PSICOLOGíA › CONTRATOS NO RENOVADOS, FLAMANTES “LICENCIADOS” Y TáCTICAS ACTUALES DE SEGREGACIóN

La vigencia de “Dos días, una noche”

La película de los hermanos Dardenne, estrenada en Buenos Aires en octubre de 2015, es una pintura desgarradora de la crisis del desempleo en la Europa de los últimos años. Ahora, la realidad del país lleva a las autoras a resignificar el film y ver en Sandra, su personaje central, la angustia y devastación subjetiva de miles de despedidos argentinos.

 Por Cecilia Tercic y Laura Salinas *

¿Por qué volver sobre un film que –según la vorágine de estrenos que nos impone la producción cinematográfica–, podría resultar remoto? Es que la angustia y la devastación subjetiva que vemos afrontar a Sandra, el personaje central del film, es lo que alrededor de 120.000 trabajadores, más todos aquellos que temen perder su empleo, sufren en este momento en la Argentina. Dos días, una noche fue estrenada en Buenos Aires en octubre de 2015, en un momento donde el 51 por ciento de los argentinos se decidía por relativizar la importancia de una orientación política capaz de garantizar los derechos laborales de los trabajadores.

El film, y el cine de los hermanos Dardenne en general, muestra la posición del artista que logra ser contemporáneo –como lo entiende Giorgio Agambem–, por poder ajustar cuentas con su tiempo; más aún, tomar posición respecto de él con un alejamiento que permite ver lo que otros no ven por estar demasiado acomodados a la época y sus pretensiones, demasiado adaptados. Pero se vuelve aún más interesante, porque aunque es un cine al que se suele calificar como “social” en tanto retrata los condicionamientos de nuestro mundo actual signado por el imperativo de goce del neoliberalismo, el marco de la época no funciona para estos cineastas como explicación de fatalidades, al modo de un puro determinismo, sino que se presenta como escenario para que se despliegue allí la variable incalculable, lo imprevisible del sujeto del inconsciente.

El rasgo singular de sus películas está en cómo los protagonistas logran elegir aun en condiciones extremas que parecen condicionar absolutamente al individuo. Poniendo en juego una ética que radica en el carácter esencialmente electivo del ser y que no siempre se ajusta a lo políticamente autorizado.

Sandra, la trabajadora interpretada por Marion Cotillard, debe convencer a sus compañeros de trabajo para que cambien el sentido de una votación que ha concluido con ella en la calle. El patrón de la empresa, dadas las circunstancias económicas globales, propuso que votaran entre un recorte de personal –el despido de Sandra– o la renuncia de una prima de mil euros para cada uno de ellos. En la primera votación, con Sandra de licencia por depresión, la mayoría optó por quedarse con la prima, pero Sandra ha conseguido que se realice una nueva votación y tiene dos días y una noche para lograr cambiar el resultado.

El punto de partida de la película propone un escenario donde la relación con los otros parecería ajustarse a la lógica darwiniana de la supervivencia del más apto. Pero los Dardenne quieren mostrar una cara más sutil del asunto. Allí donde todo pareciera desplegarse en un clima de agresividad especular, donde la regla del “o yo o el otro” reina, el film nos sumerge de a poco en otra escena en la que el otro adquiere una importancia capital más allá de su estatuto de rival.

“Quería preguntarte si votarías para que me quede” es el único libreto con que Sandra va al encuentro de sus compañeros. Ella se presenta apelando al otro. No insiste, no busca convencer, no arma una escena mostrando su dolor, no suplica, no ruega. A veces eclipsada, otras permaneciendo en silencio, silencio que suele ser virtud necesaria para que el otro encuentre lo suyo.

La presencia inesperada y real de Sandra hace retornar en el espejo de su mirada silenciosa que no reprocha, que solo pide la posibilidad de otra respuesta, el oscuro designio por el que cada uno tomó la decisión de eliminarla.

Para sus “compañeros” –proletarios masificados por la lógica de la globalización que se mantienen juntos pero anónimos entre sí consistiendo en el ideal de aparente libertad de goce individual–, la presencia de Sandra les anuncia su verdadera sujeción a un orden segregativo: no es ya una “mujer depresiva”1 que iba a desaparecer de todos modos del sistema productivo, sino cualquiera de ellos quien puede ser el excluido.

Algunos compañeros salen de la desaparición del anonimato y comienzan a reconocerse en esa falta, prometiéndole apoyar su reincorporación aun a costa de perder la prima de 1000 euros; otros en cambio afirman la decisión tomada, por miedo, por necesidad o indiferencia.

En esa travesía Sandra pierde sus fuerzas. Quiere abandonar. Aturdida, ingiere todos los medicamentos psiquiátricos de los que estaba empezando a prescindir y se acuesta a descansar. Asume identificarse a ese objeto desecho con el que el sistema sostiene su sinergia, con la misma herramienta que la estigmatizó en el lugar de enferma improductiva.

Pero su pareja no refuerza la exclusión de mujer depresiva y la ayuda a seguir defendiendo su lugar. Algunos más salen de la hipnosis, incluso descubriendo algunas otras sujeciones vitales a las que se encadenaban: la más evidente, la de la mujer que al querer comprometer su voto, tropieza con la violencia de su propia pareja tratando de torcer su decisión.

