PSICOLOGíA › EL PILOTO DEL AVIóN DE GERMANWINGS

Asesinato-suicidio en el aire

La autora examina posibles determinaciones para la conducta de Andreas Lubitz, el copiloto del avión que se estrelló en los Alpes, y señala “las exigencias superyoicas” vinculadas con la relación de los pilotos con la organización para la que vuelan.

 Por Norma Alberro *

La investigación de la catástrofe del avión de Germanwings, el 24 de marzo, confirmó que el copiloto activó el descenso del avión “en forma voluntaria”. “No se puede considerar que sea un accidente. Tuvo voluntad de destruir el avión”, anunció el fiscal.

El acto voluntario de destruir el avión, los pasajeros y a sí mismo es, felizmente, un hecho poco común en la aviación civil. El riesgo más importante que corre un piloto en el ejercicio de su profesión no es el suicidio deliberado y consciente, sino el de encontrarse en una situación susceptible de desembocar en un accidente y, de una manera inconsciente, contribuir a ello. Un error de juicio, una maniobra torpe, un error de lectura o de interpretación de sus instrumentos pueden llevarlo a un accidente fatal, a su propia destrucción. El futuro piloto sabe que es una profesión en la cual el riesgo de muerte forma parte intrínseca del trabajo. De esto deriva la preocupación, por parte del grupo aeronáutico, por desarrollar técnicas de seguridad, tanto en lo que concierne al avión como al piloto.

Este acontecimiento trágico puede llevar a reflexionar acerca de las motivaciones inconscientes que pueden generar semejante acto mortífero. Freud, en su libro Psicopatología de la vida cotidiana, se refiere a los accidentes casuales: “Estos accidentes son producidos por una tendencia constantemente vigilante al autocastigo, tendencia que de ordinario se manifiesta como autorreproche y utiliza diestramente una situación exterior que se ofrezca casualmente o la ayuda hasta conducirla a la consecución del efecto dañoso deseado”. Luego agrega: “Aquellos que crean en la existencia de estos maltratos semiintencionados (...) se hallarán preparados a admitir también el hecho de que, además del suicidio conscientemente intencionado, hay otra clase de suicidio, con intención inconsciente, la cual es capaz de utilizar con destreza un peligro de muerte y disfrazarlo de desgracia casual”. Y continúa con una formulación que parece adecuada para aplicarla al caso de la catástrofe en los Alpes: “La tendencia a la autodestrucción existe con cierta intensidad en un número de individuos mucho mayor del de aquellos en que llega a manifestarse victoriosa. Los daños autoinfligidos son regularmente una transacción entre este impulso y las fuerzas que aún actúan sobre él. También en los casos en que se llega al suicidio ha existido anteriormente durante largo tiempo dicha inclinación con menor fuerza o como tendencia inconsciente y reprimida”.

Me parece que en esta cita sostiene la hipótesis de que la idea de la muerte como autocastigo puede estar presente durante largo tiempo en el psiquismo del sujeto que elige la profesión de piloto, y desarrollarse ocasionalmente hasta el suicidio o no. Veamos de qué depende que un piloto desemboque en un acto suicida como resultado de una búsqueda de autocastigo.

Los mitos de Icaro y Faetón parecen interesantes para reflexionar sobre esta tendencia a la muerte por parte de los pilotos. Icaro era hijo del arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de Creta. El rey Minos retenía a ambos en esa isla. Dédalo, para escapar, fabricó alas para él y para su joven hijo. Las hizo con plumas que adhirió con cera. Cuando ambos contaron con alas, Dédalo le advirtió a Icaro que no volase demasiado alto, ya que el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo, ya que la espuma del mar mojaría las alas. Padre e hijo echaron a volar, pero Icaro comenzó a ascender, hasta que el sol ablandó la cera, sus alas se deshicieron y cayó al mar. Suele entenderse que Icaro cayó por haber trasgredido la prohibición paterna de no acercarse al sol, es decir por desobedecer al padre. Pero se puede sostener que Icaro muere porque no hubo prohibición: el padre enunció una advertencia, que no era una prohibición; era una advertencia surgida del sentimiento de culpa del padre hacia el hijo, y refleja el intento fallido de instaurar una prohibición. Ovidio, al narrar el mito en Las metamorfosis, señala que “al mismo tiempo que le daba estos consejos, las mejillas del anciano se humedecían y sus manos paternales temblaban”. Ese presentimiento refleja un deseo inconsciente de muerte hacia el hijo y es la causa del sentimiento de culpa del padre.

