PSICOLOGíA › CRISIS DE LAS IDENTIDADES SEXUALES

“Hoy estoy gay”

La autora examina el “estallido del orden sexual moderno”, para el cual las prácticas sexuales otorgaban identidad, por ejemplo, la de ser hétero u homosexual. A través de ejemplos concretos, indaga en los profundos alcances de esa crisis.

 Por Ana M. Fernández *

Con la visibilización de las llamadas diversidades sexuales estalla o se desnaturaliza el orden sexual moderno en sus modalidades específicas de producción de identidades sexuales. Pensar la sexualidad en clave identitaria configuró un particular ordenamiento por el cual las prácticas sexuales otorgan identidad. Así, según el sexo del partenaire, se dice por ejemplo que alguien “es heterosexual” o que “es homosexual”. Esta operatoria define la identidad por el rasgo; es decir, implica tomar un rasgo, en este caso el tipo de elección de partenaire sexual, como totalidad que define y otorga identidad accionando entonces en el orden del ser1. Pero ¿podemos pensar las sexualidades y sus posicionamientos subjetivos sólo como un rasgo entre otros? ¿Se están transformando las modalidades de producción de las identidades sexuales o se trata de la caída de la producción misma de algunas configuraciones identitarias? ¿Está hoy en crisis una modalidad de época de las configuraciones de las identidades sexuales o la interpelación alcanza a la propia lógica sexual identitaria desde donde se han organizado, pensado, vivido las sexualidades y las distintas modalidades erótico-amatorias?

Sexualidad, heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, son términos bastante recientes en la historia de Occidente. Como se sabe, para los griegos serían palabras bastante incomprensibles. Aquello que Michel Foucault nominó como el dispositivo de la sexualidad (Historia de la sexualidad, tomo II, “El uso de los placeres”) ha “ordenado” durante la modernidad temprana los imaginarios sociales y las prácticas eróticas, amorosas, conyugales específicas alrededor de los relatos del amor romántico. Si nos detenemos en algunas de sus características, tal vez podamos distinguir algunas de sus transformaciones. El ordenamiento moderno de las sexualidades configuró una fuerte amalgama entre sexo biológico –hombre o mujer–, géneros –masculino y femenino, cada uno con sus atributos y roles “esenciales”–, deseo heterosexual –“activo” para los varones, “pasivo” para las mujeres–, prácticas eróticas específicas de acuerdo con estas distinciones –explorar, estimular, penetrar/ser explorada, estimulada, penetrada– y placeres propios de unos y otras en función de estas distinciones. Los relatos del amor romántico y del amor maternal y sus lógicas amatorias correspondientes han operado como reaseguro disciplinar de esta amalgama.

Es decir que, en la medida en que se combinaran “debidamente” sexo biológico, deseo, género, prácticas eróticas y amatorias, placeres, imaginarios amorosos, en una identidad sexual masculina o femenina, el orden sexual parecía asegurado. Hasta aquí puede pensarse que las lógicas colectivas de la sexualidad de la primera modernidad han operado no sólo en clave identitaria, sino también binaria (dos sexos, dos géneros, etcétera).

