PSICOLOGíA › EROTISMO, AMOR Y DESEO

Cincuenta sombras del porno

 Por Alma Pérez *

El libro Cincuenta sombras de Grey, de E. L. James, es descripto en su contratapa como “la exitosa combinación de historia romántica y juego erótico de alto voltaje que ha tocado la fibra de muchas mujeres”. Entre otros ejemplos de esta combinación, podemos ubicar la trilogía Caballos de fuego, de Florencia Bonelli. Son novelas que, además de incluir el tema clásico de las diferencias sociales o raciales, se centran en la descripción detallada de los encuentros sexuales y, en algunos casos, los protagonistas son “perversos perfectos”. En los ejemplos mencionados, las autoras son mujeres. Escritoras que, afortunadamente, no correrán el mismo destino que Flaubert o Baudelaire, que fueron llevados a tribunales en el famoso “juicio a los malditos” de 1857: Flaubert por la novela Madame Bovary y Baudelaire, por el libro de poemas Las flores del mal. Los principios morales y religiosos de la era del padre garante llevaron a que fueran acusados de obscenidad.

Por el contrario, cierta literatura erótica en boga va más allá del padre y, como afirma Jacques-Alain Miller, franquea la barrera del pudor y pone a operar el síntoma. Un ejemplo es Una semana de vacaciones, de Christine Angot. Son signos de un furor por reducir la sexualidad al sexo, a lo real del sexo. Síntoma con el que nos encontramos a diario en la clínica. Tras ese mismo furor, hijo del discurso capitalista y de la religión, resta la pregunta por el amor, el deseo sexual y lo que falla: en ese lugar se asienta lo erótico.

El hecho es que la palabra sex es una de las más googleadas en todo el mundo, y hoy la pornografía es a la economía de Internet lo que los fármacos a la medicina: un mercado sin límites. Pero el porno no surgió en este siglo ni es en sí mismo un problema. Más bien hay una forma de consumo que lleva la marca del empuje al goce, propio de esta época. El porno es de fácil acceso, económico y no requiere el encuentro con otro cuerpo.

En todos los tiempos, para algunos hombres, la pornografía se constituyó como un recurso posible ante el encuentro con la angustia y el vacío. En el caso de las mujeres, la preferencia o la necesidad son las palabras, los silencios y los encantos de sus resonancias. Desde esta perspectiva puede leerse el éxito que viene alcanzando cierto tipo de literatura erótica. Sus principales consumidoras son mujeres: porque necesitan tejer historias con el vacío. Ellas se tejen y destejen poniendo en juego sus fantasmas, no confesados ni a ellas mismas. Hoy las mujeres constituyen el público al cual se dirigen revistas porno importantes, como Adult (Nueva York) e Irène (París). Estas publicaciones combinan las imágenes de desnudos con el arte, la moda, la literatura y la filosofía.

Georges Bataille diferencia tres tipos de erotismo: el de los cuerpos, el de los corazones y el erotismo sagrado, propio de la experiencia mística. En los tres, se trata de la sustitución del aislamiento, de su discontinuidad, por un sentimiento de profunda continuidad. Esta continuidad se liga a lo eterno, y desde allí a las cuestiones de la vida y la muerte.

Lo erótico se pone en juego en los intervalos, que propician el despliegue de los imprevistos amorosos. ¿En qué otra cosa consiste la comedia de los sexos sino en mostrar que no hay encuentro eterno? Lo que cuenta es lo imprevisto de los encuentros y desencuentros. Esta comedia de enredos está muy lejos del banquete porno.

* Psicoanalista miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL). Docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de La Plata. Texto extractado del trabajo “La sal del erotismo y la pornografía”.

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