PSICOLOGíA › ESTADO ACTUAL DE UN ANTIGUO TABú

Virginidades de hoy

Las autoras se preguntan “de qué manera se sitúa hoy el tabú de la virginidad”: si ya no opera o si toma otros modos. “Encontramos que en muchos casos hay una precipitación a zambullirse en la sexualidad, sin que se localice el ritual amoroso de la entrega”.

 Por Patricia Karpel y Jacqueline Lejbowicz *

Proponemos hacer una lectura de “El tabú de la virginidad”, artículo que escribió Freud en 1917, para pensar algunas cuestiones de la adolescencia de hoy; comparando las conductas de cortejo y el lugar de lo amoroso en esta época con lo que Freud situó en su contemporaneidad. Freud, en su texto de 1917, decía que el tabú se funda en un peligro esencial: el temor a la mujer. Que se teme a la mujer por ser incomprensible, enigmática, singular y, sobre todo: enemiga. El hombre, afirma Freud, teme ser debilitado por la mujer, ser contagiado de su femineidad y volverse incapaz de realizar sus hazañas viriles. Podríamos decir entonces que la condición de lo femenino está ligada a lo que no puede comprenderse en significantes, lo que causa enigma, lo que es inédito, particular, imposible de hacer entrar en un conjunto. Lo que escapa a una clasificación posible. Allí, el carácter de notoda que señala Lacan, para nombrar una condición que la función y el campo de la palabra y del lenguaje no llegan a agotar.

En antiguas civilizaciones, las mujeres mayores preparaban mediante rituales a las mujeres por venir. Las danzas y las artes de la seducción y el bordado ponían en juego modos de hacer para introducir la dimensión del enigma, del respeto y de la entrega. Mientras bordaban punto a punto, las mujeres de antaño, hilvanaban un tejido que ya desde Penélope enlazaba la espera al amor, mientras con relatos de ensoñaciones amorosas acariciaban sus oídos. Punto a punto, lazo a lazo, construían un pasaje. El cuerpo cambiaba de vestimentas y se preparaba con palabras y nombres para el escarceo amoroso, como modo de acceder a la femineidad. El tabú de la virginidad y los ritos que lo acompañaban organizaban la vida erótica de las mujeres .La mujer quedaba ligada a aquel que traspasara ese velo, traspaso situado y orientado en el rito de iniciación. Había un pasaje por donde pasar y dar paso. Un rito que, podríamos decir, anudaba real, simbólico e imaginario. El tabú operaba como localizador simbólico de un goce difícil de domesticar en todos los tiempos. El velo del himen y los rituales que acompañaban el himeneo, localizaban y bordeaban ese agujero, tejiendo, bordando y bordeando ese enigma abierto. Se concentraba allí el encanto y el horror; aún también el honor de lo femenino.

En la mitología griega, Himeneo (hijo de Dionisio y de Afrodita), también llamado Himen, era un dios de las ceremonias de matrimonio, inspirador de las fiestas y las canciones. Himeneo es también un género de poesía lírica griega cantada durante la procesión de la novia a la casa del novio en la que se apelaba al dios. Es interesante hacer notar que el himno e himen comparten, desde el punto de vista etimológico, el mismo origen. El himno es una de las primeras formas de poesía, composición poética en alabanza u honor de seres o sucesos extraordinarios. Hay entonces en torno al himen, aquel tesoro otrora preciado, y el himno, un decir poético, que alaba lo femenino y evoca lo fecundo, la apropiación de la tierra, el territorio a conquistar.

La condición de enemiga, de extraña, que Freud señaló, junto a su peligro potencial de feminización para el hombre, puede ser también –si se logra ir más allá del rechazo de lo femenino– el terreno fértil en que el amor puede devenir poesía, decir poético. Pero Freud atribuye a esta dimensión de enemiga, presente en lo femenino, la costumbre de los pueblos primitivos de proceder a la perforación artificial del himen para evitar los designios riesgosos que podrían caer sobre el hombre que la desvirgara. Incluso en lo que, en ese momento, denomina “la conducta de la mujer civilizada contemporánea”, Freud encuentra a la potencial enemiga que tendrá una conducta paradojal de servidumbre y afán de venganza con su marido. Y la causa de esa hostilidad, de ese afán de venganza, Freud la articulará con lo que en el coito reaviva la herida de la castración.

