PSICOLOGíA › ABUSO SEXUAL EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIóN

Sin cuerpo

 Por Osvaldo L. Delgado *

Hubo un intenso debate, en los organismos de derechos humanos y entre una cantidad importante de ex prisioneros de los centros clandestinos de detención durante la última dictadura cívicomilitar argentina, en el período 1976-1983. Las mujeres que habían tenido encuentros sexuales (si se los puede llamar así, cuestión que debatiré) fueron denigradas por muchos de sus ex compañeros. Los epítetos fueron: putas, quebradas, vendidas, traidoras, inmorales. El texto de Miriam Lewin y Olga Wornat Putas y guerrilleras ha sido un valioso aporte a este debate. La variedad de experiencias disímiles es tan vasta y contundente que rechaza considerar los epítetos denigrantes. Esos insultos se orientan en la perspectiva de que las secuestradas elegían someterse sexualmente, develando así su moral revolucionaria quebrada, traicionada. Desde otra perspectiva, se puede afirmar, como lo han hecho pensadores muy valiosos sobre la Shoa, que en un campo de concentración es imposible elegir.

Pero para el psicoanálisis, el sujeto siempre elige. ¿Qué quiere decir elegir? ¿Y qué quiere decir elegir en ese contexto? Alguien puede elegir morir para acabar con el tormento, mientras que otro puede elegir soportar cualquier padecimiento, para no morir.

Además, para el psicoanálisis la elección nunca es consciente, más bien siempre es inconsciente.

En un campo de concentración, que es una maquinaria dirigida a abolir la humanidad en una persona, a reducirla a un objeto como desecho, ¿puede sostenerse la dignidad del sujeto del inconsciente que elige? Lo que cada uno elige en un ámbito así, como elección inconsciente, no como voluntad consciente sino como elección orientada por las fijaciones infantiles, es el modo de padecimiento. Si el tormento que se aplica es igual para todos, el modo de sufrimiento es absolutamente singular.

No hay, en un campo de concentración, otra elección que no sea ésa.

Por otro lado, si la experiencia concentracionaria produce una devastación del yo del sujeto, ¿esta devastación no es correlativa a la pérdida del cuerpo como tal? No me refiero al organismo, sino al cuerpo como lo entiende el psicoanálisis. El cuerpo que se puede tener o no. La mujer sometida sexualmente por un represor en un campo de concentración y exterminio, ¿tiene un cuerpo? Afirmo que no está su cuerpo, el que ella tenía, en ese acto. Acto cruel, que conjuga aún más la pérdida del cuerpo.

El ejemplo más patético de ese perder el cuerpo es lo que Primo Levi, en Si esto es un hombre, describe como una conducta que algunos realizaban en el extremo de sus penurias en el campo de concentración: un balanceo “corporal”, sin motivo ni intencionalidad. Estaban reducidos a un organismo ya casi sin vida. Habían perdido el cuerpo. Contaban como cuerpo con ese balanceo autístico. Nada más.

Esas mujeres que eran abusadas, luego de todo tipo de tormentos –picana eléctrica, submarino, amenaza de fusilamiento, comiendo muy poco y comida degradada, sin ninguna higiene, encapuchadas, sin privacidad, sin nombre–, ¿tenían un cuerpo? Quizás algunas aún conservaban algún testimonio de cuerpo. Esas sentirían asco, odio, pudor, vergüenza, mortificación. Las otras, nada. Una nada absoluta del sin cuerpo. Aquí no acontece el crimen después del abuso, sino que se deja subsistir ese organismo al que se lo despojó de la humanidad. Subsistir, hasta que llegue la orden de asesinarla.

El violador solitario, que ataca en la calle, se dirige a una que tiene un cuerpo. Su goce es apropiárselo. Por eso muchas veces el acto culmina con la muerte de la abusada. Pero fundamentalmente goza degradándola, promoviendo la angustia de la víctima. Si pensamos al campo de concentración, como un lugar donde reina la “ley de hierro” tal como la concibe Lacan, o sea un ámbito donde se presentifica el retorno en lo real de lo forcluido, no hay allí posibilidad de tener un cuerpo, solo la reducción a un estado de desecho.

Por lo tanto, el abuso llamado “sexual” es en verdad un modo de presentificación de una pasión, que opera sobre el sin cuerpo de la secuestrada. Por eso ya no busca degradarla, sino ofrecerle ese desecho a su dios oscuro.

* Profesor de psicoanálisis en la Facultad de Psicología de la UBA. El texto pertenece al libro Consecuencias subjetivas del terrorismo de Estado.

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