La contracara –psiquiatrizada-psicopatologizada, anómala y desigualada socialmente, pero reconocida como existente– fue la configuración de identidades “homosexuales”: en el caso de los varones, remedará a una mujer, el homosexual afeminado, y en el caso de las mujeres homosexuales configurará chicas varoniles. Mientras esto fuera así, nada amenazaba las lógicas patriarcales referidas a la sexualidad, y el orden sexual concomitante se producía y reproducía con los correspondientes circuitos y tensiones de dominio-subalternidad, inclusión-exclusión, legalidad-clandestinidad, normalidad-enfermedad. Puede agregarse entonces que al considerar las lógicas sexuales dentro del orden patriarcal estamos diciendo que son operatorias identitarias, binarias y también jerárquicas. La cuestión del patriarcado y sus lógicas operatorias merece un pequeño desvío. Se utiliza aquí el concepto de patriarcado como un orden de poder jerárquico, un ejercicio de poder de dominio, por el cual se establecen relaciones de fuerza que producen subalternidad no sólo en las mujeres respecto de los varones, sino también de las sexualidades por fuera de la heteronorma, de los niños y niñas respecto de los adultos, de otras etnias respecto de los blancos, en los trabajadores/as respecto de los varones blancos propietarios, etcétera. En tal sentido, es necesario ampliar la noción de patriarcado. El ejercicio de este poder incluye entonces esas formas cotidianas y muchas veces invisibles, naturalizadas, de prácticas de dominio, de subalternación que no sólo se ha ejercido y se ejerce en relaciones de poder de los varones sobre las mujeres sino que comprende una serie de estrategias biopolíticas y dispositivos de acción cotidiana sobre todos aquellos grupos sociales que desde el establecimiento de las democracias representativas y sus declaraciones de derechos quedaron por fuera de la construcción semántica de El Hombre y los campos de significancia-significación correspondientes. Estos grupos sociales en diversas situaciones de subalternidad configuraron lo que he denominado en otros escritos las diferencias desigualadas. En tal sentido, las alianzas entre Capitalismo, Patriarcado y Estado han sido constitutivas de las democracias modernas con sus singularidades de tensión política-social-cultural-sexual-familiar, tanto en las metrópolis occidentales como en sus colonias y periferias. Se trata de alianzas siempre en tensión entre sus componentes que a su vez establecen las tensiones específicas de cada momento histórico, de cada democracia representativa, ampliando o restringiendo las libertades y derechos de unos u otras, propiciando la exclusión o la inclusión de unas diferencias desigualadas u otras.

Singularidades eróticas

Ahora bien, en la actualidad de esta modernidad tardía que estamos atravesando, la visibilidad creciente de existenciarios travestis, transexuales, transgéneros, intersexos, etcétera, así como las transformaciones de las modalidades eróticas y estéticas de los existenciarios “homosexuales” y “heterosexuales” más clásicos, sin duda está desbordando los estereotipos modernos de la sexualidad. Han entrado en acelerada mutación desde sus demarcaciones de lo íntimo o lo privado –como las perfomances posporno– hasta las estéticas de la seducción y la producción de las corporalidades. Esto incluye tanto la variedad de sus prácticas eróticas como sus relatos y sus nomenclaturas. Así, se comienza a pensar en términos de las sexualidades, más que la sexualidad; de las diversidades más que de la diferencia.

La sexualidad entre varones gay de estética viril no sólo pone de manifiesto modalidades de configuración de los cuerpos donde se deconstruye la com-posición del varón homosexual afeminado, sino que da cuenta de un modo de reconfiguración de las prácticas eróticas y la distribución de los placeres donde pasivo-activo, penetrar-ser penetrado ya no responde más que a las dinámicas de las intensidades eróticas y no a roles preestablecidos. Cuando estos juegos eróticos ponen en acción a dos sujetos activos de deseo, varones que desean a otro varón en su masculinidad, habrá que repensar la cuestión –en términos freudianos– de la diferencia ser-tener como motor del deseo.

Al mismo tiempo, si la cuestión se dirime en el plano de singularidades eróticas que no fijarían rol, en los relatos amatorios de estas relaciones varón-varón suele desactualizarse la vigencia de los criterios monogámicos (“esa careteada de los hétero”, decía un entrevistado en la investigación en curso) que han amalgamado el universo de los imaginarios colectivos regidos por la heteronorma. Asimismo, la mayoría valora el matrimonio igualitario desde criterios más pragmáticos y/o políticos como amparo de derechos civiles o como legitimación del Estado de su condición, más que desde argumentos románticos (Proyecto “El campo de problemas de las diversidades amorosas, eróticas, conyugales y parentales: tensiones entre discriminaciones y resistencias”, Programación UBACyT 2014-2017). La mayoría de estas configuraciones, al mismo tiempo que trastruecan casi todas las instancias del orden sexual moderno (se desconectan sexo-género-deseo-prácticas-relatos), se sostienen en un fuerte posicionamiento identitario. Pueden debatir si les complace más autonominarse “gay” o “puto”, pero mantienen fuertemente el hacer del rasgo “sexual” identidad.

