PSICOLOGíA › PARA UNA HISTORIA DE LOS ESTUDIOS DE GéNERO

La mujer, las mujeres, los varones

La autora propone una revisión histórica de los estudios de género que, hoy por hoy, “han permeado el campo cultural de un modo que excede largamente el ámbito académico. Los organismos internacionales y las políticas de los Estados se han visto atravesados por la potencia de esta perspectiva, generando transformaciones normativas y prácticas de enorme relevancia”.

 Por Irene Meler *

Los estudios inspirados en teorías feministas se constituyeron inicialmente en el mundo occidental como Estudios de la Mujer o Estudios de las Mujeres. Su propósito consistió en generar y difundir discursos elaborados por las nuevas actoras sociales –mujeres recientemente insertas en las instituciones universitarias– sobre su propia condición social y subjetiva. Este campo, que se unificó de modo ilusorio bajo la denominación universalista de “La Mujer”, pronto debió dar espacio a la perspectiva de las científicas sociales, quienes advirtieron la diversidad existente al interior del colectivo femenino en función de otras variables, tales como la etnia, el sector social, la edad y la orientación sexual.

El campo interdisciplinario pasó entonces a denominarse Estudios de las Mujeres. Estos, generados en el contexto de teorías críticas, lejos de concebir al colectivo humano como funcionalmente armónico, advirtieron su carácter conflictivo. El campo social está atravesado por conflictos sectoriales pero, hasta los años de 1960, la situación opresiva considerada como fundante, cronológica y lógicamente, o sea la dominación social masculina (Bourdieu, 2000), permaneció naturalizada y, por lo tanto, invisible. La tarea intelectual y política de las académicas que desarrollamos este enfoque –que en la Argentina comenzó en los años ’70– consistió en una labor de desnaturalización. Esta tarea deconstructiva de los discursos de las disciplinas sociales y humanas permitió transformar las percepciones convalidadas acerca de las mujeres y de los varones. La perspectiva vigente hasta ese momento los había considerado como parte de la bipartición natural de la especie, pero a partir de entonces fueron estudiados como colectivos sociales cuyos intereses pueden entrar en pugna.

Esta no fue una buena nueva para muchos, ya que develó la subordinación de las mujeres que subyacía bajo la mistificación del amor heterosexual conyugal. Las teóricas del conflicto cuyo pensamiento nos nutrió provinieron de los países desarrollados, principalmente Estados Unidos, Francia e Italia (De Beauvoir, 1957; Millett, 1970; Firestone, 1970; Chodorow, 1984; Irigaray, 1974; entre otras). Ellas expresaron el malestar cultural padecido por las mujeres educadas, quienes debieron insertarse en un mundo público diseñado para los varones que no contemplaba sus particulares condiciones de existencia.

Quienes nos formamos en el campo del psicoanálisis desarrollamos nuestra indagación sobre aquellos aspectos de la subjetividad femenina que se han plasmado al interior del sistema sexogénero (Rubin, 1975) y por lo mismo, llevan las improntas de la subordinación. Se puso de manifiesto el proceso de pasivización de la sexualidad femenina (Fernández, 1993), se describió el surgimiento de nuevos deseos en las mujeres contemporáneas, el deseo de saber y el deseo de poder (Burin, 1987), se analizó de modo crítico el discurso freudiano y, en términos generales, el discurso psicoanalítico (Meler, 1987, 1992). Estas indagaciones implicaron diversos niveles de análisis y abarcaron, desde un abordaje crítico de las representaciones colectivas acerca de la feminidad y de la masculinidad, hasta estudios clínicos que tomaron como objeto las subjetividades de quienes nos consultan.

Nuestra producción inicial no se diferenció demasiado de la perspectiva de las autoras norteamericanas y europeas, debido a nuestra pertenencia a sectores sociales educados y modernizados cuyas condiciones de existencia se asemejan a las de las mujeres que viven en los países desarrollados. La realización de investigaciones locales va permitiendo buscar, más que encontrar, una perspectiva que aporte la riqueza específica de nuestra situación en América latina.

Es necesario destacar que la perspectiva de los estudios de las mujeres ha permeado el campo cultural de un modo que excede largamente el ámbito académico. Los organismos internacionales y las políticas de los Estados se han visto atravesados por la potencia de esta perspectiva, generando transformaciones normativas y prácticas de enorme relevancia. Esto no impide que la condición femenina continúe siendo subalterna en gran parte de nuestro planeta, pero al menos ha cuestionado de modo radical la legitimidad de esta situación.

