PSICOLOGíA › LOS “IMPERATIVOS DE GOCE POSMODERNOS”

Presencia del antiamor

 Por José Milmaniene *

Asistimos en la posmodernidad a un notable debilitamiento del orden simbólico, dada la defección estructural del Padre de la Ley, con la consiguiente exacerbación de las políticas de goce.

De modo que los imperativos de goce posmodernos –no se puede no gozar– no sólo no liberan al sujeto de la sumisión al orden represivo, sino que lo someten a nuevas formas de esclavitud del goce, tal como lo evidencian en la clínica la prevalencia de las patologías del vacío: adicciones, trastornos alimenticios (anorexiabulimia) y conductas antisociales.

Las patologías de goce derivan pues en nuevas formas de subjetividad, dado que las graves injurias traumáticas generadas por sistemas socio familiares signados por la falta de límites y por desbordes incestuosos arrasan el entramado simbólico que sostiene la “identidad narrativa” del sujeto.

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La ausencia de referencias éticas firmes, familiares y sociales, propicia el desarrollo de sujetos narcisistas, que recusan el orden normativo sociosimbólico, dado que éste se contrapone a las ilusiones salvadoras de las actuaciones compulsivas y adictivas –del juego, del sexo, de los alimentos–.

Los jóvenes, carentes de referencias éticas, suponen maníacamente que el vacío subjetivo se habrá de colmar con los objetos de goce, ajenos por completo al esfuerzo que supone cualquier práctica sublimatoria.

De modo que la producción y el amor responsable son desplazados por el ocio improductivo, el hedonismo a ultranza, las actuaciones sexuales y el ¿por qué no ya? de la certezas perversas.

La astucia del discurso capitalista consiste pues en entronizar el “totalitarismo de los objetos” y en reafirmar la pasión idolátrica y fetichística por los mismos, más allá de toda fe en la trascendencia sublimatoria que procura la palabra.

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Es de alto interés transcribir las reflexiones de Zizek en relación con el sustento ideológico de la crítica al orden patriarcal: “Esos críticos del patriarcado lo atacan como si todavía fuera una posición hegemónica, ignorando lo que Marx y Engels escribieron hace más de 150 años en el primer capítulo del Manifiesto Comunista: ‘La burguesía siempre ha tenido dominada la situación, ha puesto fin a todas las relaciones feudales, patriarcales e idílicas’. Semejante percepción todavía es ignorada por aquellos teóricos culturales de la izquierda que centran su crítica en la ideología y la práctica del patriarcado. ¿No es momento de empezar a preguntarse sobre las razones de que la crítica del ‘falocentrismo’ patriarcal y todo lo demás haya sido elevado a cuestión principal en el mismo momento histórico –el nuestro– en que el patriarcado ha perdido definitivamente su papel hegemónico, progresivamente barrido por el individualismo de derechos de mercado? ¿Qué queda de los valores familiares del patriarcado cuando un niño puede demandar a sus padres por abandono y abuso o cuando la familia y la propia paternidad son de jure reducidas a contratos temporales y disolubles entre individuos independientes? (Y, por cierto, Freud no era menos consciente de esto; para él, el declive del modo edípico de socialización era la condición histórica para el ascenso del psicoanálisis.) En otras palabras, la afirmación crítica de que la ideología patriarcal continúa siendo la ideología hegemónica es la forma de la ideología hegemónica de nuestro tiempo; su función es permitir que nos escapemos del punto muerto de la permisividad hedonista que es en realidad hegemónica”.

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Entonces podemos hablar de una clínica del antiamor (expresión utilizada por JacquesAlain Miller para definir la posición del sujeto toxicómano en relación al Otro), dado que el sujeto prefiere rechazar el registro de la falta, inherente al campo desiderativo, y refugiarse en sus goces autísticos sin otredad, abocándose por ende a un puro regodeo fáliconarcisista de Uno consigo mismo. Se tiende así a expulsar de la escena la poética del amor y la ética de la diferencia, en aras de goces obscenos, desplegados en los encuentros sexuales fugaces de los cuerpos fetichizados, con escaso o nulo compromiso existencial con la alteridad.

En esta dirección resulta interesante transcribir lo que respondió la escritora Anaïs Nin al pedido de un coleccionista, cuando éste le sugirió que sus relatos eróticos fueran más concretas, con menos poesía: “Querido coleccionista: le odiamos. El sexo pierde todo su poder y su magia cuando se hace explícito, mecánico, exagerado; cuando se convierte en una obsesión maquinal. Se vuelve aburrido. Usted nos ha enseñado, mejor que nadie que yo conozca, cuán equivocado resulta no mezclarlo con la emoción, el hambre, el deseo, la concupiscencia, las fantasías, los caprichos, los lazos personales y las relaciones más profundas. Aspectos intelectuales, imaginativos, románticos y emocionales. Eso es lo que confiere al sexo sus sorprendentes texturas, sus sutiles transformaciones. Usted está dejando que se marchite el mundo de sus sensaciones; está dejando que se seque, que se muera de inanición, que se desangre”.

* Miembro titular y ex secretario científico de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

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