PSICOLOGíA › COLABORACION POSIBLE ENTRE LAS NEUROCIENCIAS Y EL PSICOANALISIS

Acerca de un lugar para el postre

Investigadores en neurociencia examinaron, por resonancia magnética, cerebros de gente que, sin tener hambre, deseaba comer postre: una lectura psicoanalítica del experimento discierne una perspectiva aplicable al tratamiento de las psicosis.

Por Sergio Rodríguez *

Con el título “¿Por qué siempre hay lugar para el postre, aun cuando estamos llenos?”, el 21 de agosto, CNN en Internet publicó un artículo que comienza así: “Científicos que entrenaron voluntarios para reaccionar como los perros de Pavlov a la mantequilla de maní y el helado, dijeron el jueves que sus estudios sobre el cerebro ayudan a explicar por qué todavía tenemos lugar para el postre cuando estamos llenos”. Como psicoanalista, observo que esos científicos partieron de la pregunta básica que, desde las investigaciones freudianas, nos lleva a distinguir entre necesidad -lo estrictamente imprescindible para cumplir las funciones biológicas–, deseo y goce.
Encontramos que, desde el nacimiento, los humanos tenemos invalidado, roto el circuito de la necesidad. De lo cual resulta una tendencia que corresponde llamar pervertida, debida a los cuidados de los orificios erógenos y sus funciones por parte de la madre o sus sustitutos en los primeros meses de vida. Esos cuidadores, a su vez, lo hacen desde las marcas inconscientes que en sus primeros meses de vida les dejaron, por su propia carencia de circuito instintivo, los cuidados de sus propios cuidadores. A dicha tendencia la llamamos deseo.
Lo situamos como inconsciente y tensándose desde la sensación de carencia hacia alguna formulación fantasiosa de supuesta satisfacción. Los cuidados maternos siempre darán más, o menos, de lo “que corresponde”, pervirtiendo las necesidades de la zona atendida. Dicho deseo, tributario de esa estructura de producción, también apuntará siempre más allá, o más acá, de lo necesario.
Lo cual hace que el goce relacionado de alguna manera con dicha fantasía se aparte también de la necesidad. Claro que los perros no son humanos, pero, como señaló Lacan, el deseo de los experimentadores pervierte también en aquéllos el circuito de la necesidad y lo coloca al servicio del goce del científico, de investigar.
“Los voluntarios estuvieron condicionados a tener hambre cuando miraban ciertas figuras abstractas, del mismo modo que los perros de Pavlov salivaban al sonido de una campana”, sostuvieron los investigadores que cita la CNN.
Pero “en lugar de usar una campana y un polvo de carne, que es lo que Pavlov usó originalmente, empleamos imágenes de un pequeño significado intrínseco y las conectamos con aromas de comida”, explicó el doctor Jay Gottfried, del Departamento de Imágenes de Neurociencia de la Universidad de Londres. Esta diferencia con Pavlov hizo que los investigadores “engañaran” a las percepciones utilizando representaciones simbólicas formuladas con imágenes e indicios –olores–.
Gottfried intentaba explicar lo que denomina “el fenómeno del restaurante: uno se sienta para una comida de varios platos para nuestro cumpleaños, pasa por todas las entradas y platos, y justo cuando sentimos que no nos entra nada más en nuestro estómago, traen el menú de los postres, y súbitamente uno descubre que tenemos espacio para una mousse de chocolate”. Y Gottfried agregó: “Esta es una saciedad específica: uno está lleno de una cosa pero no de otra”. Dicho en términos psicoanalíticos: la pulsión fue satisfecha en relación con determinados “objetos a” (mirada, olfato, comidas saladas) pero no con otros. En función de los ausentes, el deseo se relanza.
“El fenómeno podría ayudar a explicar por qué las dietas fracasan, pero también arrojaría luz sobre cómo funciona el cerebro”, anunció Gottfried, cuyas conclusiones se publicaron en la revista Science: “Queríamos observar regiones cerebrales que mostraban una actividad decreciente desde la pre y postalimentación”.
De los 13 voluntarios, se registraron imágenes de resonancia magnética funcional, a fin de observar en vivo su actividad cerebral. Gottfried ysus colegas les mostraron imágenes abstractas generadas por computación (digamos: simbólicas) mientras dejaban escapar aromas de helado de vainilla o mantequilla de maní (digamos: indiciales). “Inconscientemente (subrayo por mi parte), los voluntarios comenzaron a asociar las imágenes con los aromas.” Luego fueron alimentados con mantequilla o helado y sus cerebros fueron nuevamente examinados por resonancia magnética: las fuertes respuestas emocionales a los aromas se volvieron débiles después de que los voluntarios comieron la comida correspondiente.
Esta posibilidad de advertir la diferencia en la respuesta de determinados circuitos cerebrales según la presión de la pulsión, el estímulo simbólico y la tensión pulsional satisfecha, puede abrir importantes cauces de colaboración entre las neurociencias, la psicofarmacología y el psicoanálisis.
Particularmente en el tratamiento de las psicosis. Sabemos que quien está afectado por alguna forma de psicosis percibe realmente su alucinación. Esto fue explicado por Jacques Lacan, desde la teoría psicoanalítica, como el fenómeno según el cual lo forcluido, rechazado en lo simbólico, vuelve desde lo real. Los actuales experimentos permiten suponer que lo ocurrido en lo simbólico ha sido registrado en determinados circuitos del cerebro: de ser reconocidos, y de abrirse la posibilidad de tratarlos con psicofármacos específicos, asociados con el tratamiento psicoanalítico –que, mediante la palabra y otras intervenciones, opere sobre la articulación borromeica y sinthomática–, contaríamos con mejores condiciones para reestructurar más profundamente a esos seres parlantes y aliviarlos de sus intensos sufrimientos.
Según Gottfried, los investigadores encontraron fuerte participación de la amígdala –el área del cerebro más conocida por el procesamiento de emociones– y la corteza orbitofrontal.
Así como estas investigaciones abren nuevas posibilidades, presentan también peligros importantes. Por el lado de los psicoanalistas, el ignorarlas y desperdiciar una importante posibilidad de colaboración a fin de lograr un mejor destino para nuestros padecientes. Y los neurocientíficos corren el peligro de ignorar la función de la estructura nodal del “hablante ser” y confiarse sólo a los psicofármacos y otras modalidades de intervención médica.
En el caso de los psicoanalistas, el error nos llevaría a no ampliar la eficacia clínica. La equivocación biologista podría resultar de suponer que alcanza con la manipulación psicofarmacológica o por otras técnicas médicas, excluyendo la “reingeniería” estructural que puede facilitar el tratamiento psicoanalítico. Una posición de ese orden los llevaría a hacer retroceder la eficacia actual, constriñéndola, reduciéndola. Es un riesgo fuerte porque los intereses económicos y la miopía de las grandes corporaciones farmacéuticas suelen estimular poderosamente a investigadores de laboratorio que dependan directa o indirectamente de sus financiaciones.
* Una versión de este trabajo se publicará en el próximo número de la revista electrónica Psyché Navegante.

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