PSICOLOGíA › UN DIáLOGO ENTRE CHICOS TAN DIFERENTES

El gordo y el flaco

 Por Eduardo Pavlovsky

Desde Caballito partió una familia en su coche hacia el norte argentino para pasar sus vacaciones. Al llegar a un lujoso hotel de la ciudad, el padre le recomendó a su hijo Mario que realizara los cuarenta y cinco minutos que el médico le había recomendado como caminata diaria.

El lugar era bellísimo y una vez cambiado en su ropa de sport, Mario zarpó tomando una calle que le pareció la más atractiva. Luego fue explorando otras rutas hasta llegar a un conjunto de casas de adobe; en la puerta de una de ellas encontró sentado a un niño que tendría su misma edad.

Mario: ¿Cómo te llamas?

–Julián –respondió el niño que parecía alcanzar los 12 años de edad.

Mario: Te noto muy flaco. Estás esquelético. ¿No morfás?

Julián: Tomo desayuno con mate cocido y una galleta. Después almuerzo algo de verduras y una sopa. A la noche no comemos.

Mario: ¡Tenés que comer!

Julián: No siempre hay. En casa somos ocho. Tengo cinco hermanos menores y el viejo y la vieja. Con lo que gana el viejo no nos da para morfar a la noche a todos. A veces cenamos tres. Otras veces los otros tres. Papá y mamá casi nunca comen. Dicen que es bueno no comer a la noche. ¡Qué sé yo! La vieja me enseño un método para no tener hambre a la noche. Me dice que mire un punto fijo, que no deje de mirarlo y que relaje los músculos hasta los esfínteres. El hambre se me pasa. Y vos, ¿qué morfás que estás tan gordo?

Mario: Me morfo todo. Abro la heladera y me hago un plato grande con lo que encuentro: fideos, pedazos de carne, me gustan mucho el puré y el lechón, pizza y ravioles. Además, siempre en casa mamá hace tortas y yo me llevo dos pedazos grandes –a veces tortas de frutilla y chocolate– y me hago una bandeja y voy a ver televisión. El año pasado pesaba 62 kilos, pero este año aumenté mucho porque como mucho chocolate, peso 73 kilos. A veces en el quiosco me compro diez alfajores de chocolate. Me vuelve loco el chocolate y me los morfo todos. Después me siento pesado. A veces, no siempre, vomito cuando me siento muy cargado. Me gusta morfar viendo fútbol o a Tinelli. Es una fiesta. Primero lo salado y después me empacho con dulces. Ver televisión me encanta. Me paso horas viendo televisión y morfando. Después la computadora, y a veces leo las lecciones del colegio. Pero los ojos se me cierran y entonces me apoliyo. Ultimamente no duermo bien. Por eso mis viejos me llevaron a la prepaga.

Julián: ¿Qué es una prepaga?

Mario: Una prepaga es un servicio médico que el viejo paga para toda la familia. Somos cuatro.

Julián: ¿Es cara la prepaga?

Mario: Es de las mejores y por 2500 pesos por mes tenés asegurada la salud de toda la familia. A mí me llevaron por mi obesidad. Una consulta. Y tuvimos la suerte que ahora las prepagas te cubren la obesidad.

Julián: Cubren, ¿qué es?

Mario: Te pagan el tratamiento. Una dieta muy estricta y ejercicios físicos. Por ahora caminar.

Julián: ¿Caminar?

Mario: Tengo que caminar cuatro kilómetros cuatro veces por semana y hacer la dieta. Caminar camino, como hoy que vengo caminando del hotel hasta llegar a tu casa. Pero lo hago una vez por semana. Me canso enseguida. Me fatigo. Pero morfar no puedo dejar de morfar. No me van a joder la vida con la comida. Eso es privado. El médico me reta porque no bajo y yo le digo que cumplo el tratamiento. Hoy me morfé asado, una raviolada, torta pascualina y me comí cinco alfajores de chocolate de postre. ¿Y vos en qué grado estás?