Nos preguntamos de qué manera se sitúa hoy el tabú de la virginidad. ¿Podemos decir que ya no opera? ¿O más bien que toma otros modos? Encontramos que en muchos casos, hay una precipitación a zambullirse en la sexualidad, sin que se localice el ritual amoroso de la entrega. Se prescinde de lo amoroso. En ocasiones, el velo del himen, más que un bien preciado, un tesoro, pasa a ser algo que hay que desgarrar lo antes posible. Si pasa indemne, luego de tiempos cada vez más breves, comienza a ser devaluado. Más aún, devalúa y desprestigia a la joven que aún lo posee. Parecería, incluso, que la moda actual de aplicarse aros y tatuajes en distintas partes del cuerpo cumple una función ligada a agujerear o marcar el cuerpo, sobre todo cuando la pérdida de la virginidad se demora.

La condición de enemiga que Freud señaló, y sobre todo el afán de venganza parece ponerse particularmente en juego en nuestra época: Enemiga, sobre todo, para sí misma.

En la época actual, ¿qué se dice de lo femenino? ¿Qué erótica y qué poética se utilizan para nombrar lo indecible? ¿Y qué dicen ellas? Hay un cambio en los semblantes femeninos, y lo innombrable, se sustituye por una sucesión de imágenes, taponando el ojo, al darle de comer imágenes de las niñas en insinuantes poses para obviar el encuentro con lo imposible de nombrar. A menudo son ellas quienes avanzan. Disuaden lo poético. No esperan el cortejo que provenga del otro. No se tientan tentando. Más bien los avanzan a ellos, en un empuje a igualarse. Desvalorización del amor, época del antiamor –como dice Jacques-Alain Miller–. Se dirigen a los hombres, pero para dejarlos a ellos en el lugar de objeto; pasivos y asustados.

Tomemos algunos tweets, para leer qué dicen y como hablan las adolescentes de esta época: “Nací para ser hombre, soy repajera, me chamuyo a todo el mundo y me gusta ir de frente y jugármela”; “Yo ya me comí a 35, y el pibe que me comí ayer sólo a 10”; “Ahora te cojo enterito. Quiero ser tu amiga con derecho a roce”. “Sos lindo, así que algún día voy a ir a tu casa a violarte. Te como bombón hermoso”.

Y el decir de un adolescente varón: “Mi concepto de chamuyo es mirar a una chica que esté buena y esperar que ella venga y me hable”.

Cuando lo que emerge es la grosería y la mostración del lado de ellas, se puede pensar que lo que está en juego es evitar y conjurar el piropo que pudiera provenir del lado de él. Las palabras crudas con que ellas se dirigen a ellos, sin operación metafórica, ponen en juego la injuria. Mujercitas no ubicándose como causa, sino invirtiendo su lugar, en pos de igualarse haciendo del varón un objeto y rechazando el lugar de ser ellas objeto causa. Avanzan eludiendo el cortejo y el juego de seducción, y entran en competencia con el varón en la contabilidad de conquistas.

Terreno fértil para el lazo de amor, las palabras de amor dan envolturas, arman contornos que recién a la hora del goce se nombrarán más crudamente. Palabras de amor que armen la ilusión de lo compartido, más allá de lo solitario del goce de cada uno. Una mujer, tomando al hombre como relevo para ser Otra para sí misma, podrá amar orientada hacia aquel que le responde por su ser. Para eso, es condición haber asumido la castración, consentir a ser objeto causa de deseo para él y para si.

La vía del amor implica poder hacer con lo extraño y enemigo que “lo hétero” presentifica. Tejer lazos, amigarse con la falta, y en ese agujero tejer el lazo de amor. Asumir la castración permite situar lo Otro, el terreno extraño que lo femenino, lo diferente, lo radicalmente Otro, es para ambos. Lo hétero es también el propio órgano para el hombre, elemento extraño al que intenta domesticar, a menudo poniéndole nombres como “el amigazo”. Entonces, el piropo, el verso, el “chamuyo”, se constituyen como poética masculina, para localizar en pedazos deseados lo indecible del enigma femenino. Aquello que hace decir/maldecir (dit femme, advierte Lacan), causado por una mujer.

* Docentes en la Facultad de Psicología de la UBA. Texto extractado del trabajo “Entre la palabra de amor y la injuria”, presentado en el V Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología.

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Imagen: Corbis
 
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