El segundo mito va en el mismo sentido. Faetón, hijo de Helios –Febo, el sol–, quiso conducir por un día el carruaje de su padre, Helios intentó disuadirle, Faetón insistió y Helios aceptó. Pero Faetón perdió el control de los caballos blancos que tiraban del carro, y finalmente cayó y murió. Se puede sostener que Febo es un padre que no reconoció a su hijo, ya que Faetón tiene dudas acerca de sus orígenes y trata de probar la paternidad de Febo pidiéndole prestado su carro. No hay duda de que Febo sabía que su hijo podía morir en el carro y sin embargo no impide que Faetón se vea envuelto en ese fuego mortal. En ambos mitos parece existir en los padres un deseo de muerte hacia el hijo. Ahora bien, ¿qué es lo que estos dos padres son incapaces de prohibir, a qué no pueden poner un límite? La respuesta de la teoría psicoanalítica es que el amor incestuoso por la madre debe ser prohibido por el padre, considerado como instancia separadora. La búsqueda de una imagen paternal valorizada y de un reconocimiento lleva al hijo, en los dos mitos, a inmolarse en el fuego del amor incestuoso por la madre. Por falta de una ley paterna que interrumpa la relación mortífera con la madre, tanto Icaro como Faetón mueren en su propio fuego.

En la teoría psicoanalítica el verdadero padre es el que dicta la ley, y es siempre “padre muerto”. Según las concepciones desarrolladas por Freud en Tótem y tabú, el hijo debe matar simbólicamente al padre para acceder a su deseo y a su condición de sujeto. No siempre el hijo puede matar al padre, en algunos casos la instancia paterna no es suficientemente fuerte como para prohibir al hijo sus deseos incestuosos. A falta del poder separador del padre, la muerte se constituye en una salida posible.

Entre los pilotos, es una constante la presencia de ciertos conflictos con sus jefes. Los reproches más comunes se refieren a no jugar un rol protector y defensivo frente al miedo de realizar efectivamente un accidente de avión. La impresión de no estar suficientemente protegido y valorizado por la instancia paternal representada por los jefes es una fuente de reproches y de conflictos con la autoridad. La institución aeronáutica a la que pertenece el piloto y las reglas disciplinarias a las que es sometido parecen jugar un rol protector y prohibidor y, desde lo institucional, aseguran para el piloto la función de yo auxiliar y de superyó auxiliar. Pero esto es profundamente ambivalente: por un lado, la institución aporta al piloto su ayuda y despliega un enorme dispositivo de seguridad, pero al mismo tiempo le pide que sea capaz de correr ciertos riesgos, entre ellos el de su propia vida, en vista de un objetivo final que es la eficacia operacional o –si se trata de un piloto de guerra– la victoria sobre el enemigo.

La relación de los pilotos con la institución aeronáutica incluye exigencias superyoicas que suelen ser muy bien toleradas por ellos, pero incluye también el mensaje superyoico “mátate por mí”, “mátate para sostener a la institución”.

Ante esta situación, algunos sujetos cuya estructura psíquica es frágil y donde los límites no están bien establecidos pueden manifestar rupturas, crisis que en ciertos casos pueden desembocar en una fobia, un accidente o, en los casos más graves, en el suicidio.

Ante el riesgo de volar, que todo piloto experimenta, es posible distinguir tres tipos de angustia. Una es la angustia del Uno, de la unidad del yo amenazada, reconstituida, siempre en peligro. Ante este peligro se recurre al fantasma de la unidad totalizadora del doble: hacer uno con la madre, hacer uno con el avión: yo-madre=yo-avión. A la búsqueda de esta unidad, siempre imposible, corresponde el segundo tipo de angustia. Y ante esta angustia se plantea la búsqueda de un tercer término protector y estabilizador: el padre. Si este tercer término falta, aquella dualidad sólo conduce a la dispersión, el despedazamiento, la fragmentación. Aquí se ubica la angustia del niño ante el superyó, que se vuelve “poder del destino”.

El accidente aéreo y el suicidio son actos de gran violencia que entrañan la muerte del sujeto en una destrucción explosiva. Conducen a un despedazamiento, a una dispersión de las partes del cuerpo, proyectadas por el aire en mil pedazos. Esta angustia de dispersión, de despedazamiento, parece estar en la base de las ideas de muerte del piloto que, con su acto, provocó la muerte de muchas otras personas en el avión estrellado en los Alpes franceses.

* Psicoanalista. Ex integrante del Instituto de Medicina Aeronáutica y Espacial (Inmae). Texto extractado del trabajo “El suicidio aéreo desde la perspectiva psicoanalítica”, que puede leerse en elsigma.com.

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Andreas Lubitz, copiloto del avión siniestrado, y –de espaldas– su ex novia.
 
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