Julián: Yo ya no puedo ir a la escuela. Fui cuatro años. Queda a diez kilómetros y el viejo se lleva la bicicleta para ir a laburar. Yo como estoy no puedo ir caminando. Me duelen las piernas. Al principio lo hacía. Pero ya no puedo.

Mario: ¿Y qué hacés todo el día?

Julián: Me quedo en casa cuidando a mis hermanitos y ayudando a la vieja. Para colmo nos quieren aumentar el alquiler. La vieja hace pastelitos de membrillo para ganar algo y ayudar al viejo.

Mario: ¿Y no ves televisión?

Julián: Cuando voy a la ciudad con el viejo a veces veo algún partido. Pero muy de vez en cuando. Hay un bar que transmite los partidos.

Mario: No tener tele debe ser terrible.

Julián: Lo terrible es no poder morfar bien todos los días y no poder subir de peso. ¿Vos cuánto pesás?

Mario: 73 kilos, pero tengo 11 años.

Julián: Yo tengo 12 años y peso 39 kilos. Estamos jodidos los dos. Vos por mucho y yo por poco.

Mario: Te cuento que yo conozco pibes pobres que están gordos como yo. Se comen diez panes por día los locos. Conozco otros pibes pobres que traen comida del basural de León Suárez. Sacan la comida de las bolsas de basura que deja la gente. Y morfan bien. Como dice el viejo “aquí en la Argentina el que no come es porque no se la rebusca bien”.

Julián: ¿Vos crees en Dios?

Mario: Voy a un colegio católico, pero creer en Dios, creer en Dios, no. No creo.

Julián: Yo sí, mi viejo también. A veces rezamos juntos para que Dios nos ayude.

Mario: ¡Dejate de joder! Comprate o pedí prestado una bicicleta y andá al colegio.

Julián: A mamá una tía le paga una vez al año el viaje a Buenos Aires para ir a pedir ayuda a San Cayetano.

Mario: ¿Y la ayudó?

Julián: A estar en paz, así dice ella y yo le creo.

Mario: ¿Y vos creés que San Cayetano los puede ayudar? ¿En serio lo decís?

Julián: Yo no lo sé. Pero lo bueno es creer. Tengo esperanzas. Si no, ¿quién te ayuda? Decime, ¿quién nos puede ayudar?

Mario: Qué sé yo. ¿Y si te pasa algo hay algún hospital?

Julián: Tenemos cerca un dispensario con un médico que viene dos veces por semana. Pero le falta de todo. El otro día un hermanito mío se hizo una herida y el médico no lo podía coser porque no tenía hilo. Sin embargo, se las arregló para juntar los bordes de la herida con tira emplástica. Un buen médico.

Mario: ¿Es gratis?

Julián: Y claro, no podríamos pagar. En la ciudad hay un hospital, pero los médicos se quejan de que falta algodón, aparatos de cirugía, enfermeras, medicamentos. De todo falta.

Desde lejos se ve llegar en bicicleta al padre de Julián. Es un hombre envejecido de unos 40 años. Al llegar lo observa detenidamente a Mario. “Che, pibe, estás obeso. Cuidate. ¿Vos sos de Capital Federal? Casi todos los pibes obesos viven allí. Cuidate pibe que después se te puede complicar con el corazón y la diabetes. ¡Hacé una dieta! ¡Comé menos! Te lo digo por tu bien. Me lo dijo un médico de la ciudad.

Mario lo mira. Los tres se miran y Mario sin decir palabra comienza a recorrer el camino de retorno. A los 50 metros de caminata se fatiga y dice: ¡Qué carajo saben estos indios de mierda! ¡Y opinan de medicina! ¡Lindo país tenemos con estos analfabetos! Se vuelve a detener fatigado y comienza a llorar desconsoladamente.

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