PSICOLOGíA › LA INOCENCIA DE LOS UNOS Y DE LOS
OTROS Y LA CULPA DE ALGUNOS EN LA ARGENTINA ACTUAL

El motivo de consulta fue una “fobia al country”

Según el autor de esta nota, “los delegados del Imperio construyeron un país donde a sus hijos los secuestran o los matan. Sobrevivir a un hijo supone un gran sentimiento de culpa. Pero alguien tiene la culpa por haber exterminado a una generación entera y por estar robándole la vida y la esperanza a la generación nueva”.

Por Juan Carlos Volnovich *

Vicarios. Delegados del Imperio, construyeron un país donde no pueden vivir y donde a sus hijos los secuestran o los matan. Porque el caso es que sus custodios no asesinan o “desaparecen” a aquellos que “en algo estarán”, sino a aquellos inmaculados que, como Axel Blumberg, no estaba en otra cosa que en la vida misma. No secuestran (o no sólo secuestran) a militantes revolucionarios o a líderes sindicales “molestos”, sino a muchachas frescas e inocentes como Florencia Macri que no está en otra cosa que en la adolescencia misma. Fue tal la codicia y tan desmesurado el impulso a concentrar la riqueza que no repararon en saquear la Nación, desmantelar los recursos naturales, robarle el futuro a las nuevas generaciones y, a sus propios hijos, condenarlos a un destino de inseguridad y violencia que se expresa en el ejercicio de una paranoia instrumental, si deciden quedarse en el país (vida en barrios cerrados, guardaespaldas, práctica de tiro y artes marciales para defenderse, desplazamiento en coches blindados con vidrios polarizados), o una paranoia subclínica que se basa en la probada sospecha de que “por su propio bien” han tenido que continuar sus estudios en el exterior, expulsados del lugar de origen; paranoia subclínica que muchas veces coincide con una suerte de melancolía reactiva a una emigración que, se supone, es capaz de evitarle los riesgos de vivir en su patria.
–¿Sabés que mi papá es muy pobre? –me dice mi paciente de siete años recién cumplidos que tiene un papá supermillonario.
–Ah, sí. No me digas.
–Sí. Mi papá es muy pobre.
–¿Y cómo puede ser que un papá con dos cuatro por cuatro y un avión para ir al campo sea un papá pobre?
–Porque mi papá ¡ahora! es pobre.
–¿Y antes?
–Antes no era pobre, pero ¡ahora! sí. ¿Viste lo que le pasó a Florencia Macri y a Axel Blumberg?
–Sí.
–¿Y sabés por qué le pasó lo que le pasó?
–¿Por qué?
–Porque el papá era rico. Pero mi papá, no. Mi papá antes era rico pero ¡ahora! es pobre.
El papá ¡ahora! es pobre y él, que siempre se ufanó ante mí de tener un papá “potentado” que le auguraba para sí un futuro venturoso, se muere de miedo cada vez que ve asomar por ahí algún atributo de riqueza que lo pudiera ubicar en la mira de “los pobres” mientras se resiste, indoblegable, a ir al country. Ese fue el motivo de consulta. De la noche a la mañana sus berrinches y sus pataletas daban testimonio de una cristalizada “fobia” al country, y pudieron más que la presión familiar. Nadie le preguntó por qué no quería ir al country. En una de las primeras sesiones, como una confidencia, en voz baja, en secreto, me confesó que era “por lo de María Marta (García Belsunce)”. Dudo que el mejor periodista de investigación tuviera la información que éste pibe tenía con respecto al caso y dudo que la febril imaginación del más afamado detective concibiera teorías conspirativas más audaces que las de mi paciente.

