PSICOLOGíA › CUANDO EN LA FAMILIA EMERGE LO SINIESTRO

“¿Y si la envenenamos a mamá?”

Una extraña broma, en el curso de una entrevista familiar, es el punto de partida para reflexiones sobre la desmentida cómplice, como mecanismo de acción en ciertas familias, y sobre la falta de sustento familiar para adolescentes en tiempos de la “honestidad brutal”.

 Por Susana Ragatke *

“Parece un juego pero es fuego
y quema y quema y quema
igual si es buena
no vale la pena sufrir
pero reconozco que el veneno
te ayudó a vivir, a vivir
ya estoy bailando, baby
ya estoy bailando, baby
ya estoy bailando, baby
no vale la pena.”

Andrés Calamaro,”Veneno”, en el álbum Honestidad brutal, 1999

Detalle de Tres estudios para figuras sobre la base de una crucifixión (1944), por Francis Bacon.

Después de la primera entrevista de admisión, a la que concurrieron madre e hija, se decidió citar a toda la familia, constituida por ambos padres y Cecilia, quien es hija única.

Cecilia, de doce años, está sentada entre su madre y su padre. Es con él con quien está muy unida, mimosamente recostada en su hombro. La madre cuenta que están cansados de los problemas de Cecilia: desde los cuatro años la atienden con neurólogo, por haber tenido convulsiones, y después con psicopedagoga, pero no ha mejorado. No se hace responsable de la tarea escolar ni de su higiene personal. “Tenemos que estarle encima”, dice; se dedica exclusivamente a la hija pero ella no le hace caso. El padre es el que trabaja, muchas horas, como remisero, para proveer el dinero.

Enfatizan, sobre todo, que Cecilia falta el respeto. El gesto de la madre es de mucha irritación pero a la vez el tono de su relato, de estilo obsesivo, puede irritar a quien la escuche.

Ambos padres reiteran que la hija es “una maleducada”. La madre intenta poner límites, pero no es sostenida por el padre. El se muestra poco comprometido con la consulta, en una actitud débil pero descalificatoria y con un lenguaje que revela pobreza simbólica.

Mediando la entrevista se hace un silencio tenso.

Cecilia, entonces, abandona su quietud para empezar a hacer gestos burlones, como intentando de-sacreditar lo que escucha. Y de repente, mirando al padre dice:

–¿Y si la envenenamos a mamá?

Como respuesta recibe un franco guiño de ojo de él y ambos sonríen.

La madre sacude la cabeza y, casi gruñendo, dice que no le gusta ese jueguito.

El padre comenta que es sólo un chiste, intenta calmar a su mujer, y explica:

–Yo no lo hubiera contado, porque a ella no le gusta.

Sin embargo, Cecilia lo trajo; mostró cómo son en familia.

La escena, dentro de su condición bizarra, tuvo una gran fuerza dramática. En el clima que generó había algo de lo siniestro.

“Desde los cuatro años hasta hoy, nada cambió”, dicen. Y deben tener razón. Cecilia sigue siendo la nenita de papá, pero con la picardía de su pujante pubertad.

Ambos padres dicen hacer grandes esfuerzos para educarla, sin resultados. En la escuela su rendimiento es bajo, pero suficiente para pasar de grado y no hay quejas sobre su comportamiento. En la casa es irrespetuosa con sus padres y no incorpora reglas de convivencia, horarios, cuidado de los objetos. No asume sus tareas escolares, dicen, y la madre remarca que “tapa el inodoro con cantidades de papel higiénico y escribe todas las paredes de la casa”.

Si la educación implica reconocer reglas de convivencia, el lugar de diferencia generacional, el tránsito por la trama edípica con la orientación hacia su resolución, ¿qué vemos en esta familia? En una escena casi fellinesca se despliega el intento de consumar el drama edípico: Cecilia y su padre, unidos en complicidad para matar a la madre.

Es en forma de chiste, dicen ambos. Pero este supuesto chiste refleja la dramática incestuosa. Entonces la “falla en educación” puede estar en que Cecilia, más bien que no aprender, aprende una regla de educación para el afuera, donde se comporta como en la sociedad se espera, y otra para con sus padres.

Hay un evidente doble discurso. La educación de la que hablan ambos padres queda francamente desmentida por la complicidad del padre con la hija, que anula el lugar de la madre y, también, anula la diferencia generacional.

