PSICOLOGíA › NUEVA APORTACION DEL PROF. DR. SEBASTIAN PSIQUEMBAUM

“Vine porque le dije que no iba a venir”

El doctor Sebastián Psiquembaum es un conspicuo miembro de la escuela de psicoanalistas que, desde hace años, viene reseñando Rudy. Hoy presenta su trabajo clínico sobre el doble discurso.

 Por el Prof. Dr. Sebastián Psiquembaum *, transcripto
por Rudy

En mi larga trayectoria con el psicoanálisis he podido recorrer un extenso camino, que es el que lleva de mi casa al consultorio de mi analista primero (ya que gran parte de esa trayectoria la hice como paciente), y luego, el que va de la puerta de mi propio consultorio al sillón. He de decir que este segundo camino no por más corto ha sido menos transitado, ya que suelo recorrerlo varias veces al día, sea porque llega un nuevo paciente, sea porque se va, o porque, ante la ausencia del mismo, tiendo a transitar ansiosamente por mi ámbito de trabajo y mirar el retrato de Freud con cara de rezarle.

Pero esa tarde estaba sentado. Y estoy seguro de que era un martes, ya que yo estaba en modo lacaniano, y yo soy lacaniano los martes y jueves; freudiano los lunes, miércoles y viernes; kleiniano los sábados (suelo pasarlo con mis pequeños hijos), y los domingos suelo dedicarme a las terapias alternativas, léase sexo, gastronomía, música, o de ser posible, las tres cosas a la vez.

De pronto sonó el timbre y me sorprendió, porque yo estaba esperando a una paciente histérica, y las histéricas nunca llegan cuando uno lo espera. Efectivamente, no era mi paciente, sino Cantita, mi mucama lacaniana, que ordena todo por similcadencia, y que en realidad se llama Significanta, pero cariñosamente la apodaron Canta, y luego Cantita.

Cantita llegó y ordenó todo lo Simbólico en un estante, lo Imaginario en otro y lo Real no lo ordenó porque me dijo que no era posible. Lo hizo en menos de 10 minutos pero igual me quiso cobrar una hora completa. “Yo soy una mucama lacaniana, cuando termino, termino, usted sabe”, me aclaró.

Cantita se fue: es mi mucama preferida, porque Envidita, mi mucama kleiniana, tiene sus días buenos y sus días malos, y suele romper todos los objetos con la excusa de que después los repara, y Narcisa, mi mucama freudiana, es la peor de las tres, porque hay que pagarle igual, cuando viene y cuando no viene.

En eso estaba pensando cuando volvió a sonar el timbre. Ahí sí debía ser Dora, que en realidad se llama Carmen, ya que yo ya no la estaba esperando. Abrí la puerta y dije:

–Hola, Dora, ya no la esperaba hoy.

–Mi nombre es Carlos –dijo una voz demasiado masculina para llamarse Dora, aunque para un Carlos estaba bastante razonable– y debería usted esperarme, ya que quedamos por teléfono que hoy yo no vendría.

–Disculpe, Carlos, pero yo esperaba que Dora no viniera, y no que usted sí viniera. ¿Y por qué iba yo a esperarlo, si usted me dijo que no iba a venir?

–Por el doble discurso, doctor, ¿No le expliqué cuando hablamos por teléfono? Mi problema es el doble discurso, digo una cosa, hago otra.

–O sea que es posible que usted se llame Dora, dado que me dijo que su nombre es Carlos, pero como usted tiene aspecto varonil y no parece trasvestido ni disfrazado, voy a suponer que su nombre no es Dora, ni Carlos. O bien, que usted sí se llama Carlos, y me ha dicho que se llama Carlos para que yo crea que no se llama Carlos ¡qué mentiroso es usted, se llame como se llame!

–De verdad me llamo Carlos, doctor, pero me dicen Dr. C.

–¿Sus amigos?

–Mis clientes, mis colegas, mis rivales, mis enemigos. No tengo amigos, doctor ¡cómo podría tenerlos, si me la paso prometiendo cosas que después no cumplo!

–¿Y ellos lo abandonan?

–No, yo, bueno, lo que pasa es que, antes de que los abandone, han pasado de la categoría “amigos” a “acreedores”, yo... ¡no soporto perder una amistad por unos pocos, o unos muchos pesos, doctor!

–¿Y por qué no les paga la deuda y listo?

–¡Esa sería una manera fácil y egoísta de resolver la cuestión, doctor! ¡Cómo le voy a hacer eso a un amigo! Le estaría quitando la posibilidad de verme a mí, a su querido amigo doctor C., disfrutando de lo mejor de la vida.

–¿La amistad?

–No me venga usted con doble discurso, doctor... ¡los buenos autos, los viajes, los restaurantes, los lujos! Es cierto, yo les pido plata prestada, pero después, hago realidad sus sueños, doctor. Voy a todos los lugares adonde ellos no pueden ir, porque como la plata es de ellos no se animan a gastarla, o al menos eso dicen... En cambio yo, como no es mía, la puedo gastar tranquilo sin pensar en ¡cuánto me costó ganarla!

–¿Pero no debería usted devolverla?

–“Debería”, “debería”, “debería”... ¿qué palabra es ésa para un psicoanalista? ¿No le enseñaron que hay ciertos términos que no se deben decir, doctor?

–Carlos, si es que se llama así, todavía no entiendo por qué vino usted a verme.

–¿No lo entiende? Pero si es muy claro, doctor, ¡vine porque le dije que no iba a venir!

–¿Y por qué me dijo que no iba a venir?

–Porque necesito consultarlo, doctor, por lo del doble discurso.

–Entiendo... ¡esa compulsión a mentir y manipular a la gente lo angustia, usted quiere ponerle fin a eso y ser un neurótico normal!

–No doctor, el problema es que ya con dos discursos no me alcanza, vio cómo están las cosas: dicen que no hay inflación, entonces hay inflación; dicen que está todo bien, y no está todo bien; otros dicen que está todo mal, y tampoco está todo mal; otros dicen que está todo más o menos, y no aclaran qué está “más” y qué está “menos”. Todos usan doble discurso, doctor, los políticos, los religiosos, los economistas, los psicoanalistas, los carniceros, los sindicalistas... ¡¡¡El doble discurso se ha diseminado, doctor, se ha industrializado, y yo soy un artesano de la mentira, no puedo tanto, necesito un triple discurso, por lo menos, si no un quíntuple!!! ¡¡¡Ayúdeme, doctor, ayúdeme y le prometo que voy a hacer lo que me pida!!!

–¿De verdad cree usted eso?

–No, pero estoy dispuesto a prometerlo.

–Mire, Carlos, Dora, o como sea que se llame usted. Yo podría trabajar con usted los motivos inconscientes que lo llevan a esta compulsión al doble discurso.

–¿Para estimularlo?

–Noo, para elaborarlo y que usted no necesite más ese tipo de defensa.

–Noooo, le agradezco mucho, pero eso no me sirve, doctor, así que me voy. Dígame, ¿cuánto le debo?

–Doscientos pesos.

–Bien, doctor, es eso lo que le debo, entonces.

Y se fue.

En mi larga trayectoria como psicoanalista he caminado mucho terreno, pero, he de confesarlo, nunca he corrido tras un paciente que se rehúsa a pagar. Todos los días se aprende algo nuevo.

* Sobrino nieto del Prof. Dr. Karl Psiquembaum, fundador del movimiento Buffet Freud. Anticipo de un texto que se publicará en el próximo número de la revista Topía.

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