PSICOLOGíA › LA INTERSUBJETIVIDAD Y OTRAS CUESTIONES

“El padecer más doloroso”

Por Luis Hornstein *

“Que todo cambie”, como meta analítica, sería apenas menos dañina que “que nada cambie”. El analizando se despojaría de sus parapetos: su historia, sus referentes identificatorios, su patrimonio como sujeto singular.

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En 1979, Piera Aulagnier escribió que la gente no teme que el análisis lo inunde de ideas sexuales, sino que lo convierta en el muñeco del ventrílocuo. Y este riesgo de alienación tiene que ver con una desacreditación del trabajo del yo y del pensamiento, tanto por parte del analista como del paciente. El mecanismo subyacente al abandono del pensamiento es la idealización. Nietzsche (1881) lo dice en un molde imperativo: “¡Si aspiráis a las alturas, usad vuestras propias piernas! ¡No os dejéis llevar arriba; no os encaraméis en hombros y cabezas ajenos!”

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La realidad no sólo se enseñorea cuando el aparato psíquico es lábil. Hay graves patologías que no son pacientes graves, sino personas que están pasando por situaciones traumáticas devastadoras que hacen tambalear vínculos, realidades, proyectos personales.

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“Desde tres lados amenaza el sufrimiento –escribió Freud en 1930–: desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente los sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro”: lo intersubjetivo (en el devenir del sujeto y en la trama objetal presente) es una conquista actual pero, a la vez, un fundamento freudiano.

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El objeto –lo que es objeto para este sujeto– es a su vez un sujeto. Los prójimos, regidos por sus propios deseos, más tarde o más temprano, suave o violentamente, propenderán a imponer su modalidad y se rehusarán a un lugar que no quieran o no puedan ocupar. Ninguna relación está eximida del conflicto, aunque éste sólo emerja clínicamente cuando se exacerba. Si el sufrimiento es excesivo, se produce ese movimiento de desinvestidura en que amaga la pulsión de muerte. Más invierte-inviste el yo en un objeto, más ominosa es la sombra de su partida o su desinterés.

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Si no hubiera encuentros novedosos y relaciones flamantes, ¿qué sería la pulsión de vida? ¿Apenas algo que se conserva del pasado? Distinguir cuándo una relación es nueva y cuándo es mera reactualización nos obliga a trabajar. No existen sólo sistemas cerrados y cerca del equilibrio, sino también sistemas abiertos para los que el equilibrio significa la muerte.

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El hermetismo es la penosa y laboriosa trituración de la expresión para que adquiera la apariencia de la profundidad. Es la impostura y el camuflaje del vacío. Ningún gran pensador ha sido jamás hermético. Aristóteles y Hegel, por ejemplo, son difíciles pero no herméticos.
* Psicoanalista. Parte de estos textos pertenecen al libro Proyecto Terapéutico, de próxima aparición (Paidós, 2004).

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