En este punto, pueden encontrarse diferencias con relaciones “varón-varón” y relaciones “mujer-mujer” más jóvenes que, si bien tienen claro registro de sus disposiciones eróticas, expresan distintas modalidades de rechazo a las nomenclaturas gay/lésbicas, vengan éstas de los/las profesionales que consultan o de las propias organizaciones militantes. Parecieran tener la sospecha de que sostener una nominación como gay o lesbiana abriría la puerta a posibles estigmatizaciones o a limitar sus existenciarios en eventuales ghettos. (“¡Se tendría que poder decir me enamoré de una persona, y punto!”, dice una entrevistada muy joven en la Marcha del Orgullo). En algunos casos, el rechazo a una nomenclatura diferenciadora está acompañado de un rechazo a hacer del rasgo –”con quién me acuesto”– identidad. Les resulta abusivo que se los/las identifique por “una sola de mis tantas actividades”. Suelen ser chicas o chicos jóvenes que rechazan también las estéticas y com-posición de corporalidades de gays afeminados o lesbianas varoniles por considerarlas estereotipadas o simplemente antiguas. Pueden participar de la noche gay, pero expresan desconfianza a los ghettos. Esto no excluye que concurran con entusiasmo a las marchas del orgullo. A diferencia del grupo anterior, sus subjetividades prácticamente no han tenido que configurarse en existenciarios regidos por el secreto y las clandestinidades propias del closet.

También entre las muchachas más jóvenes que pueden establecer contactos sexuales y/o amatorios algunas veces con varones y otras con mujeres, no suelen aparecer expresiones de extrañamiento, cuestionamiento o culpabilidad, tampoco la necesidad de definir si son bisexuales, homosexuales, heterosexuales. A diferencia de mujeres en similar situación de generaciones anteriores, al no abrir pregunta parecen sostener de hecho una indiferencia a hacer de sus elecciones eróticas y/o amatorias un indicador identitario.

En esa línea cobra relevancia poder diferenciar existenciarios de identidades. Algunos y algunas comienzan a jugar con el “estoy” versus el “soy”. En las últimas marchas de orgullo ya son habituales remeras con la consigna “hoy estoy gay”. Tal vez una de las cuestiones más interesantes para pensar es que el “hoy estoy” no está relacionado con dudas respecto de sus posicionamientos eróticos. Aunque no participen de militancias, pareciera más bien una crítica en acto al modo moderno de pensar lo identitario. Aquí se sostiene lo identitario, pero se rechaza que se configure en el orden del ser. Se compone identidad, pero no se sostiene o se resiste a ser pensada como invariante, esencia, rol o atributo permanente. Es decir, se instituye el “yo”, pero no el “soy”. Aquí la tensión que parece predominar es ser-estar, más que ser-tener. Los/as más activistas ubican este posicionamiento en la noción de sujetos nómades (Braidotti, R., Sujetos nómades, ed. Paidós, 2000) y/o encuadran sus pensamientos en las críticas ontológicas a la identidad (Butler, J., Deshacer el género, ed. Paidós, 2006) y/o incluyen la cuestión de las diversidades sexuales como parte de las resistencias antisistémicas al capitalismo actual (Preciado, B.P., “Multitudes queer: notas de una política para los ‘anormales’” en revista Topía, N 58) etc. Es decir incluyen sus posiciones en debates filosófico-políticos mucho más amplios, de gran actualidad.

Si ponemos en consideración los universos trans, en el caso de travestis mujeres, es decir que se han trasvestido de varón a mujer, puede constatarse que algunas de ellas se presentan con una modalidad estética de hiperrealismo femenino, sea en un look súper erótico en las trabajadoras sexuales y/o en la exaltación de sus amores maternales. Sin embargo, en su orgullo travesti algunas suelen exaltar la riqueza de sus posibilidades eróticas al mantener activas sus corporalidades masculinas ¿Cómo se despliegan en estas disposiciones subjetivas los deseos eróticos? ¿Cómo se formularían estos posicionamientos en los particulares que ponen en juego? ¿Cómo se localizarían estas modalidades deseantes? ¿Cómo pensar las particularidades y especificidades de placeres, goces, deseos? ¿Y en los varones autonominados heterosexuales que las requieren? ¿Y en el caso de autonominadas mujeres con las que en algunos casos se relacionan sexual y/o amorosamente? ¿Podríamos decir que en estos casos no se trataría de posición hombre o posición mujer, sino posición hombre y posición mujer, al mismo tiempo? ¿O habría que pensar radicalmente de otro modo?