Poco a poco, se fue corriendo el foco desde la experiencia femenina hacia las relaciones entre los géneros. Cada cual, en su particular abordaje y estilo personal, fue tomando como unidad de análisis, más que a las mujeres o a los varones, el espacio virtual existente entre ellos. Esto se corresponde con la influencia teórica del enfoque intersubjetivo en psicoanálisis. Esta perspectiva fue desarrollada en Estados Unidos sobre todo por Jessica Benjamin (1996 y 1997), pero encuentra interlocución en Europa a través de autores como Jean Laplanche y René Kaës (1996). Si bien ellos no han incorporado un enfoque feminista, Laplanche (1988, 1993, 2001) efectuó referencias a la perspectiva de género, intentando proponer aportes personales a este campo.

“La Mujer”, el objeto inicial de este campo, fue estudiada desde una revisión del psicoanálisis intrasubjetivo a partir de la perspectiva crítica informada por el feminismo. En cambio, “Las mujeres”, un objeto construido merced a los aportes de los estudios sociales, implicó de modo necesario recortes con una decreciente pretensión de universalidad. Las realidades locales suscitaron un interés que permitió advertir la tensión existente entre tendencias persistentes y globalmente extendidas y situaciones específicas. A través del análisis de diversas situaciones, fue posible percibir los modos disímiles en que las relaciones de dominación se han hecho carne y construido psiquismo.

Para llegar a “Las relaciones de género” como objeto de análisis, fue preciso atravesar por “Los varones”, o sea por los estudios sobre la masculinidad, un campo generalmente cultivado por investigadores masculinos (Connell, 1995; Seidler, 1997; Kimmel, 1992; Gilmore, 1990; Volnovich, 2003, entre otros) pero donde las mujeres no hemos estado ausentes (Badinter, 1993, Burin y Meler, 2000). De hecho, muchos de quienes estudian la masculinidad suelen hacerlo a partir de las teorías feministas, o sea que este nuevo campo presenta una interesante inversión de la situación tradicional. Me refiero al hecho de que, tradicionalmente, las teóricas o investigadoras feministas abrevaron en las grandes teorías sociales o en las teorías sobre la subjetividad, que en su mayor parte eran androcéntricas, y las hicieron objeto de revisiones críticas. En cambio, los actuales estudios sobre la masculinidad se sustentan en teorías feministas, creadas y elaboradas sobre la experiencia femenina. Dado que este campo está experimentando un crecimiento alentador, corresponde recordar esta deuda simbólica, que no sólo invierte sino que subvierte las tradiciones intelectuales establecidas.

En esta caracterización histórica, no pretendo sugerir que cada paso represente una superación de los anteriores. Por el contrario, se trata de perspectivas que coexisten, se solapan y eventualmente se complementan. Hay quienes conservan la referencia a los estudios sobre mujeres junto al recurso al género como categoría para el análisis teórico. Otros u otras articulan psicoanálisis y feminismo pero reniegan del género en tanto consideran que es un concepto incompatible con la teoría psicoanalítica (Tubert, 2003). Este es un campo polifónico y atravesado por numerosos debates, donde, como es difícil de evitar en un país periférico, las lealtades a las tradiciones intelectuales norteamericana y europea se enfrentan de modos que convendría superar.

Sujetos excéntricos

A estos desarrollos enfocados en La Mujer, las mujeres, los varones y las relaciones de género se agregan otras voces, las de los sujetos excéntricos, aquellos que no se alinean de modo ordenado según establece el binarismo del sistema sexogénero aún vigente: los raros o queer.

Para captar el valor de los desarrollos realizados por lxs autores homosexuales, lesbianas, bisexuales, travestidos, transexuales e intersexuales, bastará recordar el concepto originado en la epistemología feminista que se denomina “conocimiento situado” (Fox Keller, 1991; Harding, 1996). Superando la ilusión positivista de obtener un conocimiento objetivo y de validez universal –generado por un sujeto neutro cuyas características personales no resultarían pertinentes a los fines cognitivos–, las posturas que enfatizan el carácter situado de todo saber reconocen la influencia inevitable que la particular condición de quien investiga tiene sobre sus indagaciones. Se ha criticado el supuesto de la vigencia de un punto de vista feminista porque alude a una imaginaria homogeneidad hipotéticamente existente entre las mujeres. Mi particular versión del punto de vista abre un abanico polifónico donde se reconoce y otorga legitimidad a diversos puntos de vista, aquellos que expresan la experiencia de las mujeres pobres, de las indígenas, de las universitarias, de los varones, de las mujeres sobre los varones, de las lesbianas, de los varones homosexuales, de los estados intersexuales, de los sujetos transexuales. Lo que resulta productivo es abrir conversaciones; la aspiración hacia la objetividad, que no debe ser absoluta pero tampoco quedar resignada, se nutre de ese diálogo fructífero.

