PSICOLOGíA › MALESTAR EN LA CULTURA Y RELACIONES HOMOSEXUALES

“Amores nuevos”

La autora vincula el incremento o mayor visibilidad de las relaciones homosexuales con la hipótesis de que “el actual malestar cultural ha producido una vacilación sobre el valor del órgano peniano como representante de la falta fálica”: entonces, en la elección homosexual, “el sujeto se afirma como singular, haciendo barrera a su arrasamiento”. El 28 de diciembre se cumplieron dos años del primer matrimonio gay en la Argentina.

 Por María del Carmen Meroni *

Formularé una hipótesis sobre la causa del actual incremento de las elecciones homosexuales y su inscripción en las normas de convivencia y en la ley jurídica, situación que, lejos de mostrar una especie de deterioro de la cultura en dirección a las llamadas “perversiones”, es un intento de sostener la vigencia del sujeto. Este trabajo intenta retomar una afirmación hecha por Freud en varios lugares de su obra, en particular en su 20ª de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, “La vida sexual de los seres humanos” (1917). Allí dice: “La pretensión de excepcionalidad de los homosexuales cae por tierra tan pronto comprobamos que en ningún neurótico faltan mociones homosexuales y que buen número de síntomas expresan esta inversión latente. Los que se autodenominan homosexuales no son sino los invertidos conscientes y manifiestos, cuyo número palidece frente al de los homosexuales latentes. Ahora bien, nos vemos precisados a considerar la elección de objeto dentro del mismo sexo como una ramificación regular de la vida amorosa”. Existe, para Freud, la elección de objeto homosexual compatible con la estructura de las neurosis. Pero, ¿cómo ubicar aquel hallazgo freudiano hoy?

El estado actual del malestar cultural muestra un creciente incremento de elecciones homosexuales que deberíamos interpretar, es decir, en primer lugar, no suponer que ya están interpretadas. La tolerancia a la llamada diversidad ha devenido un nuevo valor cívico en el marco de las normas de convivencia y de la ley jurídica. La ley jurídica inscribe el derecho a un rasero común “para todos”, precisamente porque su origen y su práctica subjetiva lo demuestran inviable.

Ahora bien, en la culminación del encuentro sexual se suspende el trazo de una falta; no se lo sostiene ni se lo objeta, sino que se suspende. En la orientación que dirige los encuentros heterosexuales, el órgano peniano se ha hecho representante de eso que, para ambos partenaires, falta, aunque no del mismo modo para quien porta el órgano y para quien no lo porta. Al menos en la neurosis (diferenciable de la psicosis y de la perversión), la culminación del encuentro sexual quedará interferida si no está en juego el representante de la falta. Sabemos que el deseo orienta, en el mejor de los casos, una escena en la que el semejante-partenaire señala y aloja convenientemente la falta fálica (también, es cierto, esta escena puede ser obstaculizada y maldecida, abundan los ejemplos al respecto en las elecciones llamadas “hétero”). Pero el actual malestar cultural ha producido una vacilación sobre el valor del órgano peniano como representante y localización privilegiada de la falta fálica: éste es uno de los elementos que deben considerarse para interpretar la actual proliferación de las elecciones homosexuales, en sujetos cuya estructura es la de las neurosis.

Jacques Lacan, en el Seminario “...O peor”, de 1971-72, advirtió que el empuje cultural imparable del “para todos” y su excepción, bajo el modo de “somos todos hermanos, todos iguales”, dará lugar inexorablemente a una segregación brutal que afectará el rasgo singular, ése sin medida, común para todos. “No han visto de eso todavía lo suficiente”, es la conclusión del seminario.

Dos años antes, en su seminario “El envés del psicoanálisis”, se había referido al discurso que llamó “universitario”, el del saber con vocación totalizante, y a su efecto en el sujeto. Si bien Lacan lo llama discurso universitario, de ninguna manera restringe su escenario a las universidades. El saber que aspira a totalizar, que deja al sujeto sin acceso a su rasgo singular irreductible, puede presentarse como el poder sin límite del líder o el tirano ilustrado, que sabe todo acerca del Bien que sea; o como el discurso de la revolución, cuando llama a cortar cabezas o a ofrecer cabezas a ser cortadas; o como la sexualidad que, en el llamado “amor libre”, se pretende ya sin el desencuentro de los sexos; o como el capitalismo neoliberal que reemplaza la historia incalculable por un presente continuo; o como el uso irrestricto de las tecnologías derivadas del avance de las ciencias, en especial –aquí pondríamos el acento de las ciencias biológicas y sus biotecnologías, que ofrece el horizonte de hacer posible, pero entonces obligatorio, eliminar la inadecuación o la discordancia de y entre los cuerpos.

