PSICOLOGíA › SOBRE LA CRIANZA DE LOS HIJOS A PARTIR DE LA SEPARACION CONYUGAL

Hay divorcios mejores que otros

Hay divorcios “que pueden contribuir a la calidad de vida de todos los involucrados”: desde esta perspectiva, la autora propone una estrategia donde la presencia de los hijos es “el elemento convocante que convierte a los padres en socios de una misma empresa”.

Por Luisa Rosenfeld *

Existen divorcios que son mejores que otros; que dañan menos; que pueden contribuir a la calidad de vida de todos los involucrados. Constance Ahrons escribió el libro The good Divorce (1994), enfatiza que hay divorcios destructivos y otros que no lo son: hay una buena manera de divorciarse y es aquella que atiende a las necesidades de los hijos y permite que los padres se visualicen como tales de manera cooperativa y flexible. Este coprotagonismo de los adultos permite sortear la inevitable confrontación de la pareja conyugal que se está desvinculando y asume que quien, tan poco tiempo atrás, fuera un aliado, se convierte en un enemigo acérrimo: sólo la mirada sobre los hijos los puede reunir nuevamente como aliados, abocados a un objetivo común.
La idea es que luego de la separación y cuando ya no habiten una misma casa, los padres puedan conformar una familia binuclear, que habita dos casas y con un adulto como jefe de hogar en cada una de ellas, entre las cuales circularán los hijos. La condición de éxito es un camino consensuado que los padres deben prever para sus hijos y que atienda no sólo a las cuestiones personales de los adultos sino a las particularidades de los hijos, de acuerdo con su edad, sexo, características particulares de cada niño y sus necesidades evolutivas. Más aún, los acuerdos deberán ser revisados según las necesidades cambiantes de los hijos en función de su crecimiento. Anticiparse a esto es fundamental: los hijos van a crecer y sus necesidades de intimidad, atención, autonomía, diferenciación, las actividades sociales, el dinero que necesitan para sustentar su vida social y educacional, cambiarán y demandarán otras contribuciones de parte de los adultos a cargo. La palabras clave son entonces flexibilidad y cooperación para lograr cada vez acuerdos consensuados y la mirada puesta en los hijos, el elemento convocante que convierte a los padres en socios de una misma empresa.
Puede ocurrir que una vez definida la desvinculación y experimentado el “alivio” que muchas parejas refieren (porque cesaron las peleas; porque se ha interrumpido la tensión que suscitaba la convivencia), los hombres se sientan libres de acercarse a sus hijos como antes no lo habían hecho y se conviertan en los padres que nunca fueron. Y, para sorpresa de las madres que suponían al padre irresponsable y desligado afectivamente, descubren que la relación del padre con los hijos fuera de su presencia es muy enriquecedora, ella se siente así relevada de la pesada tarea de criar a los hijos sola y puede contar con otro adulto responsable. Es que el divorcio es una crisis que puede reformular múltiples aspectos existenciales, entre ellos aquellos sobre los que inciden las creencias y el consenso social: este consenso atribuye a las mujeres una vinculación más estrecha con los hijos; a veces los hombres están excluidos de la crianza y sólo aportan dinero que la madre administra. Esta distribución inequitativa, que genera una sobrecarga para la madre y aleja al padre emocionalmente de los hijos, no genera rechazo social.
También puede ocurrir que madres abocadas a la tarea exclusiva de la crianza continúen autoexigiéndose ese único rol y se orienten a excluir al padre. A veces, imbuidas de su enojo por causa del alejamiento del compañero a quien atribuyen la responsabilidad por la ruptura, sin darse cuenta sumen a los hijos en una pseudoorfandad, al entorpecer el contacto con el padre a quien ellas no desean ver. Si logra el alejamiento y éste se prolonga en el tiempo, puede ocurrir que ella misma comience a sentirse sobrecargada y sola a cargo de la crianza. Puede suceder, luego de un tiempo, que se sienta mejor anímicamente o se relacione sentimentalmente con otro hombre y comience a desear más tiempo libre para ella sin los niños. Si en este momento deseara contar con la colaboración del padre, que ella ha contribuido a alejar y con quien los hijos ya no tienen contacto cotidiano, éste puede no mostrarse disponible.
