PSICOLOGíA › “NO ES PROPIAMENTE DICHA UNA PROFESION”

La posición del psicoanalista

 Por Noemí Lapacó *

La propuesta de este escrito es compartir algunas reflexiones a partir del artículo de Martín Smud “Psicoanalista en la arena”, publicado el 6 de marzo en esta sección. A menudo, en el lenguaje coloquial, se confunde “psicólogo”, título académico que habilita al ejercicio de una profesión, con “psicoanalista”: no hay título académico de psicoanalista; psicoanalista es una posición respecto del saber, esa que inauguró Freud en los análisis de sus primeras histéricas y que lo llevó a formular su hipótesis del inconsciente. Esta posición precipita para cada quien a partir del propio análisis. Un/a psicólogo/a puede ser conductista o sistémico, experimental, clínico o laboral y no adherir a postulados psicoanalíticos o no haberse analizado nunca si así lo prefiere. Un psicoanalista puede ser psicólogo o no serlo, su autorización como tal depende centralmente de su análisis y su formación teórica. Ser psicólogo es una profesión; decirse psicoanalista, una posición; psicoanalista no es un título académico, aunque en la práctica los analistas no prescindamos de ellos.

Pero entonces, si la de psicoanalista no es propiamente dicha una profesión ¿en virtud de qué los analistas nos preocupamos, y efectivamente nos ocupamos, de ganar más o menos dinero, atender más o menos pacientes, tener más o menos alumnos o supervisantes, que más o menos pacientes vuelvan a llamarnos después de las vacaciones y paguen nuestros honorarios? Esto nos interesa en verdad y nos “profesionaliza”, en eso acordamos con el autor, pero esta profesionalización es sólo tangente en cuanto a nuestra función de analistas. Corresponde contarla entre nuestras necesidades como personas. En virtud de que somos seres necesariamente sociales, estamos incluidos, nos guste o no, en las generales de la ley por la que el dinero es el medio con que las personas realizan los intercambios necesarios para ganarse la vida.

En tanto analistas, en cada análisis, trataremos de abstenernos de nuestras cuestiones personales para ocuparnos de recortar el valor de goce condensado, en el dinero por ejemplo, para cada analizante singular.

Ambos planos de la preocupación por el dinero nos habitan simultáneamente, pero no se condicen ni se complementan: uno es de la persona del analista, el otro hace a su función; separarlos y mantenerlos alejados en el devenir de la tarea hace a la competencia y a la posición ética de quien se trate.

Esta extraterritorial posición del psicoanalista respecto del discurso social no depende del contexto en que se la juegue, no es exclusiva del consultorio “privado”. De hecho muchos de nosotros, y me incluyo, hemos aceptado el desafío de marcos institucionales como los hospitales, las guardias psiquiátricas, las obras sociales o las prepagas de salud. Si atender pacientes en el consultorio, como señala Smud, “parece ser la forma ideal de atención”, interroguémonos acerca de qué ideal se trata. Podríamos hipotetizar que está en consonancia con el ideal social del éxito económico que habilitaría al supuesto analista a un lugar destacado en la sociedad de consumo, más que a las coordenadas específicas del psicoanálisis mismo. En esas circunstancias hipotéticas, las del estar tomados en nuestro trabajo con los pacientes por los ideales sociales, el idealizado consultorio podría eventualmente, verse privado de lo esencial: la función deseo del analista, causa del desarrollo de transferencia. La tarea titánica del consultorio es entonces sostener la singularidad de cada transferencia, de cada subjetividad, a contramano de un ideal social de unificación de las condiciones de goce, por ejemplo del consumo por sí mismo, tanto para el paciente como para el supuesto analista.

En este plano pueden ser leídos los pagos o los no pagos, las ausencias o las llamadas insistentes, el retorno de las vacaciones o su retraso, mucho más allá de cómo afecte eso a cada uno personalmente. Cuando tengamos que adecuar propuestas de fechas, dinero o modo de abordaje, en cada caso se tratará de tener en cuenta la significación que tomen en el fantasma singular de cada analizante esas adecuaciones, lo que en nada se acerca ni puede confundirse con otra significación, aquella que tengan para nosotros como personas. De no ser así, estaríamos fuertemente desviados de la política que como analistas nos compete, ya que nuestra persona haría sombra a la función que se espera de nosotros y nos inscribiríamos en el marco de una relación psicoterapéutica especular, dualista, imaginaria y peligrosa para ambos participantes.

* Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires (EFBA).

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