Clase peligrosa

Durante casi tres décadas los argentinos asistimos como espectadores y protagonistas al espectáculo de un modelo neoliberal que se fue instalando implacablemente con el consenso de muchos y la resistencia de pocos. El desmesurado enriquecimiento de una pequeña capa de clase a costa del empobrecimiento de la mayoría contó con la complacencia y la complicidad de una sociedad civil que soportó, además, la inoculación definitiva del terror durante los años de plomo. Madres y Abuelas de Plaza de Mayo fueron la respuesta contundente, original y creativa a la dictadura militar: una manera inédita de hacer política. Y la clase media alzó su voz contra el menemismo en la “Carpa Blanca”, en las huelgas de azafatas y tantas otras; voz que se hizo grito en los cacerolazos, en las asambleas autoconvocadas, en ese 19-20 de diciembre glorioso que cambió la historia para siempre, y en la apropiación de la ESMA como lugar privilegiado para construir la memoria el reciente 24 de marzo. Durante casi tres décadas la clase media digna compartió su indignación contra el “modelo” con los sectores populares que impusieron la presencia pública de los trabajadores desocupados, el movimiento piquetero y las fábricas recuperadas. Pero parecería que toda esta práctica política de la sociedad civil –nacida como reacción a la dictadura militar primero, y a la dictadura del modelo político y económico que vino después y que arrasó a nuestro país– vuelve a ser arrasada cuando la derecha se instala como la única garante de la seguridad y se arroga el derecho de imponer la seguridad ciudadana como derecho de pocos, a costa de condenar, junto a los monstruos que produjo, a las víctimas de su proyecto convertidas, ahora, en “clase peligrosa”.
Víctimas sacrificiales
–Me da una envidia. Me muero de envidia.
Quien así le habla a su psicoanalista es un muchacho que aún no tiene treinta años, que transita por los “medios” arañando algún contrato freelance y fracasando siempre cuando está justo a punto de “pegarla” con el trabajo que lo consagrará entre los ricos y famosos del ambiente.
–Cuando me entero de que mi amigo cerró por treinta mil en la tele y siete mil en la radio mientras yo me tengo que romper el alma para que me renueven un contrato pegado con saliva por una luca y media, me muero de envidia.
Y es entonces cuando por allí desfilan los “ricos y famosos” –Rodrigo, Juan Castro, Maradona– y el dilema de siempre: la exclusión del reparto de bienes que sólo cede ante un peaje demasiado caro. El sacrificio, las víctimas sacrificiales ante un Otro que a veces elige el nombre de rating o de industria del espectáculo y que espera omnipresente las ofrendas humanas para seguir existiendo.
–Ya ni siento envidia. Ahora no sé si conformarme con ser un cuatro de copas o cerrar un trato con el diablo para tener ¿la gloria? ¿Qué gloria? ¿La de Maradona? ¿La de Juan? ¿La que recibió Axel Blumberg después de la muerte? El “medio” no perdona y el fin no abandona.
No obstante, un abismo separa a Rodrigo, Juan Castro y Maradona de Axel Blumberg. Ellos –“ricos y famosos”– pagaron el peaje pero, en la opinión de la gente, no eludieron los excesos: sexuales, de consumo, de exposición pública. No eran “santitos” y fueron (es) famoso(s) en vida. María Soledad, “las chicas de la dársena”, Kosteki y Santillán fueron famosos después de muertos aunque sospechados de que “en algo andaban” (ese “algo” que denigra a las mujeres y enaltece a los varones, o ese “algo” que supone la política). Pero Axel, no. Era un ángel que inaugura una nueva categoría: era un puro en estado de pureza absoluta. Magnífico, impecable sacrificio.

La culpa colectiva

Decía antes que los delegados del Imperio construyeron un país donde no pueden vivir y donde a sus hijos los secuestran o los matan. Decía, también, que fue tal la codicia y tan desmesurado el impulso a concentrar la riqueza que no repararon en saquear la Nación, desmantelar los recursos naturales, robarles el futuro a las nuevas generaciones y, a sus propios hijos, condenarlos a un destino de inseguridad y violencia. Inevitablemente eso carga el sentimiento de culpa individual y colectivo.Sobrevivir a un hijo no sólo supone vivir el desafío de un duelo imposible sino, también, un fenomenal sentimiento de culpa, aunque la inocencia protagonice el cuadro y lo invada todo. Axel era inocente. El papá de Axel es inocente y está alentado por las buenas intenciones que otros no tan inocentes se encargan de capitalizar. Pero alguien tiene la culpa por haber exterminado a una generación entera y alguien tiene la culpa por estar en este mismo momento robándole la vida y la esperanza a la nueva. De modo que aquí no sólo está en juego el sentimiento de culpa individual por la muerte del hijo sino, también, el sentimiento de culpa colectivo por el no lugar en este mundo que les estamos dejando a nuestros hijos. Están en juego, además, las múltiples maneras de tramitar la tragedia en la escena política que decidirán cuánto de repetición y cuánto de innovación nos espera.
* Psicoanalista.

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