Es interesante al respecto el debate posterior a la sanción de la ley de identidad de género. Esta ley ha cumplido con reivindicaciones de la población trans, pero a poco de andar va presentando nuevos problemas. A punto tal que al momento actual algunas agrupaciones de activistas plantean que no se sienten reconocidos/as en una opción identitaria binaria por la cual en el documento de identidad donde dice sexo deben poner femenino o masculino. Expresan que no se autoperciben en ninguna de las dos opciones. No se autoperciben ni desde su sexo biológico ni en la autopercepción que hoy les habilita la ley. Plantean una modificación a la ley recientemente sancionada para incluir una tercera posibilidad y donde dice sexo poder especificar “identidad trans” o “sexo trans”. Argumentan que de este modo no se verían obligados/as a omitir su historia, fundamentalmente los goces y las sombras de sus procesos de transición. Señalan que se verían obligados/as a indicar una identidad en la que no se reconocen y por lo tanto no les interesaría consignar en su documento. En algunos casos han optado por no tramitarlo. Los/as más politizados/as si bien valoran el avance de legitimidad que ha significado la ley, señalan la importancia de superar criterios de clasificación binarios.

Otras organizaciones manifiestan que el documento de identidad no debería especificar sexo. En esa misma línea, hace poco tiempo la red social Facebook ha habilitado más de 50 opciones de identidad de género donde se incluyen las identidades trans e intersex en una multiplicidad de posibilidades.

A su vez, en los últimos tiempos, empiezan a visibilizarse existenciarios travestis tanto de personas trasvestidas de varón a mujer como de mujer a varón, que componen sus cuerpos, actitudes, vestimentas y estrategias de seducción ya no desde la exaltación del “otro género”, sino desde una com-posición estética deliberada donde lo exaltado o ponderado es que no sea posible discernir si estamos frente a un varón o una mujer. Puede vestirse con una blusa que consideraríamos muy “femenina” y pantalón y zapatos “de varón”, por ejemplo. En algunos casos estas estéticas se realizan desde actitudes nada casuales donde podría decirse que operan-instalan intervenciones o perfomances militantes, que hay que reconocer, logran verdadero impacto.

Los universos trans suelen presentar “combinaciones” que la heteronorma dominante jamás hubiera podido imaginar. ¿Cómo pensar una pareja travesti que tuvo una hija, engendrada por ellos mismos pero donde los espermatozoides provinieron de la mamá, ya que está habilitada biológicamente para ello, y el embarazo lo cursó el papá, en actitudes y vestimenta de varón, ya que tambien está habilitado biológicamente para ello? Han optado por dar uso biológico a sus aparatos reproductores conservados, manteniendo las identidades travestis actuales. Afirman que lo mismo harán en la crianza.

Podemos observar que aquí parecieran desacoplarse sexo biológico-género, pero en una modalidad donde se invierten los cuerpos que portan los géneros y a la vez parecieran disponerse a ejercer los “roles” de madre y padre de modo “moderno”. Llevan su travestismo hasta un punto tal que se hace difícil de imaginar para quienes se han subjetivado en un universo “naturalmente” heteronormativo. Sin embargo, al mismo tiempo que presentan una estética muy disruptiva, todas estas transformaciones exaltan hasta el extremo la vigencia de una lógica binaria e identitaria.

A su vez, algunos grupos de intersexuales llevan toda una campaña para denunciar y desaconsejar las intervenciones quirúrgicas en bebés que nacen con genitales en los que no puede distinguirse claramente si serán masculinos o femeninos. El argumento suele ser que apurarse en establecer varón o mujer es acatar los mandatos sociales de disciplinar las sexualidades. Al mismo tiempo pero en sentido contrario, otros colectivos levantan como triunfo que se haya aceptado que se cambie el documento de identidad en una niña trans, menor de edad. Es interesante destacar que si bien serían posiciones contrapuestas, en ambos casos se fundamentan estas cuestiones en argumentos de inclusión, ampliación de derechos y libertades de elección.

* Profesora consulta en la UBA. Texto extractado del trabajo “Com-posiciones actuales de las identidades sexuales”, que se publicará en el próximo número de la revista Generaciones, de la Facultad de Psicología de la UBA. La revista será presentada el 27 de noviembre en Independencia 3065, Aula 108, en el marco del Congreso Internacional Treinta años de la Facultad de Psicología.

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Marcha del Orgullo, Buenos Aires, 2015.
Imagen: Joaquín Salguero
 

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