PSICOLOGíA › PARA “REESTRUCTURAR” LOS PROBLEMAS

“La gente me traiciona”

Para los autores, “reestructurar marcos semánticos podría ser la maniobra central de la psicoterapia en general. La efectividad de las intervenciones supone un cambio en la construcción de significaciones, en los significados emergentes del sistema de creencias que surgen del mapa mental de la persona”.

 Por Marcelo R. Ceberio y Paul Watzlawick *

Una persona se queja: “La gente me traiciona, yo doy y doy con buena fe...”, pero, cuando espera una devolución compatible con su actitud se halla sola y frustrada por una respuesta contraria a la que ambiciona. Para ella el postulado del problema es “la gente me traiciona” y, si éste es el marco conceptual, todos los intentos de modificación rondarán bajo esta atribución. El giro de las tentativas de solución puede producirse cuando se cambia el enfoque del problema. Pero esta modificación se efectúa mediante una reformulación que implique redefinirlo. Tal vez el problema podrá reestructurarse, centrándolo en la omnipotencia del “yo todo lo puedo” bajo el disfraz del síndrome “Teresa de Calcuta” o “la mujer ambulancia”. A sabiendas de que, como buena abnegada, la persona siempre va a relacionarse con gente necesitada y a crear vínculos unidireccionales, de los cuales se puede esperar poco en los momentos en que ella lo necesite.

Otra posibilidad sería focalizar el problema en su dificultad de decir que no, o cuando la culpa le impide poder decir no. Cualquiera que sea la alternativa que se coloque para reconceptualizar el problema implica que, de acuerdo con este nuevo marco, se desarrolle un nuevo juego. Por lo tanto, se aplicarán soluciones alternativas, ajustadas a tal enfoque, que generen la modificación de las acciones y su consecuente solución.

La historia narrada acerca de lo sucedido, entonces, no es el pasado: en todo caso es una versión, un cuento que la persona se cuenta acerca del pasado. Esta versión lleva indefectiblemente a una reiteración de acciones que provienen de los marcos semánticos con que se reviste la historia. Cuanto más se interacciona desde esta versión de la historia, más se confirma y reconfirma la narración y, por tanto, se instaura más y de manera más rígida e inflexible.

Cuando contamos una versión alternativa a la historia original, en principio no cambiamos personajes ni contextos ni épocas, simplemente contamos un cuento diferente; en otras palabras, proponemos un nuevo marco de significados en los que se desarrollaron los hechos.

Es el caso de una mujer que se queja de que en su historia padece a un padre hiperexigente y rígido. Sufre por esto, ya que no se siente reconocida, sino descalificada en sus logros: “Cada vez que consideraba que había hecho algo muy bien, mi padre me señalaba lo que me faltaba”. Esta construcción o categorización le impedirá observar el cariño y la importancia que su persona tenía para este padre. Cambiar la tipología de padre hiperexigente y descalificador, permutándolo por un tipo de padre preocupado y ocupado para quien la hija es lo más importante, implica salir de una posición down y de baja autoestima y cambiarla por una posición up y de valorización personal.

El cuento de los tres picapedreros puede ser un buen ejemplo para el lector, si se trata de mostrar los marcos conceptuales como categorías en las que se incluyen las acciones y actitudes:

En un día de mucho calor, tres picapedreros se encontraban rompiendo piedras en una cantera. Los tres estaban ensimismados en la misma tarea, pero descargaban con diferentes intensidades el peso de la maza sobre las rocas. Las expresiones de sus rostros manifiestan distintos grados de concentración en su trabajo. Un observador que recorría el lugar –atento a la situación– supuso que todos eran empleados y que tenían una misma finalidad, pero la diferente actitud de cada uno lo confundía. Pensó primero que tal diferencia se debía a las distintas reacciones ante el calor. Pero decidió abandonar su supuesto, acercarse y preguntarle a cada picapedrero para qué o por qué picaba las piedras.

