PSICOLOGíA › EN RELACION CON LA CUESTION DEL GOCE Y LO REAL EN PSICOANALISIS

El carácter anal resulta irreemplazable

Por Jacques-Alain Miller *

El tema del carácter está de hecho, en Freud, habitado por el problema del goce como imposible de soportar.

Hay una indicación de Sadger en un artículo de 1910 sobre el “carácter anal” –o carácter obsesivo– que había impresionado mucho a sus colegas. Y encontré en varias oportunidades, sobre todo en Ernest Jones y en Karl Abraham, la observación de que aquellos que designan como de carácter anal suelen estar convencidos de poder hacer cualquier cosa mejor que los demás. Jones se ve llevado a retratar –porque la caracterología desemboca siempre en retratos– un tipo de empresario que es un organizador, que debe hacer todo por sí mismo, cuidar todos los detalles y montar organizaciones complejas que sólo funcionan en la medida en que las anima con una energía que parece inagotable, de manera que todo se detiene cuando él se detiene. Es el tipo que construye un mundo donde él es funcionalmente, no sólo excepcional, sino único. Y Jones anota: “Napoleón: ¡carácter anal!”.
Realiza cierto número de retratos divertidos que al final del siglo se encuentran depurados en las tipologías del management, por ejemplo. Sin embargo, estas construcciones nacieron en esa época del psicoanálisis y son una ampliación de la obstinación, uno de los tres rasgos fundamentales que Freud atribuye al carácter anal en su artículo de 1908 “Carácter y erotismo anal”.
Se trata de un valor completamente especial, de una significación eminente y, por qué no, de un sentido gozado atribuido al hacerlo por sí mismo. En lo que respecta al erotismo anal, uno no puede hacerse reemplazar por nadie; por eso el sujeto se instala en el rechazo de las exigencias del Otro.
Es fácil creer que Lacan consulta esta literatura cuando menciona, en su escrito sobre la agresividad, lo que llama la resistencia del amor propio, en el sentido de La Rochefoucauld. Esta forma de resistencia la distinguieron quienes se ocuparon de los problemas que causaba el carácter anal en la cura analítica. Y Lacan lo ilustra con un enunciado recogido sin duda de la boca de un analizante: “No puedo aceptar la idea de ser liberado por otro que yo mismo”. Aquí el carácter aparece como una posición subjetiva, sobre todo cuando se lo liga a un enunciado o un significante, “por sí mismo”.
Abraham se dedicó a describir la incidencia de este carácter en la cura analítica y las dificultades que encuentra debido a que esta posición implica el rechazo de la regla del Otro. El clasifica de este lado a los pacientes que se niegan a ser forzados a la asociación libre y que esperan más bien que se manifieste el analista, esperan ser interrogados y están en la posición que Lacan pescó como quiere que se le suplique. En la experiencia de Abraham, son los que pretenden hacer todo solos según su propio método.
Se puede dar una fórmula mucho más general del fenómeno señalado por Abraham, que presento como lo que sucede cuando la palabra no se deja interpretar por falta del consentimiento del sujeto. La interpretación analítica implica siempre un tú no sabes lo que dices, que es el principio mismo de la manifestación constante de la división subjetiva en la experiencia del análisis. Incluso: lo que dices va más allá de lo que conoces al respecto, que es lo que Freud teorizó como el inconsciente en el sentido de lo reprimido.

En la obsesión, por el solo hecho de que el sujeto en análisis está en posición de demanda, o sea que revela su falta, el odio siempre acecha.

¿Por qué esta popularidad del concepto de carácter? Freud lo indicó bien, por ejemplo en “La predisposición a la neurosis obsesiva”, de 1913: mientras que el síntoma neurótico se caracteriza por la represión, su fracaso y el retorno de lo reprimido, este mecanismo está ausente de la formación del carácter. De alguna manera, abrió el camino para decir que el carácter no tiene la estructura de las formaciones del inconsciente. Y así como refirió la formación del síntoma al símbolo, remitió la formación del carácter directamente a la pulsión e incluso a la zona erógena, pasando por alto los laberintos de lo simbólico. Basta revisar el resumen final de Tres ensayos para una teoría sexual, de Freud, donde se lee: “El ‘carácter’ de un hombre está construido en buena parte con el material de las excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de construcciones destinadas a sofrenar unas mociones perversas, reconocidas como inaplicables”. Todo esto significa: construcciones que no son del tipo sintomático. Es como las sublimaciones, son formaciones reactivas pero no son síntomas.

* Fragmentos de La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, que distribuye en estos días Editorial Paidós.

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