PSICOLOGíA › LA “DESLOCALIZACION” EN LA SOCIEDAD GLOBAL REPERCUTE EN LAS CUESTIONES DE GENERO

Cuando la mujer llega a su “frontera de cristal”

La “deslocalización” –el traslado al extranjero de su lugar de trabajo– replantea, para mujeres que creían haber superado las posiciones de género tradicionales, el conflicto entre la carrera laboral y las responsabilidades familiares: se genera –según la autora de esta nota– una “frontera de cristal” que tiende a retraerlas a roles tradicionales “con el costo subjetivo de ese sacrificio”.

Por Mabel Burin *

Ana tiene 39 años, dos hijos de 5 y 3 años, está casada con Sergio, de 40 años; es abogada en una empresa internacional a la cual ingresó cuando todavía era estudiante en la universidad. Fue ascendiendo en el trabajo hasta ocupar en la actualidad un puesto gerencial elevado, para el cual se estuvo preparando durante las dos décadas que lleva allí. Su marido, contador en otra empresa, acompañó con entusiasmo su carrera, como parte del contrato conyugal iniciado mientras eran estudiantes: ambos trabajarían en sus carreras, se apoyarían mutuamente, tendrían dos hijos, y se comprometían a ser leales uno con el otro en estos proyectos. Este acuerdo formaba parte de su formación ideológica, debido a la militancia política universitaria de ambos en la misma corriente.
En sus sesiones, ella relata que ambos estaban bastante satisfechos con su vínculo de pareja, así como con la familia y con las carreras laborales que sostenían; los principales conflictos que hasta ahora se les habían presentado, algunas veces sexuales y otras veces económicos, los habían resuelto “con mucho diálogo, adaptándonos uno al criterio o a las necesidades del otro”. Hasta ahora fue así pero actualmente ya no lo es, y ella consulta angustiada y desconcertada por la situación familiar-laboral.
La empresa para la que Ana trabaja está por cerrar en la Argentina y le ofrece la posibilidad de que ella pase a ocupar un puesto similar, de nivel un poco superior y con mejor salario, en un país vecino. Además, no sólo podría ascender jerárquicamente en la empresa, sino que también tendrá mejores oportunidades de aplicar los conocimientos adquiridos mediante sus intensas actividades de especialización, a la vez que incrementará su experiencia actual. El problema es que Ana debería trasladarse a ese país para ocupar el puesto, pero su marido se niega a dejar aquí su carrera laboral y a su familia de origen (tiene una madre muy anciana y un hermano discapacitado que depende de él), a la vez que no podría ocuparse de la crianza de los niños pequeños sin su esposa. ¿Qué hacer entonces? Ana le sugiere trasladarse ella con los niños y que él vaya a visitarla los fines de semana, pero ésta no parece una solución posible para ella, debiendo afrontar sola en otro país las necesidades de sus hijos pequeños a la vez que sus compromisos laborales; tampoco él desea permanecer a solas todas las semanas durante mucho tiempo, lejos de su familia.
Se configura entonces un nuevo conflicto, un límite entre la familia y el trabajo, constituido por “fronteras de cristal” que se imponen a las mujeres como Ana de una manera invisible, obligándolas a “elegir” entre ambos intereses. Estas fronteras se suman al clásico “techo de cristal” que impide a las mujeres seguir avanzando en sus carreras laborales. En los dos casos se trata de superficies invisibles, ya que, a pesar de que no hay leyes ni códigos que digan “las mujeres no pueden ocupar estos lugares de trabajo”, en la práctica existen leyes y códigos familiares y sociales que tácitamente imponen al género femenino esta limitación.