Cecilia se comporta más adecuadamente en ausencia de sus padres, al estar con otros adultos y también con pares; con la terapeuta, en cambio, insinúa algunas actitudes similares a las que tiene con sus padres: no respeta el tiempo de la entrevista, intenta retirarse antes y dirige gestos de fastidio. Es decir, muestra una especie de doble educación internalizada.

Este funcionamiento se evidenció, en una de las primeras entrevistas diagnósticas, gracias a la presencia de todo el grupo familiar. Difícilmente alguno de los tres, entrevistado individualmente, hubiera relatado ese raro juego en familia. La burla dirigida a la madre, bajo la expresión gestual de sonrisas y guiños que ellos llaman chistosa, desnuda, en lo verbal, su contenido: la hostilidad asociada con la clara connotación sexual edípica, matar a la madre y quedarse unidos padre e hija.

La burla es posible en presencia de otro en quien produzca el efecto risa. Es un fenómeno vincular. La deficiencia de la función paterna se refleja en los lugares simétricos que ocupan padre e hija. Son compinches que formulan el “chiste”.

En la clínica, es importante detectar ese funcionamiento vincular, para pasar después a reconocer su función de desmentida. Desmentida que se entiende como la coexistencia de dos pensamientos simultáneos y contradictorios, efecto de una escisión a nivel yoico. Cecilia diría: yo sé que debo respetar a mi madre y a mi padre, y al mismo tiempo puedo seducir a mi padre y anular a mi madre. Dos realidades coexistentes y que se excluyen sucesivamente.

Para que el mecanismo de desmentida funcione, hacen falta cómplices. En este caso, el acompañamiento del padre, que aporta desde la realidad –apoyando a la “honestidad brutal”– este doble discurso, que Cecilia expresa en un doble comportamiento.

En esta familia no funciona la legalidad, no la sustentan ni el padre ni la madre. Cuando Cecilia debiera desarrollar la confrontación generacional propia del tránsito por la adolescencia, contando con padres firmes para oponerse y sostenerla, se encuentra con esta posición endeble de ambos adultos.

En la cultura actual hay una valorización de la “honestidad brutal” en el lenguaje, y es en la jerga popular, y especialmente en los jóvenes, donde más ha penetrado y se despliega. Cecilia habla con esta “sinceridad” plena, podríamos decir que toma el estilo de la época. Pero el padre, al darle su aval en vez de marcar un límite, la deja a Cecilia sumergida en este desborde. La intrusión materna, de la que Cecilia intenta defenderse, no es acotada, dada la ineficacia del padre.

En el abordaje clínico de niños y adolescentes es muy fructífero detectar este tipo de funcionamiento familiar; la dinámica de pareja parental, con sus dificultades en las que resultan entrampados los hijos; las huellas de transmisión generacional no elaboradas que pueden precederla, los términos en que se tramitó la filiación de la hija.

Los mecanismos intersubjetivos familiares son tenaces, tienden a perpetuarse. Como objetivo terapéutico, se trata de desarticular esas complicidades en pos de favorecer el desasimiento de los padres y la transición hacia la autonomía de la hija. Se abre el camino a decidir luego el dispositivo terapéutico más específico con la hija, que podrá ser individual o en grupo de pares, muy fructífero para este grupo etario. El abordaje terapéutico de la pareja de los padres no siempre es posible, ya que pueden mantenerse firmes en que consultaron por la hija y no por ellos.

En los últimos años se han visibilizado, “han salido del placard”, no solamente las diversidades sexuales sino también ciertas problemáticas antes ocultadas: adicciones, violencia y maltrato familiar, abuso sexual. Las consultas se han facilitado y los padres y maestros siguen consultando por el problema de conducta del niño o del adolescente. Pero el malestar familiar no suele ser motivo de consulta: hay que detectarlo. En el proceso diagnóstico de niños y adolescentes puede ser útil la entrevista familiar, para descubrir con rapidez la dinámica familiar por la que en principio no han consultado. Esto agiliza el diagnóstico y permite elegir mejor el dispositivo terapéutico más adecuado para ayudarlos.

* Psicoanalista. Texto extractado de un artículo que se publicará en el próximo número de la revista Topía.

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