Se acerca al primero que, con un rostro tenso y aburrido, descarga su maza con violencia y desgano. Frente a su pregunta, contesta: “Pico piedras porque cometí un delito y estoy condenado a trabajos forzados por treinta años”. El segundo, más activo en sus movimientos, con un rostro que mostraba visibles signos de agotamiento, responde: “Pico piedras durante muchas horas porque necesito ganar dinero y alimentar a mi familia y cuantas más horas trabaje más dinero llevaré a mi casa”. El tercero, concentrado, ávido en su tarea y con un dejo de satisfacción tras cada golpe, le responde: “Pico piedras porque formarán parte de una de las esculturas que adornarán la catedral principal de la ciudad”.

Una misma tarea y tres marcos conceptuales distintos de los que surgen acciones, emociones e intencionalidades diferentes. Cada categorización, en cada protagonista, implica una acción que es coherente con el significado que la enmarca. Las acciones, reiteradamente, confirman la clase en la que se inscriben. En el primero, sus acciones confirman que la tarea es una condena. En el segundo, que el trabajo de picar piedras es la posibilidad de alimentar a su familia. Para el tercero es la expresión de su arte y la fama.

Por otra parte, hay un detalle que no debemos pasar por alto: las atribuciones del observador. El explorador, desde su estructura conceptual, construye una suposición: a pesar de que las acciones desarrolladas por nuestros actores son lo bastante explícitas como para servir de indicadores de las diferentes atribuciones que dan a su actividad, él supone que son diferentes reacciones frente al calor. La pregunta que formula desestructura el supuesto, al entrar en el universo personal de cada persona.

Parece ser, por lo tanto, que una acertada reestructuración sugiere prestar atención a los puntos de vista, creencias, valores, expectativas, premisas y, en definitiva, a toda la trama conceptual que da cuerpo a los marcos de significación y a las acciones que surgen de éste. De manera que, tomando una de las premisas que remarcó Erickson en su particular método de psicoterapia, el recurso de hablar el lenguaje del paciente resulta fundamental para desarrollar una reestructuración eficaz.

Hablar el lenguaje del paciente implica ingresar en su mundo de significados personales, razón por la que se erige en una herramienta que permite entender cómo cambiar los marcos conceptuales, no a la manera de una fórmula fija, sino tomando en cuenta las singularidades de cada persona.

Además, la mimetización del lenguaje analógico y verbal en las interacciones permite ingresar las reformulaciones de manera más fácil, economizando el tiempo necesario para encontrar una solución. Por lo tanto, hablar su lenguaje abarca tanto el plano semántico como el sintáctico y pragmático.

Así, por ejemplo, el pesimista está habitualmente enzarzado en un “juego” interpersonal en el que procura primeramente sonsacar a los demás sus puntos de vista optimistas y, en cuanto lo ha logrado, hace contrastar ese optimismo con su acentuado pesimismo, pudiendo entonces los demás insistir en “más de lo mismo”, es decir, en su optimismo, o bien ceder, eventualmente, al pesimismo del otro, en cuyo caso el pesimista ha “ganado” otro round, si bien en detrimento propio.

Este patrón de comportamiento cambia drásticamente en el momento en que la otra persona se muestra más pesimista que el mismo pesimista. Su interacción entonces no es ya un caso de plus ça change, plus c’est la même chose, ya que un miembro del grupo (pesimismo) no se combina con su recíproco o contrario (optimismo), manteniendo así la invariabilidad del grupo, sino que se produce un cambio mediante la introducción de una “regla de combinación” completamente nueva. Para llevar esto a cabo, se utiliza el propio “lenguaje” del pesimista, es decir, su pesimismo (Watzlawick, Weakland y Fisch, Cambio, ed. Herder, Barcelona, 1976).

Las aplicaciones de la retórica en la reestructuración deben generar interrogantes que ocupen el lugar de la habitual rigidez perceptivorreactiva, dejando al descubierto fallos en los sistemas cognoscitivos y de comportamiento. La duda, una vez instaurada, trabaja lentamente, devorando el espacio que ocupaba la lógica preexistente. Es la que abre la brecha que da lugar a un nuevo sentido sobre el objeto.