(Exploramos así una equivalencia entre ese discurso llamado “universitario” y el discurso llamado “del capitalista”, donde Lacan escribe el empuje a que el goce sea plenamente alcanzado. Los efectos del saber con vocación totalizante, como un saber funcional a la administración capitalista de los bienes y los goces, no nos parecen un hallazgo menor.)

La promoción de las versiones de un discurso del saber totalizante tiende a disolver los efectos de localización del falo simbólico; en especial las biotecnologías tienden a disolver dicha localización emblemática sobre ese rasgo anatómico que simboliza, en definitiva, lo irreductible de cada cuerpo parlante a alguna proporción entre los sexos. Ese lazo social que –al decir de Lacan en 1971– avanzará aún más, empuja al borramiento de la localización del falo en el órgano que lo representa. Y las biotecnologías hacen posible, en el horizonte, la actual promesa de su efectuación práctica.

Dicha deslocalización entre el falo y el órgano desorienta al hablante, sobre todo al de estructura neurótica (es decir, no psicótica ni perversa), que necesita que una discordancia irreductible de y entre los cuerpos quede localizada, para señalar que no lo está nunca suficientemente, que algo siempre falta, se escapa. Una respuesta posible del neurótico, desorientado porque la localización del falo se diluye y entonces no se la puede imperfeccionar, es afirmar, para reorientarse, que esa deslocalización existe, que ha ocurrido, y reubicar una localización del irreductible de los sexos en otro lugar, no ya en el órgano cuyo poder como representante se ha eclipsado. En este caso, el homosexual neurótico no gozará, como el perverso, de la localización del falo en el órgano, vigente pero desmentida, sino que gozará de la inscripción de esa deslocalización constatada, y afirmará alguna localización del falo sobre otros representantes, para que inhibición, síntoma y angustia puedan sostener al sujeto. No gozará de la desmentida, que requiere que falo y órgano se coordinen, sino que lo hará sobre la afirmación de alguna otra localización, allí donde se la pueda ubicar sin que se desvanezca. Aunque la característica removible y entonces errática y volátil de esos anclajes de suplencia, haga que dichas localizaciones reproduzcan la fragilización subjetiva que procuran remediar. Por eso buscan, no el secreto sino la ley, el paradigma de lo público.

Localizaciones posibles de esa discordancia reubicada: en la pareja, el matrimonio, la familia, no hay “todos por igual”. Lo que esas reubicaciones ponen en el primer plano no es la satisfacción sino el amor, y desde luego el odio. En ese marco, se argumentan la obediencia, la rebelión, la objeción, la demanda, la satisfacción, la distribución de goces. El empuje a desmentir la experiencia del desacople real entre falo y órgano, desmentida angustiante para el neurótico, quedará así alejado, y también alejada la errancia loca del neurótico a quien la experiencia de obedecer sin más a ese desacople entre falo y órgano lo deja sin rumbo.

Se habrán configurado así los escenarios y los personajes accesibles a cada quien según su síntoma, que son un modo de tramitar en la cultura actual cierto resguardo del sujeto, frente a una deslocalización real que es irreversible. Una vez relocalizado el falo, una vez extraído un rasgo singular del campo del desacople entre falo y órgano, es decir una vez ubicado un rasgo “dentro” del campo “para todos” de los cuerpos homogéneos, de manera tal que disuelva ese empuje a lo uniforme con una discordancia que no es una excepción (tal es la llamada “diversidad”), entonces el acto de asentimiento del semejante hacia esta producción singular de un sujeto reubicado nos inclina a situar precisamente allí el “signo de amor”, que para el neurótico es señal de dicho asentimiento al trazo de sujeto que se afirma como singular, haciendo barrera a su arrasamiento.

* Psicoanalista, miembro AME de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Texto extractado del trabajo “Esos raros amores nuevos y el juego de la morra”, presentado en el III Congreso Argentino de Convergencia, octubre de 2010. El trabajo completo puede leerse en www.elsigma.com.

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José María Di Bello y Alex Freyre se casaron el 28 de diciembre de 2009.
Imagen: Pablo Piovano
 
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