Es que el contacto regular con los hijos es un estímulo para estar alerta a sus cambiantes necesidades evolutivas: el alejamiento estimularáen el padre alejado la evocación del niño que era su hijo cuando la familia convivía, pero el hijo se convertirá en un extraño que no le despertará interés.
Estamos hablando de la construcción de una pareja coparental con responsabilidades compartidas, muy claramente diferenciada de la ya disuelta pareja conyugal, respecto de la cual habrá intereses contrapuestos. Sólo padres que se piensen a sí mismos abocados a una tarea común, la crianza, podrán dejar de lado una actitud confrontativa. Sólo hombres y mujeres que pueden imaginarse como pareja de padres, y no como esposos, podrán cooperar para llevar adelante la tarea con eficiencia.
Aquellos que a la hora de tomar decisiones se imaginen en relación con sus hijos podrán anticipar cómo éstos se sienten en cada momento. En definitiva, esto se correlaciona con lo que haya sucedido durante la convivencia: si la crianza fue una prioridad, si ambos padres, hasta la separación, tuvieron alguna forma de acuerdo, los niños sabían que podían contar con ambos padres, independientemente de quién llevara adelante en forma personal la tarea. Si esto no funcionó durante la convivencia, es bastante probable que continúe del mismo modo durante la desvinculación. Ahora bien, si priman el enojo y un comportamiento querellante y vindicativo, es muy difícil que puedan reconocer a los hijos como individuos con necesidades, ya que la prioridad será la pelea con el ex cónyuge vivenciado como enemigo.
Cuando esta modalidad relacional confrontativa coincide con la presentación judicial de la demanda de divorcio, ésta puede reforzarla y extenderla. El paradigma judicial se sostiene en un modelo adversarial -uno contra el otro– e implica demostrar mediante pruebas que el otro es el culpable, lo cual será determinado por el juez, quien establecerá quién puede ejercer ciertos derechos y quién no. Evidentemente, este modelo ganador/perdedor da por tierra con un abordaje cooperativo y flexible centrado en las necesidades evolutivas de los hijos. Puede darse que los abogados insten a los padres a llevar a los hijos a los tribunales para que cuenten acerca de malos tratos o alejamiento de un padre. O bien, los niños pueden ser involucrados en conversaciones acerca de dinero o de con quién y dónde vivirán. Así, no sólo los niños deberán decidir cuestiones que los exceden, sino que aprenden que sus padres, los adultos de quienes dependen, no pueden resolverlas y esperan que ellos lo hagan. Los padres, abocados a la tarea de desestimarse entre sí y delegando decisiones con respecto a sus hijos en abogados y jueces, favorecen una imagen poco asertiva de sí, que reforzará la soledad de los niños cuando más necesitan confiar en los adultos, dado que el mundo se ha vuelto caótico en el tránsito desde la convivencia original hacia la separación.
Los hijos necesitarán cuanto antes una nueva organización provista por sus padres, una nueva rutina que les permita bajar los niveles de ansiedad y vuelva el mundo previsible otra vez. Aun viviendo en nuevas casas, concurriendo a nuevos colegios y viendo a sus padres con nuevas parejas, cuanto antes los padres se muestren cooperativos y contribuyan consensuadamente a ayudar a los hijos a transitar este camino por ahora desconocido, menos dolorosamente lo vivirán. Lo contrario, la sensación de que los hijos se convierten en misiles que un padre dirige contra el otro, o de que los niños atraviesan un campo minado y deben evitar todo paso en falso para no ser mutilados o provocar un estallido, no hará sino generarles dolor, desconfianza, incertidumbre. El mundo de la separación es nuevo, pero de la mano de ambos padres ya no será incierto ni tenebroso.
Para los hijos no es relevante si hay una o más casas, sí lo es saber si tendrán acceso a ambos padres como antes; tampoco dónde duermen, siempre que sea en condiciones de seguridad y cuidado, y sí es muy importante saber que al despertarse verán a su mamá o a su papá, y percibir así que
están creciendo en un mundo previsible.
* Integrante de la Asociación Sistémica de Buenos Aires (Asiba).

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