“La duda introduce una cuña que moviliza la entropía del sistema, produce una arrolladora y lenta reacción en cadena que puede llevar al cambio del sistema mismo. No obstante, un elemento que caracteriza al pensamiento sistémico es la flexibilidad de perspectivas que, juntamente con el constructivismo, posibilita la aceptación de la diversidad de construcciones que no implican falsedad o veracidad entre unas u otras, con lo cual la duda puede ser una de las refinadas estrategias de intervención” (Ceberio y Watzlawick, La construcción del universo, ed. Herder, Barcelona, 1998).

El signo lingüístico está compuesto por un concepto y una imagen acústica (Saussure, Curso de lingüística general), es decir, un significado adscrito a definiciones socioculturales de la lengua y el significante o imagen acústica, que marca una representación mental del objeto nombrado. Pero una tercera instancia de significación particular muestra la realidad de segundo orden de acuerdo con los patrones del mapa cognitivo del protagonista. Una palabra, la estructura de una frase o la articulación de un discurso en su totalidad denotan las creencias y valores de la persona que lo expresa y que lo imprime sobre el lenguaje mismo. Desde esta perspectiva, el lenguaje no representa una realidad, sino que la construye.

La reenmarcación actúa sobre tales marcos de significación permutando dichas estructuras lingüísticas con el propósito de elaborar nuevas construcciones semánticas y sus consecuencias en las acciones.

“El pasado de ella”

Un paciente puede justificar las reacciones agresivas de su mujer hacia él porque en su pasado se encuentran numerosas situaciones de violencia de la pareja de los padres de ella. De esta categorización se desprende la hipótesis lineal que avala tales reacciones. Redefinir la situación implicaría, por ejemplo, plantear la pregunta desde una perspectiva sistémica que lo obligue a involucrarse en el circuito de acciones: ¿qué está haciendo él para desencadenar tales reacciones en su mujer? Desarrollar este tipo de preguntas implica realizar una construcción que da vuelta la hipótesis original y, paralelamente, también, la categorización y el significado.

Pero, más allá de la pragmática, el ordenamiento de la puntuación sintáctica constituye también nuevos significados y nuevas realidades. En la estructura de la oración se implementa un repertorio de signos lingüísticos que determinan fluctuaciones de significados alejados de la semántica de cada palabra en sí misma. Las distintas interjecciones, puntos y aparte, puntos seguidos, comas y puntos y comas, interrogantes, signos de admiración, etcétera, pueden pautar las construcciones de realidades distintas, conformando una semántica alternativa a la estructura de la oración original.

Estos cambios de atribuciones de sentido se observan con claridad en las distorsiones que se producen en los mensajes trasmitidos mediante el rumor: “Me dijo un amigo del tío de Jorge que el tío le contó que Jorge dijo...”. Tales disfunciones se producen por diferencias en la puntuación y en la sintaxis, pero también en la cadencia del discurso que la distinta puntuación produce.

En la pragmática, según cuál sea la puntuación, se involucra alternativamente al emisor o al receptor. Esto quiere decir que se pueden adjudicar culpas o vítores con facilidad.

Historia de Rómulo

Rómulo hace ocho años que está casado y tiene un hijo de tres años. Conoce a su mujer, Noelia, desde que era estudiante en la universidad. Ahora a él le faltan pocas materias para licenciarse como economista, mientras que ella dejó en el segundo curso para dedicarse más a la casa y al futuro hijo, Enrique. El trabaja desde hace siete años en una empresa multinacional, donde realiza tareas administrativas, con la secreta esperanza de obtener un buen ascenso y un incremento de sueldo una vez que obtenga su título.

Desde hace tres se encuentra atraído, y cada día más –“Estoy enamorado”– por una compañera de trabajo. Viene a la consulta centrando su problema en su indefinición y en la pregunta: ¿me separo o no me separo? Esto que él llama “indefinición” le produce angustia, tensión, ansiedad y confusión.