Respecto de la comprensión de lo que clásicamente se ha denominado “trastornos de género” existe una fuerte lucha en pro de la despatologización de estas modalidades psicosexuales. Se ha planteado –superando una aspiración ilusoria hacia la homogeneidad– una alianza estratégica entre quienes desarrollamos inicialmente el campo de las relaciones de género y los estudios queer; sin duda existe un apoyo político, que no deja de ser crítico. Mi particular reflexión es que la corrección política no debe obturar la indagación interdisciplinaria sobre la diversidad de estructuraciones subjetivas de la identidad y del deseo erótico. Me resulta más productivo aceptar la sugerencia de sectores queer en cuanto a interrogar y cuestionar las heterosexualidades, en lugar de acotar la indagación a quienes se apartan de la heterosexualidad normativa.

Propongo explorar todas las condiciones subjetivas, en lugar de objetar algunas indagaciones por considerarlas discriminatorias. Pero, sin duda, encuentro de particular valor el alerta proveniente de los estudios queer acerca de cómo que el heterosexismo se infiltra, de modos muchas veces inadvertidos, en los estudios sobre género y sexualidad. La retórica brillante de Judith Butler (1993), una filósofa que trabaja también con las teorías psicoanalíticas, representa de modo muy destacado estos puntos de vista alternativos. Sin embargo, conviene contrastarla con la experiencia de aquellos psicoanalistas que tienen práctica clínica, para confrontar las visiones utópicas, necesarias como apertura hacia el futuro, con el conocimiento empírico sobre los sujetos actuales, subjetivados al interior del orden simbólico vigente. El construccionismo social que caracteriza el discurso de Butler es un recurso valioso para revisar las tendencias esencialistas y biologistas enquistadas en nuestro pensamiento. También deberíamos precavernos del deslizamiento hacia un idealismo discursivo, que considere al lenguaje como la única o principal instancia constructiva de la cultura y de las prácticas e instituciones sociales. Los arreglos culturales y las prácticas instituidas derivan de intereses materiales, e involucran a los cuerpos y las subjetividades. En este sentido, la obra de Beatriz Preciado (2002) intenta corregir este posible sesgo al tiempo que intensifica la radicalidad del repudio al sistema sexogénero vigente.

La experiencia de las mujeres que aspiran a desarrollar su autonomía para lograr situaciones de paridad, no es idéntica a la de los varones que padecen el imperativo viril de la masculinidad hegemónica y lo cuestionan desde posturas masculinas alternativas. También la condición queer, que abarca una gran diversidad a su interior, difiere de las antes caracterizadas. Cuando se articulan estas modalidades de sufrimiento psicosocial y de activismo político con el origen étnico de los sujetos, que ha sido teorizado por los pensadores decoloniales, con el período vital juvenil, con las características del proceso de envejecimiento o con la condición social de los sujetos estudiados, se abre el campo de problemas que Ana María Fernández propone denominar como Estudios Transdisciplinarios sobre la Subjetividad.

Bibliografía

Badinter, Elisabeth: (1993) XY la identidad masculina, Alianza.

Benjamin, Jessica: (1996) Los lazos de amor, Paidós; (1997) Sujetos iguales, objetos de amor, Paidós.

Bourdieu, Pierre: (2000) La dominación masculina, Anagrama.

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Fox Keller, Evelyn: (1991) Reflexiones sobre género y ciencia, Valencia, Edicions Alfons El Magananim.

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Meler, Irene: (1987) “Identidad de género y criterios de salud mental” en Estudios sobre la subjetividad femenina, de Mabel Burin et. al. (ob. cit.); (1992) “Otro diálogo entre psicoanálisis y feminismo” en Las mujeres en la imaginación colectiva, de Ana María Fernández (comp.) Buenos Aires, Paidós; (2001): “Proceso de envejecimiento. Implicancias en la identidad y en los vínculos”. Cátedra de la Tercera Edad y Vejez. Secretaría de Extensión Universitaria, Bs. As.

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* Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA); directora del Curso Universitario de Actualización en Psicoanálisis y Género (APBA Y UK); codirectora de la Maestría en Estudios de Género (UCES). El texto pertenece a la ponencia presentada en las X Jornadas Internacionales de Psicoanálisis y Género “Género, Subjetividad y Política” (APBA), noviembre de 2011.

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Imagen: Focus
 
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