PSICOLOGíA › FORMAS DEL FEMICIDIO

Cremar a las mujeres

 Por Isabel Lucioni *

He visto con sumo agrado a Eva Giberti defender con serena energía el carácter delincuencial del que es agresor y asesino de mujeres, consolidando la figura del femicidio, constituyente abrumador de la violencia doméstica. Me tranquiliza que, como en otras opiniones, no empiece a contar la penosa historia infantil del agresor, que probablemente haya sido así, pero que no debe terminar en “pobrecito el delincuente”. Así lo hacen sesudos estudios de juristas que al encontrar en falta a la sociedad, no sin razón, permiten que se invierta la carga de la culpabilidad recayendo ésta sobre la víctima que, en tal caso, la debemos considerar el sacrificio debido o el “daño colateral” de la impunidad que debemos garantizarle al delincuente.

¿Por qué está ocurriendo esto? Quizá no sea tan misterioso: Hay que mirar la historia hasta el inmediato pasado y todavía hoy hasta el presente. Actualmente en la India hay muchas esposas quemadas por el marido o por la suegra a la que no le gustan; cuando llegaron los colonialistas ingleses quedaron horrorizados porque, al morir un hombre hindú, moría la esposa quien debía subir a la pira de cremación e incendiarse con él, tan relativa es la relatividad del relativismo cultural.

Probablemente hasta el siglo XVIII duró en la legislación inglesa la autorización al marido para que pegara a su mujer con una vara “del grosor del dedo pulgar”. Los varones vienen teniendo largos milenios en los que su identidad fue definida por su poder y superioridad en contraposición a otra, que era su contexto de definición: una identidad de déficit, de carencia correspondiente a la mujer.

¿Por qué puede estar aumentando el crimen contra nosotras? Justamente por lo incipiente del hecho de que se nos considere seres humanos del mismo valor.

Hasta la década del ’70, “la patria potestad era masculina”; hace muy poco en términos históricos que la “matria” potestad confluyó en la patria potestad. No olvidar que pudimos votar desde la década de 1950 y aún hoy hay países en que la mujer no lo hace, no olvidar que muchas fórmulas matrimoniales modernas indicaban que la mujer “obedecería y seguiría” al marido.

Era de esperar que hubiera una exacerbación de violencia por parte de identidades masculinas que atávicamente se han sentido dueñas de otro ser humano que, hasta hace poco, les debía sumisión y hasta la vida. Esto no es negar el amor en la sexualidad como una fuerza primordial, pero el deseo de dominación y posesión también es primordial.

Por todo esto no olvidemos que la psicosexualidad masculina une agresión con placer sexual mucho más de lo que puede unirse en la mujer. Los violadores son varones, vienen equipados con un arma que puede ser tanto instrumento de amor como de agresión física. La testosterona está vinculada al deseo sexual pero también tiene vínculos con la capacidad agresiva. Al fin y al cabo, no somos las mujeres las mayoritarias consumidoras de prostitución y de prostitución travesti. Sin que vaya a entrar en comidillas acerca de las damas romanas y los gladiadores...

Nos seguirá costando todavía a las mujeres una larga lucha por la autonomía y valoración de nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Otro ejemplo es la penalización vigente del aborto: todos los cuerpos son autónomos, menos el de la mujer, cuyo vientre está socializado en las sociedades de la propiedad privada; una vez que su óvulo recibe un espermatozoide, es un vientre socializado sobre el cual ya no tiene disposición, aunque haya faltado su disposición voluntaria para que la fecundación ocurriera. Podemos ser dueñas de nuestros bienes (tampoco desde hace tanto) pero no del bien primordial que es el propio cuerpo.

Aunque ahora es un BRIC admirable por muchos aspectos, en la India los abortos son selectivamente mayoritarios sobre embriones y fetos femeninos, elegidos ahora gracias a la ecografía. En China también se hace esto y no se ha abandonado el infanticidio que cae fundamentalmente sobre las niñas.

No olvidemos que a Barreda le gritaron: “¡Idolo!”.

Así como hay varones que están desarrollando una tranquila pasividad, valorando y aprovechando el que la mujer los mantenga, hay otros que no terminan de aceptar la libertad femenina, ni siquiera la de elegir el largo de su pollera. Reaccionan entonces con furia desde la vieja identidad en vías de pérdida; la furia narcisista es de tal magnitud de odio que no le basta con golpear y matar: quiere hacerla desaparecer como se crema a un cadáver, la ataca por el fuego: ni siquiera en el cajón tendrás tu rostro; desaparecido éste por el fuego no sólo quiero que no existas, no quiero que quede rastro de tu identidad sobre la tierra.

Ultimamente se aclara que a esto no se le debe llamar crimen pasional. En la imaginación colectiva puede asociarse pasión con pasión amorosa, pero no es así. En estos crímenes no hay ni un ápice de amor. Se trata de una orgía de dominio y posesión. Lo peor del narcisismo. Una forma perversa del amor a sí mismo.

* Psicoanalista.

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