Sandra encuentra el apoyo y el ánimo para llegar no solo a la votación, sino a soportar –por poquísima diferencia en los votos– volver a quedar afuera. Ahora la empodera el haber logrado atravesar la mirada de un Otro que hallaba su garantía en la expulsión de su falta hacia afuera (falta que encarna el despedido, el pobre, el enfermo, el extranjero (musulmán moderno). Su acto trastoca su posición subjetiva y al mismo tiempo agujerea al Otro. Eso le permite –como lo intenta transmitir Lacan–, llegar a reflejarse en un otro más allá de su función de rival u objeto. Ese “prójimo” capaz de presentar en primer lugar la “inminencia intolerable del goce”2, puede pasar a reflejar –gracias a la operación de pérdida del acto–, al semejante en tanto también portador de una falta.

El nuevo poder de Sandra se expresa en la posibilidad electiva de decir “No” a la última trampa que la espera luego de su aparente fracaso: el dueño de la empresa la convoca con una nueva oferta en reconocimiento por su eficiente desempeño: “Usted ha logrado convencer a la mitad de sus compañeros”, le remarca felicitándola. El cinismo que retrata esta escena posee una actualidad que trasciende fronteras, que se cristaliza en el eufemismo de la no renovación de contratos que encubre lo que está realmente en juego: un despido por otro.

El “No” de Sandra a la propuesta de reincorporación de su empleador –cuyo costo era la no renovación del contrato de uno de sus compañeros–, cobra relevancia sólo si entendemos –siguiendo a Agamben– que en nuestro tiempo la operación del poder no actúa tanto sobre lo que los hombres pueden hacer sino más bien sobre su impotencia, entendida como lo que pueden no hacer. Para el autor impotencia no es ausencia de potencia sino un poder no hacer, poder no ejercer la propia potencia. “Mientras que el fuego sólo puede arder (…) el hombre es el animal que puede su propia impotencia” (Agamben, G. 2011, 64).

Los trabajadores de Smata, reunidos en plenario nacional hace unas semanas en Cañuelas, decidieron negarse a montar aquellas autopartes que reemplacen a las de producción nacional. “Cada pieza que se desnacionaliza es un retroceso”, aseguró el jefe del gremio, Ricardo Pignanelli, ante el despido o ahora “licenciamiento” de un vergonzoso número de trabajadores mecánicos por el desarancelamiento a las autopartes importadas que implica prescindir de los trabajadores argentinos.

La decisión final de Sandra no es la de una heroína que va contra todos reafirmando su valor en el rechazo de los bienes que el amo le ofrece. Sandra encuentra un nuevo tipo de satisfacción que ha apaciguado la relación a su Otro, al haberse reconocido en su propio engaño, en su propia hipnosis que le hacía sostener junto a otros al Amo de la globalización.

Así como Sandra parece convertirse en instrumento para que el otro –sus compañeros de la “Solwall”– se reconozca en su propia sujeción, ella también sale transformada por su acto, aun cuando no pueda reconocerse como agente del mismo. Con su apelación les abre a sus compañeros la posibilidad de una nueva decisión, invita a cada quien a revisar su elección, pero ya no como componente indiferenciado de la masa, sino en nombre propio.

Los Dardenne rompen con el cine que busca obtener la fascinación hiptnotizante de la imagen completa e idealizada que invita a la identificación fálica. Con sus planos frontales y cámaras pegadas al rostro, el cuerpo sube a escena con todas sus miserias: se agita; transpira; se angustia; se desploma. Sus decisiones estéticas interpelan a la época tanto como los protagonistas de sus films.

Si bien tal vez no podamos, como el artista, burlar todos los imperativos éticos y estéticos hegemónicos de nuestra época, tal vez sí nos sea posible despertar de la hipnosis de creer que aquello que es un hecho estructural de las estrategias del sistema de dominación del capitalismo global contemporáneo, es sólo un efecto autóctono de “políticos populistas y corruptos” o un fenómeno de biografía individual.

Los medios masivos de (in)comunicación, con sus diversas tácticas, no paran de intentar la hipnosis en una fantasía global que consolide por un lado el imperativo de goce del individuo capaz de romper todo límite (el enaltecimiento de lo adictivo por ejemplo), como de mentir, tergiversar, ocultar o desaparecer información según sus necesidades comerciales. Freud y Lacan mostraron que la existencia del sujeto es transindividual, es decir que existe en ese ir y venir de la alienación y la separación que toma apoyatura para ir de un Otro a la relación posible con el semejante, el otro.

También como Sandra, estamos ante las puertas de salir de la hipnosis.

* Psicoanalistas, docentes de la Universidad de Buenos Aires y miembros del FARP, perteneciente a la Escuela de los Foros del Campo Lacaniano.

1 Dos estigmas sociales que favorecen la exclusión.

2 Lacan, J. Lacan, J. (1968-69) “Seminario 16. De Otro al otro”, Clase del 12 de marzo de 1969. Versión inédita.

Referencia bibliográfica:

Agamben G., Desnudez, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2011

Lacan, J. 12 de marzo de 1969. Seminario de un Otro al otro. Versión inédita.

Compartir: 

Twitter

Sandra, la trabajadora de Dos días, una noche interpretada por la actriz Marion Cotillard.
 
PSICOLOGíA
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.