En la historia de Rómulo se cuenta que sus padres no se manifestaban afecto, es decir, no los recuerda besándose, dándose un abrazo o simplemente tomados de la mano. En cambio, recuerda la parte caótica de sus relaciones: las discusiones en su hogar de origen eran “muchas y feas..., yo me angustiaba mucho, no era feliz”. Describe a su padre como “ausente”, nunca estaba, jamás lo llevó a una plaza o a jugar al fútbol.

Ahora y aquí, en su matrimonio, no se dan discusiones, pero advierte que él cada vez se ausenta más de su casa. Los fines de semana juega al fútbol con su grupo de amigos, estudia en bares y en las casas de compañeros. Destina pocas horas a estar con su hijo, con el propósito de evitar a su mujer. Y ésta lo cuestiona, intenta controlarlo más, se persigue y lo persigue y le cuenta sus fantasías y sospechas, reprochándole que él ya no está enamorado. También le habla de Enrique y lo manipula con la culpa. Rómulo huye más y más.

Cada día se “enamora un poco más de su compañera”, de manera que la relación con su mujer se deteriora cada vez más. Por lo tanto, toma más distancia con respecto a su hogar, y esa distancia también involucra al hijo. Para expresarlo de manera más concreta, se atribuye un 10 por ciento de ganas de estar con su esposa y, por lo tanto, un 90 por ciento de desgana.

Se da cuenta de que, por no querer repetir el esquema de su familia de origen, termina repitiendo el mismo juego. El desea separarse, pero lo asaltan los miedos a la soledad, a intentar una relación más comprometida con su compañera de trabajo y que no funcione. La culpa, fundamentalmente, lo invade cuando fantasea con que su hijo se sentirá abandonado. Todos estos sentimientos incrementan su confusión.

Si el lector siguió esta apretada síntesis se dará cuenta de que el paciente centra su problema en la categoría indefinición: las distinciones y las hipótesis acerca de lo que le sucede, juntamente con las puntuaciones de interacción y todos sus intentos por solucionar el problema, giran en torno de dicha premisa.

Reestructurar tal problema implicaría plantear que en realidad él tiene decidido qué hacer (con lo cual el problema no es la indecisión). Rómulo tiene bien claro que el deseo hacia su esposa ha mermado; es más, antes de conocer a su compañera también sentía que no era feliz en la relación. Pasar de estar indefinido a estar definido supone ya un salto cualitativo importante.

Pero, entonces, ¿cuál es el problema? La culpa parece ser la protagonista: culpa por sentirse un padre que abandona a su familia, por sentirse una mala persona frente a la esposa, que ahora ha empezado a comprenderlo y realiza esfuerzos para que él se sienta mejor en su casa, culpa por creer que va a repetir la historia de su familia. Si se sustituye “Estoy indefinido” por “Me siento culpable con la decisión que estoy tomando”, la situación, en principio, es la misma, pero el marco conceptual en el que se encuadra es diferente.

Si la redefinición es eficaz y se ajusta a su cognición, la hipótesis que se estructurará, las puntuaciones e interaciones subsecuentes, deberán variar, modificándose también los intentos de solución, cuyos objetivos han cambiado. Se intentaba solucionar la confusión por la indefinición; ahora se trata de resolver la culpa.

Más allá de la reestructuración como técnica específica, reestructurar marcos semánticos parece ser la maniobra central de la psicoterapia en general. La efectividad de las intervenciones de cualquier modelo clínico supone un cambio en relación con la construcción de significaciones acerca de las cosas. En este sentido, todas las técnicas son reestructurantes, por lo cual el objetivo de cambiar los significados emergentes del sistema de creencias que surgen del mapa mental de la persona es el factor común de todas las intervenciones psicoterapéuticas.

Así sucede también cuando se recurre a los cuentos y a las metáforas, a la provocación, a las confusiones, etcétera: suponen introducir un nuevo marco conceptual, mediante otra estrategia. Cabe señalar, por último, que las reestructuraciones no son únicamente patrimonio de lo verbal. Por ejemplo, las prescripciones de comportamiento también desarrollan un cambio de perspectiva mediante un giro en las acciones concretas.

* Extractado del libro Ficciones de la realidad. Realidades de la ficción. Estrategias de la comunicación humana, recientemente publicado por Paidós.

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