuloso que le había parecido un simple departamento casi completamente vacío, y el rumor se extendió entre la gente sofisticada de hace una década, hasta llegar a oídos nada menos que de Calvin Klein. Cuando Calvin le encargó a Pawson la ambientación de todos sus locales, una nueva estrella de la arquitectura había nacido.
Pawson señala que en gran parte su inclinación por el minimalismo se debe a la educación metodista que recibió en su infancia. Nacido en la abundancia, fue marcado por la tensión que existía entre sus padres: su madre era extremadamente rigurosa con preceptos religiosos que le hacían entender como de mal gusto cualquier indicio de ostentación. Para ella, según recuerda Pawson, el carácter de una persona, para ser valioso, debía dar muestras de soportar no sólo la austeridad sino incluso el ascetismo. Su padre, no. Para él, “si se trataba de un coche debía ser un Rolls Royce, si se trataba de un perro debía ser un bullpit irlandés, si era una escuela debía ser Eton”.
La personalidad de Pawson se reafirmó recostada sobre las creencias de su madre, pero llevándolas a un plano incluso más radicalizado: Pawson aplica en sus proyectos una austeridad tal, que hace casi ostentación de ella. Como si sostuviera el gusto de su madre, pero lo aplicara con lamedida de su padre. Es, si se quiere, un fundamentalista del vacío en Occidente, un lado del mundo que jamás se llevó bien con las paredes sin cuadros, los cuartos sin muebles, las casas sin ningún color. El arquitecto sabe que su manera de proyectar pone mucho más en evidencia su propio trabajo que otras maneras más “decorativas” de entender la arquitectura. “Un espacio sin ornamentos necesita tener fuerza. Si tenés muchas ideas buenas, el peligro es querer juntarlas todas en un único diseño.” Para él la clave es el equilibrio. “Nosotros siempre decimos: simplifica y luego exagera, y la mayoría de la gente hace al revés, exagera y después simplifica. Si uno reduce demasiado, no queda nada, y si simplifica demasiado complica las cosas. El equilibrio es instinto y conocimiento, por eso cuando copian mi trabajo, fallan. No saben lo que están haciendo: complican los espacios en lugar de simplificarlos”, explica.
Ese tipo de simplificaciones de las que habla Pawson están lejos de ser lo que podría entenderse como “propuestas baratas”. Todo lo contrario. Lo simple requiere acabados perfectos, mantenimiento perfecto, materiales perfectos, ya que no habrá nada para tapar, disimular, embellecer: las casas minimalistas son casas desnudas, son como caras lavadas, sin maquillaje. Requieren, por otra parte, cierta disposición de ánimo y cierta seguridad: es con los ornamentos –cuadros, objetos, muebles– como usualmente se les dan a las casas sus estatus de clase. Pawson dice: “Pero creo que a lo largo de la vida todos tenemos en un momento dado el deseo de vivir con orden, sin ostentación, sin pretensión, libres de ruidos y distracciones. Desde ese estado es desde donde se puede apreciar lo simple como algo muy valioso. Todos tenemos la capacidad y a veces la necesidad de librarnos del lastre del exceso”.

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