“Eligen”

Junto con la globalización, la deslocalización caracteriza los comienzos de este siglo. Este término se define como el traslado al extranjero de los lugares de trabajo para reducir costos laborales y beneficiarse de las rebajas fiscales y otros estímulos económicos. Si lo analizamos desde el prisma de la subjetividad, nos centramos en los efectos que produce sobre las familias y las personas este fenómeno que conlleva cierres, traslados y la imposición de nuevas culturas.
En el caso que estamos analizando, la globalización y la deslocalización tienen clase y tienen género. Hasta ahora, se analizó el fenómeno de la globalización especialmente sobre los sectores sociales más pauperizados, donde agudiza inequidades económicas preexistentes. Pero en este caso observamos que tales injusticias también avanzan sobre todo el cuerpo social, afectando a una pareja de sectores medios urbanos, impidiendo el avance laboral de la esposa y confirmando la posición laboral y subjetiva del marido. Inequidades económicas e inequidades de género se entrelazan, potenciando una a la otra. De esta manera, se exacerban los anteriores dispositivos en las relaciones de poder en la pareja, en sus vínculos de intimidad y en sus modos de trabajar y vivir en familia.
Para los varones ésta ha sido una posibilidad laboral que a menudo han aceptado, considerando que así mejorarían su nivel de vida y el de sus familias, en tanto sus esposas e hijos los acompañaban o bien permanecían en el lugar de residencia, aguardándolo hasta su regreso o la reunificación familiar. Cuando las oportunidades laborales bajo condiciones de deslocalización afectan la carrera laboral de las mujeres, ellas se ven ante una opción de hierro entre la familia y el trabajo, pues en la práctica las mujeres siguen siendo las principales responsables de la crianza de los niños pequeños, de los cuidados familiares y de los vínculos de intimidad.
Se vuelve evidente que no basta con contar con políticas públicas que garanticen la igualdad de oportunidades laborales entre los géneros: cuando esa igualdad se produce, persisten las desigualdades subjetivas en relación con el sostén de la pareja y de la familia. El costo subjetivo que pagan las mujeres ante tal desigualdad es de difícil procesamiento, y el enfrentamiento de los conflictos requiere aproximaciones inéditas.
Las mujeres subjetivadas en forma tradicional renuncian a avanzar en sus carreras laborales y “eligen” el bienestar familiar, con el costo subjetivo ulterior a semejante sacrificio. Sin embargo, actualmente existe una pequeña pero significativa cantidad de mujeres jóvenes, como en el caso de Ana, que ya no están dispuestas a tales sacrificios, que no aceptan resignar su satisfacción laboral.
Cuando las mujeres han desplegado una carrera laboral que invistieron libidinalmente dedicándole tiempo, dinero y profundo compromiso emocional, encontrar esta barrera de fronteras invisibles pero poderosas les provoca un sentimiento de injusticia que quizá no habían percibido anteriormente. Se trata de elaborar una justicia de género que opera en una doble inscripción, objetiva y subjetiva a la vez, como en el caso que mencionamos al principio. Hasta ahora el “techo de cristal” en el trabajo femenino era uno de los principales obstáculos a enfrentar por las mujeres que habían tenido oportunidades educativas de nivel superior y oportunidades laborales acordes con su formación. Pero, en la actualidad, la globalización y la deslocalización han acentuado las desigualdades preexistentes, reciclando viejos conflictos en las relaciones de poder y de amor entre los géneros, e imponiendo algunos nuevos tales como el de las “fronteras de cristal” para las mujeres, junto con el estallido de los criterios de alianza conyugales.
La globalización crea condiciones asimétricas a los países, a sus ciudadanos, y también a la construcción de subjetividades. Ante consultas como la de Ana, debemos revisar nuestros presupuestos teóricos y clínicos: no existe neutralidad interpretativa en cuando a los géneros; por lo tanto, tendremos que estar alertas a nuestros modos de escuchar y de analizar este tipo de conflictos. Nos encontramos ante el desafío de explorar, teniendo en cuenta la política de las subjetividades, qué marcas deja en la construcción de la subjetividad femenina semejante dispositivo político-económico, con su elevadísimo costo sobre la vida familiar.
Es imprescindible que el resto de la familia se implique en estos nuevos conflictos y ofrezca mejores resoluciones. También los varones habrían de comprometerse en el afrontamiento de las problemáticas resultantes de estas inequidades de género, que producen nuevas tensiones en la vida de la pareja. Esta no es sólo una problemática de mujeres, sino de las parejas, de las familias y de la sociedad toda. ¿Podremos hallar recursos imaginativos, creativos, que no reciclen una y otra vez las marcasinjustas que deja la desigualdad, esta vez bajo el nombre de la globalización y la deslocalización?

* Doctora en psicología; directora del Diplomado Interdisciplinario en Estudios de Género (UCES).

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